tag:blogger.com,1999:blog-17906218010500393352024-03-13T11:54:53.601-07:00Comida chinaAntonio Desquirón Olivahttp://www.blogger.com/profile/05618758686973863304noreply@blogger.comBlogger157125tag:blogger.com,1999:blog-1790621801050039335.post-60448782098851279482012-12-07T09:56:00.003-08:002012-12-07T09:56:30.114-08:00<span style="font-size: large;">Comida China acabó ayer. Sé que dejé fuera muchas cosas y personas, com al escritor y artista plástico Nicolás Lara, con quien bebiera muchas tazas de café en la legendsaria cafetería santiaguera "La Isabelica".</span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span>
<span style="font-size: large;">Como ustedes deben saber, nunca escribñí a diario este blog, sino que eran fragmentos sucesivos del libro <b><i>Comida China</i></b>, hoy en poder de la Editorial Oriente para su posiblñe publicación. </span><br />
<span style="font-size: large;">Lo harán en definitiva?</span>Antonio Desquirón Olivahttp://www.blogger.com/profile/05618758686973863304noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1790621801050039335.post-21955097221387578112012-12-06T08:14:00.001-08:002012-12-06T08:14:00.271-08:00<br />
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<span style="font-size: large;">Neno Alfonso es profesor de una universidad, se me confunde si en Virginia o en Maryland. Sus hijos también son adultos. No los conozco ni por fotografía. En los primeros años de su exilio vivió en Canarias y allá se sentía bien, pero cruzó el Atlántico pensando en el futuro de su prole y para complacer a su esposa. Fue un sacrificio. Devoto de la seguridad hogareña, imagino que de alguna manera la habrá hallado. Según cuenta Lourdes, aspira a comprar una casita en la Florida el día que se retire.<br /><br />David Lago vivía en Madrid. Era un gran poeta. Grande e injustamente ignorado. Aunque ya se sabe que la justicia nada tiene que ver con el cumplimiento de nuestros designios. El que es poeta, debe de sentir pago en el hecho de escribir. Sus frecuentes depresiones lo hacían sufrir más que su enfermedad. Áspero y afectuoso a la vez, estaba orgulloso de ser lo que era y cómo lo era. Como en la mayoría de los exilados, sus sentimientos sobre la isla donde nació son contradictorios: por una parte proclamaba que no le interesaba y por otra atesoraba sus detalles, olores y sonidos. Creía firmemente –aunque lo callaba- que la vida no había sido justa con su obra. Tenía razón. En realidad, su poesía escrita fuera de Cuba es muy superior a la anterior. La historia de la poesía cubana posterior al ’59 no puede escribirse sin mencionarlo. Cuando enfermé de artrosis en 2007 –con la cantidad de dolores que provoca-, tuve que utilizar un medicamento que no podía conseguir aquí. David me lo envió cuanto antes, cosa para mi asombrosa, en una persona tan pobre. Luego su blog poético El penthouse de Heriberto, se politizó demasiado, y dejé de colaborar en él y de escribirle. Falleció en diciembre de 2011.<br /><br />Lo último que supe de Evelio Caviedes, a. Benny Bola de Humo, es que había fallecido, en Camagüey. <br /><br />Nikitín, también camagüeyano, hoy por hoy es un patriarca de la radio local, para la que escribe guiones desde hace años. Gana bastante. Al morir su padre, heredó una casa vieja que se comunicaba por el fondo con la de una tía. Años más tarde la tía también falleció; entonces él cambió ambas casas por otra nueva. Pertenece a los Alcohólicos Anónimos de su ciudad. <br /><br />El verdadero nombre de Loquillo es Roger. Se ha convertido en miamense, too. En algunas personas, el exilio refuerza los rasgos de carácter. Me contó una vez Carlos Victoria que estaba por presentar una obra suya en la Feria del Libro 2005 (de Miami), cuando Loquillo, casi a gritos, dejó bien sentado que él era el personaje del cuento El Abrigo; el autor no tuvo más remedio que leerlo.Se dice que ha escrito varias novelas. Aunque esto para mi sí es nuevo, pues nunca se supo que escribiera Al parecer, a veces regresa al diario vivir de todos, para terror de de los demás protagonistas del Viejo Testamento habanero y del Nuevo, miamense.<br /><br />Wallace Tartelli, el colombiano ibaguereño, hace poco estuvo en Cuba. Me asombró su tez llena de juventud. Posee una pequeña empresa llamada Pareja-Modelo que se dedica a la promoción de ropa de moda. Me regaló un bonito T-shirt negro con los símbolos de su empresa, el cual traspasé a Javier de inmediato.<br /><br />Reinaldo García Ramos dirigió una revista literaria de Internet llamada Decir del Agua. Tiene una casa en Miami Beach, a donde se retiró después de más de veinte años trabajando en New York. Decir del Agua fue cada día mejor y gozó tiene mucho crédito, hasta que hubo que cerrarla. Luego dejó su casa de la playa y se mudó a otra. De vez en vez me escribe. Sé de él por lo que publica. <br /><br />Frank Aguilera vive en Barcelona. Más atrás narré cómo me invitó a su casa, en el 2006, y lo bien que me trató: él es la muestra viviente de cómo las personas, o me detestan y hacen lo indecible por destruirme (o neutralizarme), o me tratan de una manera tan delicada y afectuosa que me impide renunciar por completo a la vida y el mundo. Por cierto, hace meses no sé de Frank. Quizá su felicidad –o su lavoro- lo tiene tan ocupado que no tiene tiempo de comunicarse. Dios lo bendiga.<br /><br />Roger (Coco) Salas es un distinguido columnista de El País. Escribe sobre ballet, danza, ópera y espectáculos en general. Está enfermo y a veces la enfermedad se hace presente. Hace tiempo renuncié a llamarle Coco en público: esa palabra quiere decir caca en algunos idiomas. Lo admiro muchísimo, y ya lo he dicho, pues partiendo de Cacocum (Holguín, Oriente, Cuba), ha sabido hacerse un sitio en un medio tan sumamente competitivo. Lo considero mucho mejor poeta que narrador, aunque hoy día la poesía es tan poco preciada por casi todo el mundo que comprendo su afán de narrar (en ello tampoco yo me quedo atrás). Hace poco publicó un libro de narraciones muy bueno, al que la crítica ha tratado bien. En contra de todo lo expresado por él, creo que ama la vida y la belleza con la fuerza necesaria para mantener ese equilibrio inestable que lo hace gastar más de lo que gana, sobrellevar la poca salud y vivir solo pero repleto de vitalidad e ingenio. En definitiva, nos parecemos en eso.<br /><br />Adrián, mi amigo Adrián Bosco. El que me dio los veinte pesos para que saliera de aquel infierno el día que me botaron de la Escuela de Letras. ¿Cómo hablar de ti sin rozar tu túnica ministerial? Olvidándola, claro. No sé, ni quiero saber qué habrá tenido que hacer o deshacer en la esfera en que vive. Al menos, para subir no ha necesitado pisar la cabeza de nadie: hijo de su padre, él nació arriba y sus escritos de infancia los leía Alejo Carpentier. Su narrativa es poco espléndida, pero interesante –al menos, la publicada hasta ahora-. La promoción a la que pertenezco está formada por escritores que son más hombres de acción que literatos. Ciertamente, nuestra prioridad es sobrevivir. Lo que no empleamos en aclarar nuestras almas, vivir y escribir, lo gastamos chocando contra el medio hostil, chato e indiferente. En Cuba o Afuera. Quizá por eso ni Adrián, ni Coco Salas, ni yo mismo, seamos eminentes creadores. Interesantes, de seguro sí. Pero interesante fue también el esclavo Manzano.<br /><br />A los otros personajes de mi vida, o los he olvidado, o se los tragó el mundo. Por ahí deben de andar. Quizá un día saquen su cabeza de la gran Estigia.<br /><br />Mi vida no es especial. Podría haber sido peor. He logrado pocas cosas, pero no despreciables. Al menos tengo la alegría de poder relatarla. Doy gracias a Dios por ello. Aunque no poseo lo que se dice disciplina para escribir –debo sentir verdadera necesidad de hacerlo- y dudo mucho que alcance algún logro literario verdadero, espero que, aunque sólo de manera transitoria, a veces llegue a la iluminación. Es todo.<br /><br /><br /><br />Cuabitas, Santiago de Cuba, 2012</span>Antonio Desquirón Olivahttp://www.blogger.com/profile/05618758686973863304noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1790621801050039335.post-22323876768781660852012-12-06T08:13:00.003-08:002012-12-06T08:13:42.231-08:00<br />
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<span style="font-size: large;">Neno Alfonso es profesor de una universidad, se me confunde si en Virginia o en Maryland. Sus hijos también son adultos. No los conozco ni por fotografía. En los primeros años de su exilio vivió en Canarias y allá se sentía bien, pero cruzó el Atlántico pensando en el futuro de su prole y para complacer a su esposa. Fue un sacrificio. Devoto de la seguridad hogareña, imagino que de alguna manera la habrá hallado. Según cuenta Lourdes, aspira a comprar una casita en la Florida el día que se retire.<br /><br />David Lago vivía en Madrid. Era un gran poeta. Grande e injustamente ignorado. Aunque ya se sabe que la justicia nada tiene que ver con el cumplimiento de nuestros designios. El que es poeta, debe de sentir pago en el hecho de escribir. Sus frecuentes depresiones lo hacían sufrir más que su enfermedad. Áspero y afectuoso a la vez, estaba orgulloso de ser lo que era y cómo lo era. Como en la mayoría de los exilados, sus sentimientos sobre la isla donde nació son contradictorios: por una parte proclamaba que no le interesaba y por otra atesoraba sus detalles, olores y sonidos. Creía firmemente –aunque lo callaba- que la vida no había sido justa con su obra. Tenía razón. En realidad, su poesía escrita fuera de Cuba es muy superior a la anterior. La historia de la poesía cubana posterior al ’59 no puede escribirse sin mencionarlo. Cuando enfermé de artrosis en 2007 –con la cantidad de dolores que provoca-, tuve que utilizar un medicamento que no podía conseguir aquí. David me lo envió cuanto antes, cosa para mi asombrosa, en una persona tan pobre. Luego su blog poético El penthouse de Heriberto, se politizó demasiado, y dejé de colaborar en él y de escribirle. Falleció en diciembre de 2011.<br /><br />Lo último que supe de Evelio Caviedes, a. Benny Bola de Humo, es que había fallecido, en Camagüey. <br /><br />Nikitín, también camagüeyano, hoy por hoy es un patriarca de la radio local, para la que escribe guiones desde hace años. Gana bastante. Al morir su padre, heredó una casa vieja que se comunicaba por el fondo con la de una tía. Años más tarde la tía también falleció; entonces él cambió ambas casas por otra nueva. Pertenece a los Alcohólicos Anónimos de su ciudad. <br /><br />El verdadero nombre de Loquillo es Roger. Se ha convertido en miamense, too. En algunas personas, el exilio refuerza los rasgos de carácter. Me contó una vez Carlos Victoria que estaba por presentar una obra suya en la Feria del Libro 2005 (de Miami), cuando Loquillo, casi a gritos, dejó bien sentado que él era el personaje del cuento El Abrigo; el autor no tuvo más remedio que leerlo.Se dice que ha escrito varias novelas. Aunque esto para mi sí es nuevo, pues nunca se supo que escribiera Al parecer, a veces regresa al diario vivir de todos, para terror de de los demás protagonistas del Viejo Testamento habanero y del Nuevo, miamense.<br /><br />Wallace Tartelli, el colombiano ibaguereño, hace poco estuvo en Cuba. Me asombró su tez llena de juventud. Posee una pequeña empresa llamada Pareja-Modelo que se dedica a la promoción de ropa de moda. Me regaló un bonito T-shirt negro con los símbolos de su empresa, el cual traspasé a Javier de inmediato.<br /><br />Reinaldo García Ramos dirigió una revista literaria de Internet llamada Decir del Agua. Tiene una casa en Miami Beach, a donde se retiró después de más de veinte años trabajando en New York. Decir del Agua fue cada día mejor y gozó tiene mucho crédito, hasta que hubo que cerrarla. Luego dejó su casa de la playa y se mudó a otra. De vez en vez me escribe. Sé de él por lo que publica. <br /><br />Frank Aguilera vive en Barcelona. Más atrás narré cómo me invitó a su casa, en el 2006, y lo bien que me trató: él es la muestra viviente de cómo las personas, o me detestan y hacen lo indecible por destruirme (o neutralizarme), o me tratan de una manera tan delicada y afectuosa que me impide renunciar por completo a la vida y el mundo. Por cierto, hace meses no sé de Frank. Quizá su felicidad –o su lavoro- lo tiene tan ocupado que no tiene tiempo de comunicarse. Dios lo bendiga.<br /><br />Roger (Coco) Salas es un distinguido columnista de El País. Escribe sobre ballet, danza, ópera y espectáculos en general. Está enfermo y a veces la enfermedad se hace presente. Hace tiempo renuncié a llamarle Coco en público: esa palabra quiere decir caca en algunos idiomas. Lo admiro muchísimo, y ya lo he dicho, pues partiendo de Cacocum (Holguín, Oriente, Cuba), ha sabido hacerse un sitio en un medio tan sumamente competitivo. Lo considero mucho mejor poeta que narrador, aunque hoy día la poesía es tan poco preciada por casi todo el mundo que comprendo su afán de narrar (en ello tampoco yo me quedo atrás). Hace poco publicó un libro de narraciones muy bueno, al que la crítica ha tratado bien. En contra de todo lo expresado por él, creo que ama la vida y la belleza con la fuerza necesaria para mantener ese equilibrio inestable que lo hace gastar más de lo que gana, sobrellevar la poca salud y vivir solo pero repleto de vitalidad e ingenio. En definitiva, nos parecemos en eso.<br /><br />Adrián, mi amigo Adrián Bosco. El que me dio los veinte pesos para que saliera de aquel infierno el día que me botaron de la Escuela de Letras. ¿Cómo hablar de ti sin rozar tu túnica ministerial? Olvidándola, claro. No sé, ni quiero saber qué habrá tenido que hacer o deshacer en la esfera en que vive. Al menos, para subir no ha necesitado pisar la cabeza de nadie: hijo de su padre, él nació arriba y sus escritos de infancia los leía Alejo Carpentier. Su narrativa es poco espléndida, pero interesante –al menos, la publicada hasta ahora-. La promoción a la que pertenezco está formada por escritores que son más hombres de acción que literatos. Ciertamente, nuestra prioridad es sobrevivir. Lo que no empleamos en aclarar nuestras almas, vivir y escribir, lo gastamos chocando contra el medio hostil, chato e indiferente. En Cuba o Afuera. Quizá por eso ni Adrián, ni Coco Salas, ni yo mismo, seamos eminentes creadores. Interesantes, de seguro sí. Pero interesante fue también el esclavo Manzano.<br /><br />A los otros personajes de mi vida, o los he olvidado, o se los tragó el mundo. Por ahí deben de andar. Quizá un día saquen su cabeza de la gran Estigia.<br /><br />Mi vida no es especial. Podría haber sido peor. He logrado pocas cosas, pero no despreciables. Al menos tengo la alegría de poder relatarla. Doy gracias a Dios por ello. Aunque no poseo lo que se dice disciplina para escribir –debo sentir verdadera necesidad de hacerlo- y dudo mucho que alcance algún logro literario verdadero, espero que, aunque sólo de manera transitoria, a veces llegue a la iluminación. Es todo.<br /><br /><br /><br />Cuabitas, Santiago de Cuba, 2012</span>Antonio Desquirón Olivahttp://www.blogger.com/profile/05618758686973863304noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1790621801050039335.post-90725812425394080002012-12-06T08:13:00.001-08:002012-12-06T08:13:01.917-08:00<br />
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<span style="font-size: large;">Neno Alfonso es profesor de una universidad, se me confunde si en Virginia o en Maryland. Sus hijos también son adultos. No los conozco ni por fotografía. En los primeros años de su exilio vivió en Canarias y allá se sentía bien, pero cruzó el Atlántico pensando en el futuro de su prole y para complacer a su esposa. Fue un sacrificio. Devoto de la seguridad hogareña, imagino que de alguna manera la habrá hallado. Según cuenta Lourdes, aspira a comprar una casita en la Florida el día que se retire.<br /><br />David Lago vivía en Madrid. Era un gran poeta. Grande e injustamente ignorado. Aunque ya se sabe que la justicia nada tiene que ver con el cumplimiento de nuestros designios. El que es poeta, debe de sentir pago en el hecho de escribir. Sus frecuentes depresiones lo hacían sufrir más que su enfermedad. Áspero y afectuoso a la vez, estaba orgulloso de ser lo que era y cómo lo era. Como en la mayoría de los exilados, sus sentimientos sobre la isla donde nació son contradictorios: por una parte proclamaba que no le interesaba y por otra atesoraba sus detalles, olores y sonidos. Creía firmemente –aunque lo callaba- que la vida no había sido justa con su obra. Tenía razón. En realidad, su poesía escrita fuera de Cuba es muy superior a la anterior. La historia de la poesía cubana posterior al ’59 no puede escribirse sin mencionarlo. Cuando enfermé de artrosis en 2007 –con la cantidad de dolores que provoca-, tuve que utilizar un medicamento que no podía conseguir aquí. David me lo envió cuanto antes, cosa para mi asombrosa, en una persona tan pobre. Luego su blog poético El penthouse de Heriberto, se politizó demasiado, y dejé de colaborar en él y de escribirle. Falleció en diciembre de 2011.<br /><br />Lo último que supe de Evelio Caviedes, a. Benny Bola de Humo, es que había fallecido, en Camagüey. <br /><br />Nikitín, también camagüeyano, hoy por hoy es un patriarca de la radio local, para la que escribe guiones desde hace años. Gana bastante. Al morir su padre, heredó una casa vieja que se comunicaba por el fondo con la de una tía. Años más tarde la tía también falleció; entonces él cambió ambas casas por otra nueva. Pertenece a los Alcohólicos Anónimos de su ciudad. <br /><br />El verdadero nombre de Loquillo es Roger. Se ha convertido en miamense, too. En algunas personas, el exilio refuerza los rasgos de carácter. Me contó una vez Carlos Victoria que estaba por presentar una obra suya en la Feria del Libro 2005 (de Miami), cuando Loquillo, casi a gritos, dejó bien sentado que él era el personaje del cuento El Abrigo; el autor no tuvo más remedio que leerlo.Se dice que ha escrito varias novelas. Aunque esto para mi sí es nuevo, pues nunca se supo que escribiera Al parecer, a veces regresa al diario vivir de todos, para terror de de los demás protagonistas del Viejo Testamento habanero y del Nuevo, miamense.<br /><br />Wallace Tartelli, el colombiano ibaguereño, hace poco estuvo en Cuba. Me asombró su tez llena de juventud. Posee una pequeña empresa llamada Pareja-Modelo que se dedica a la promoción de ropa de moda. Me regaló un bonito T-shirt negro con los símbolos de su empresa, el cual traspasé a Javier de inmediato.<br /><br />Reinaldo García Ramos dirigió una revista literaria de Internet llamada Decir del Agua. Tiene una casa en Miami Beach, a donde se retiró después de más de veinte años trabajando en New York. Decir del Agua fue cada día mejor y gozó tiene mucho crédito, hasta que hubo que cerrarla. Luego dejó su casa de la playa y se mudó a otra. De vez en vez me escribe. Sé de él por lo que publica. <br /><br />Frank Aguilera vive en Barcelona. Más atrás narré cómo me invitó a su casa, en el 2006, y lo bien que me trató: él es la muestra viviente de cómo las personas, o me detestan y hacen lo indecible por destruirme (o neutralizarme), o me tratan de una manera tan delicada y afectuosa que me impide renunciar por completo a la vida y el mundo. Por cierto, hace meses no sé de Frank. Quizá su felicidad –o su lavoro- lo tiene tan ocupado que no tiene tiempo de comunicarse. Dios lo bendiga.<br /><br />Roger (Coco) Salas es un distinguido columnista de El País. Escribe sobre ballet, danza, ópera y espectáculos en general. Está enfermo y a veces la enfermedad se hace presente. Hace tiempo renuncié a llamarle Coco en público: esa palabra quiere decir caca en algunos idiomas. Lo admiro muchísimo, y ya lo he dicho, pues partiendo de Cacocum (Holguín, Oriente, Cuba), ha sabido hacerse un sitio en un medio tan sumamente competitivo. Lo considero mucho mejor poeta que narrador, aunque hoy día la poesía es tan poco preciada por casi todo el mundo que comprendo su afán de narrar (en ello tampoco yo me quedo atrás). Hace poco publicó un libro de narraciones muy bueno, al que la crítica ha tratado bien. En contra de todo lo expresado por él, creo que ama la vida y la belleza con la fuerza necesaria para mantener ese equilibrio inestable que lo hace gastar más de lo que gana, sobrellevar la poca salud y vivir solo pero repleto de vitalidad e ingenio. En definitiva, nos parecemos en eso.<br /><br />Adrián, mi amigo Adrián Bosco. El que me dio los veinte pesos para que saliera de aquel infierno el día que me botaron de la Escuela de Letras. ¿Cómo hablar de ti sin rozar tu túnica ministerial? Olvidándola, claro. No sé, ni quiero saber qué habrá tenido que hacer o deshacer en la esfera en que vive. Al menos, para subir no ha necesitado pisar la cabeza de nadie: hijo de su padre, él nació arriba y sus escritos de infancia los leía Alejo Carpentier. Su narrativa es poco espléndida, pero interesante –al menos, la publicada hasta ahora-. La promoción a la que pertenezco está formada por escritores que son más hombres de acción que literatos. Ciertamente, nuestra prioridad es sobrevivir. Lo que no empleamos en aclarar nuestras almas, vivir y escribir, lo gastamos chocando contra el medio hostil, chato e indiferente. En Cuba o Afuera. Quizá por eso ni Adrián, ni Coco Salas, ni yo mismo, seamos eminentes creadores. Interesantes, de seguro sí. Pero interesante fue también el esclavo Manzano.<br /><br />A los otros personajes de mi vida, o los he olvidado, o se los tragó el mundo. Por ahí deben de andar. Quizá un día saquen su cabeza de la gran Estigia.<br /><br />Mi vida no es especial. Podría haber sido peor. He logrado pocas cosas, pero no despreciables. Al menos tengo la alegría de poder relatarla. Doy gracias a Dios por ello. Aunque no poseo lo que se dice disciplina para escribir –debo sentir verdadera necesidad de hacerlo- y dudo mucho que alcance algún logro literario verdadero, espero que, aunque sólo de manera transitoria, a veces llegue a la iluminación. Es todo.<br /><br /><br /><br />Cuabitas, Santiago de Cuba, 2012</span>Antonio Desquirón Olivahttp://www.blogger.com/profile/05618758686973863304noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1790621801050039335.post-51601859924323137012012-12-06T08:10:00.001-08:002012-12-06T08:10:02.707-08:00<br />
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<span style="font-size: large;">Neno Alfonso es profesor de una universidad, se me confunde si en Virginia o en Maryland. Sus hijos también son adultos. No los conozco ni por fotografía. En los primeros años de su exilio vivió en Canarias y allá se sentía bien, pero cruzó el Atlántico pensando en el futuro de su prole y para complacer a su esposa. Fue un sacrificio. Devoto de la seguridad hogareña, imagino que de alguna manera la habrá hallado. Según cuenta Lourdes, aspira a comprar una casita en la Florida el día que se retire.<br /><br />David Lago vivía en Madrid. Era un gran poeta. Grande e injustamente ignorado. Aunque ya se sabe que la justicia nada tiene que ver con el cumplimiento de nuestros designios. El que es poeta, debe de sentir pago en el hecho de escribir. Sus frecuentes depresiones lo hacían sufrir más que su enfermedad. Áspero y afectuoso a la vez, estaba orgulloso de ser lo que era y cómo lo era. Como en la mayoría de los exilados, sus sentimientos sobre la isla donde nació son contradictorios: por una parte proclamaba que no le interesaba y por otra atesoraba sus detalles, olores y sonidos. Creía firmemente –aunque lo callaba- que la vida no había sido justa con su obra. Tenía razón. En realidad, su poesía escrita fuera de Cuba es muy superior a la anterior. La historia de la poesía cubana posterior al ’59 no puede escribirse sin mencionarlo. Cuando enfermé de artrosis en 2007 –con la cantidad de dolores que provoca-, tuve que utilizar un medicamento que no podía conseguir aquí. David me lo envió cuanto antes, cosa para mi asombrosa, en una persona tan pobre. Luego su blog poético El penthouse de Heriberto, se politizó demasiado, y dejé de colaborar en él y de escribirle. Falleció en diciembre de 2011.<br /><br />Lo último que supe de Evelio Caviedes, a. Benny Bola de Humo, es que había fallecido, en Camagüey. <br /><br />Nikitín, también camagüeyano, hoy por hoy es un patriarca de la radio local, para la que escribe guiones desde hace años. Gana bastante. Al morir su padre, heredó una casa vieja que se comunicaba por el fondo con la de una tía. Años más tarde la tía también falleció; entonces él cambió ambas casas por otra nueva. Pertenece a los Alcohólicos Anónimos de su ciudad. <br /><br />El verdadero nombre de Loquillo es Roger. Se ha convertido en miamense, too. En algunas personas, el exilio refuerza los rasgos de carácter. Me contó una vez Carlos Victoria que estaba por presentar una obra suya en la Feria del Libro 2005 (de Miami), cuando Loquillo, casi a gritos, dejó bien sentado que él era el personaje del cuento El Abrigo; el autor no tuvo más remedio que leerlo.Se dice que ha escrito varias novelas. Aunque esto para mi sí es nuevo, pues nunca se supo que escribiera Al parecer, a veces regresa al diario vivir de todos, para terror de de los demás protagonistas del Viejo Testamento habanero y del Nuevo, miamense.<br /><br />Wallace Tartelli, el colombiano ibaguereño, hace poco estuvo en Cuba. Me asombró su tez llena de juventud. Posee una pequeña empresa llamada Pareja-Modelo que se dedica a la promoción de ropa de moda. Me regaló un bonito T-shirt negro con los símbolos de su empresa, el cual traspasé a Javier de inmediato.<br /><br />Reinaldo García Ramos dirigió una revista literaria de Internet llamada Decir del Agua. Tiene una casa en Miami Beach, a donde se retiró después de más de veinte años trabajando en New York. Decir del Agua fue cada día mejor y gozó tiene mucho crédito, hasta que hubo que cerrarla. Luego dejó su casa de la playa y se mudó a otra. De vez en vez me escribe. Sé de él por lo que publica. <br /><br />Frank Aguilera vive en Barcelona. Más atrás narré cómo me invitó a su casa, en el 2006, y lo bien que me trató: él es la muestra viviente de cómo las personas, o me detestan y hacen lo indecible por destruirme (o neutralizarme), o me tratan de una manera tan delicada y afectuosa que me impide renunciar por completo a la vida y el mundo. Por cierto, hace meses no sé de Frank. Quizá su felicidad –o su lavoro- lo tiene tan ocupado que no tiene tiempo de comunicarse. Dios lo bendiga.<br /><br />Roger (Coco) Salas es un distinguido columnista de El País. Escribe sobre ballet, danza, ópera y espectáculos en general. Está enfermo y a veces la enfermedad se hace presente. Hace tiempo renuncié a llamarle Coco en público: esa palabra quiere decir caca en algunos idiomas. Lo admiro muchísimo, y ya lo he dicho, pues partiendo de Cacocum (Holguín, Oriente, Cuba), ha sabido hacerse un sitio en un medio tan sumamente competitivo. Lo considero mucho mejor poeta que narrador, aunque hoy día la poesía es tan poco preciada por casi todo el mundo que comprendo su afán de narrar (en ello tampoco yo me quedo atrás). Hace poco publicó un libro de narraciones muy bueno, al que la crítica ha tratado bien. En contra de todo lo expresado por él, creo que ama la vida y la belleza con la fuerza necesaria para mantener ese equilibrio inestable que lo hace gastar más de lo que gana, sobrellevar la poca salud y vivir solo pero repleto de vitalidad e ingenio. En definitiva, nos parecemos en eso.<br /><br />Adrián, mi amigo Adrián Bosco. El que me dio los veinte pesos para que saliera de aquel infierno el día que me botaron de la Escuela de Letras. ¿Cómo hablar de ti sin rozar tu túnica ministerial? Olvidándola, claro. No sé, ni quiero saber qué habrá tenido que hacer o deshacer en la esfera en que vive. Al menos, para subir no ha necesitado pisar la cabeza de nadie: hijo de su padre, él nació arriba y sus escritos de infancia los leía Alejo Carpentier. Su narrativa es poco espléndida, pero interesante –al menos, la publicada hasta ahora-. La promoción a la que pertenezco está formada por escritores que son más hombres de acción que literatos. Ciertamente, nuestra prioridad es sobrevivir. Lo que no empleamos en aclarar nuestras almas, vivir y escribir, lo gastamos chocando contra el medio hostil, chato e indiferente. En Cuba o Afuera. Quizá por eso ni Adrián, ni Coco Salas, ni yo mismo, seamos eminentes creadores. Interesantes, de seguro sí. Pero interesante fue también el esclavo Manzano.<br /><br />A los otros personajes de mi vida, o los he olvidado, o se los tragó el mundo. Por ahí deben de andar. Quizá un día saquen su cabeza de la gran Estigia.<br /><br />Mi vida no es especial. Podría haber sido peor. He logrado pocas cosas, pero no despreciables. Al menos tengo la alegría de poder relatarla. Doy gracias a Dios por ello. Aunque no poseo lo que se dice disciplina para escribir –debo sentir verdadera necesidad de hacerlo- y dudo mucho que alcance algún logro literario verdadero, espero que, aunque sólo de manera transitoria, a veces llegue a la iluminación. Es todo.<br /><br /><br /><br />Cuabitas, Santiago de Cuba, 2012</span>Antonio Desquirón Olivahttp://www.blogger.com/profile/05618758686973863304noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1790621801050039335.post-14087343934869398712012-12-03T08:40:00.001-08:002012-12-03T08:40:48.102-08:00<span style="font-size: large;"><br /><br /><br />Hace más de 11 años que no soy Secretario con mayúscula, y sigo trabajando en la Fundación Caguayo. Ya cumplí 66, pero creo que la pensión de jubilación es demasiado baja: mientras tenga salud mantendré mi puesto de trabajo, que me garantiza un salario decente. Entre el salario y la ayuda de mi prima Berthica, puedo seguir viviendo más o menos bien <br /><br />Me hubiera gustado terminar mi texto con un “capítulo de cierre” donde se dijera qué pasó con cada quién, dónde vive, etc. Caso de haber escrito una novela o un relato con exposición, nudo y desenlace, me las habría arreglado. Pero no: es solamente la historia de mi vida. Y en la vida no hay verdaderos desenlaces. Ya dije que el único arte que he utilizado es el indispensable para no hacerlo todo más confuso. Ya de por sí, la vida es confusa. No en vano el que hizo la canción dijo que “son tantas que se atropellan”. Por otra parte, a la mayoría de los actores de los episodios más llamativos los excluí de mi imaginación hace mucho. A todos, incluso al principal, aunque siga ahí. ¿Qué sé yo ni qué me importa a mi dónde se ha metido Robert Chichi? ¿O Mamacusa? ¿o Juan Guevara? ¿o Rigual? ¿o José Jacas? <br /><br />Créanme que la labor investigativa necesaria para llenar esas “lagunas estilísticas” no recompensaría. Siempre va a haber juanguevaras, mamacusas y josejacas. Las peculiaridades que hacen de cada uno el que es y no otro, son puro anecdotario. Y aunque escribí ya suficientes anécdotas seguiré haciéndolo, pues la memoria está colmada de ellas. <br /><br />En los ’70 éramos jóvenes y soportábamos casi todo con donaire: ahora, si no hemos cumplido los sesenta, estamos cerca. Y volver a lo mismo sería muchísimo más duro. Se entrecruzaron docenas de e-mails escritos por casi todo el mundo –incluyéndome a mi. Al final se evidenció lo evidente, lo que todos sabían y fingían ignorar por mil razones, que lo realmente importante es por qué pudieron existir. Cumplían una tarea. La hacían con gusto –es cierto- pero eso no cambia lo básico: sólo con consentimiento, conocimiento y voluntad de Arriba lo hicieron. <br /><br />Pero lo cierto es que la vida me dio lo que me dio. Los testaferros, gnomos y angelitos que me dio, quiero decir. Y qué le vamos a hacer. Unos dañan y asustan, otros hacen papel de Oberón, Titania, o Puck, -¿se han fijado hasta qué punto la encantadora obra de Shakespeare reproduce la estructura del mundo? Si bien es cierto que hablamos de seres pasajeros y leves, a dónde va lo pasajero es una pregunta crucial -¿el propio Cosmos no es algo transitorio? Todos merecen el recuerdo que, aunque sea por un instante, los arranque de la Nada. <br /><br />Pues bien, Roberchichi vive en Miami; cómo, no sé. Aunque no creo que se haya convertido en hombre batallador, sacrificado y próspero. En vida de Carlos Victoria, éste me dijo que Juan Ángel Espasande era un conocido y hábil chef en esa misma ciudad, que había hecho una familia y, de manera general, era feliz. Al dirigente que me expulsó de la Escuela de Letras de La Habana lo eliminé de mi vida desde los ’70. El compañero de la escuela de Arquitectura santiaguera, que me investigó celosamente sigue viviendo aquí, en la misma ciudad: a veces lo encuentro por la calle y lo hallo flaco, arrugado y sudoroso. Rogelio Quintana vive en España, no se dónde. Curiosamente, desde que se fue de Cuba no ha querido escribir, hablar conmigo no verme: cosas suyas, supongo, pues jamás nos hemos disgustado. Hace unos años, cuando cumplí 60, tuvo el hermoso gesto de diseñar y grabar dos CD con canciones de todo tipo que por algún motivo le gustan o disgustan especialmente: Noche Española, lo tituló. Lo hizo especialmente para mi. Es una verdadera locura, pero traduce muy bien su sentido del humor y la rebeldía de su corazón: amo ese regalo. Desde que salió de Cuba, jamás he podido verlo ni hablar con él, por eso ignoro totalmente cómo es su vida personal. Alexis también habita en la Florida: tenía una muchacha aquí con quien se acostaba. Él mismo me llevó a su casa una vez que vino y me buscó. Quizá por ella vino a Cuba varias veces después de 1995: luego dejé de verlo, por lo que imagino que, o ella también se fue, o ya no son amantes. Delfín Prats vive solo y trabaja en las Ediciones Holguín en un cargo subalterno: su espiritualidad y sentido del desprendimiento no le permite otra cosa. A veces viaja a México. Está traduciendo, escribiendo, publicó una hermosa antología de su poesía en México y pronto otra en Brasil. Nos escribimos por email. El año julio pasado fui a Holguín y él presentó mi último libro de poesía Ese mismo año, en octubre, vino a Santiago, se hospedó en mi casa y conversamos mucho.<br /><br />Carlos Victoria se asentó desde un principio en Miami y trabajaba en un conocido periódico. A la muerte de su madre casó con una centroamericana que hasta ese momento había cuidado de la difunta. Llevó una vida metódica y dedicada a la literatura, por lo que se hizo un narrador acreditado: comprendo muy bien que no quisiera mudarse de su apartamento en Miami Lakes a pesar de su mal estado. Con frecuencia me escribía y, a veces, me llamaba por teléfono. Siempre se portó conmigo como una especie de hermano. En 2007 fue atacado por un tumor canceroso en el intestino grueso: lo operaron sin éxito y el exceso de dolor le hizo ingerir una dosis demasiado grande de calmantes, de la cual murió el 12 de octubre en un hospital de Miami. Ese era mi amigo.<br /><br /><br />Mary Montes vive en París. Su hijo ya es un hombre. En realidad la vida de los cubanos de París es encrespada y ríspida. Es que cada persona se empapa del sitio en que vive: los de Barcelona son alegres y prácticos, los de Madrid no tienen piedad pero te acogen, los de Miami son abundosos y chanchulleros, los de Holguín, amorosos, pero parece que viven a las puertas de un Hades cuyos aullidos no los dejan dormir. Y así. A Mary yo la quiero igual, e imagino que ella –en sus momentos de lucidez- también me quiera. <br /><br />He perdido la pista de Bruno Alfonso. Hace más de una década que no sé de él. Todo lo que escriba a continuación tiene sólo el valor de lo imaginado. Debe de mantenerse en Canadá de profesor, debe de haber engordado y ser amante de una alumna. Debe de tener uno o dos buenos autos y haberse llevado a la familia que tenía en La Habana. O sea, que debe de tener nietos. En definitiva, en la familia él halla una forma de paz de la que dudo que se quiera privar.<br /><br />Hace poco me comuniqué con Lourdes Palacios, quien también vive en Miami, casada en paz con un conocido odontólogo. Fue un e-mail amable pero distante. Ha ganado varios premios y grabado unas cuantas de sus canciones. Alguien de Santiago fue Allá y le mandó a Raúl Ibarra la grabación de una canción que compuso basándose en sus versos. Sigue relacionándose con el mismo piquete de los que íbamos a su casa en los años ’60. Hace poco me mandó una foto con su marido y los niños de él: sigue hermosa a pesar de sui edad. Supe que había sido operada de pequeños tumores, que ojalá sanen.</span>Antonio Desquirón Olivahttp://www.blogger.com/profile/05618758686973863304noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1790621801050039335.post-90673369118361724062012-12-03T08:37:00.000-08:002012-12-03T08:37:03.767-08:00<span style="font-size: large;"><br /><br /><br />Hace más de 11 años que no soy Secretario con mayúscula, y sigo trabajando en la Fundación Caguayo. Ya cumplí 66, pero creo que la pensión de jubilación es demasiado baja: mientras tenga salud mantendré mi puesto de trabajo, que me garantiza un salario decente. Entre el salario y la ayuda de mi prima Berthica, puedo seguir viviendo más o menos bien <br /><br />Me hubiera gustado terminar mi texto con un “capítulo de cierre” donde se dijera qué pasó con cada quién, dónde vive, etc. Caso de haber escrito una novela o un relato con exposición, nudo y desenlace, me las habría arreglado. Pero no: es solamente la historia de mi vida. Y en la vida no hay verdaderos desenlaces. Ya dije que el único arte que he utilizado es el indispensable para no hacerlo todo más confuso. Ya de por sí, la vida es confusa. No en vano el que hizo la canción dijo que “son tantas que se atropellan”. Por otra parte, a la mayoría de los actores de los episodios más llamativos los excluí de mi imaginación hace mucho. A todos, incluso al principal, aunque siga ahí. ¿Qué sé yo ni qué me importa a mi dónde se ha metido Robert Chichi? ¿O Mamacusa? ¿o Juan Guevara? ¿o Rigual? ¿o José Jacas? <br /><br />Créanme que la labor investigativa necesaria para llenar esas “lagunas estilísticas” no recompensaría. Siempre va a haber juanguevaras, mamacusas y josejacas. Las peculiaridades que hacen de cada uno el que es y no otro, son puro anecdotario. Y aunque escribí ya suficientes anécdotas seguiré haciéndolo, pues la memoria está colmada de ellas. <br /><br />En los ’70 éramos jóvenes y soportábamos casi todo con donaire: ahora, si no hemos cumplido los sesenta, estamos cerca. Y volver a lo mismo sería muchísimo más duro. Se entrecruzaron docenas de e-mails escritos por casi todo el mundo –incluyéndome a mi. Al final se evidenció lo evidente, lo que todos sabían y fingían ignorar por mil razones, que lo realmente importante es por qué pudieron existir. Cumplían una tarea. La hacían con gusto –es cierto- pero eso no cambia lo básico: sólo con consentimiento, conocimiento y voluntad de Arriba lo hicieron. <br /><br />Pero lo cierto es que la vida me dio lo que me dio. Los testaferros, gnomos y angelitos que me dio, quiero decir. Y qué le vamos a hacer. Unos dañan y asustan, otros hacen papel de Oberón, Titania, o Puck, -¿se han fijado hasta qué punto la encantadora obra de Shakespeare reproduce la estructura del mundo? Si bien es cierto que hablamos de seres pasajeros y leves, a dónde va lo pasajero es una pregunta crucial -¿el propio Cosmos no es algo transitorio? Todos merecen el recuerdo que, aunque sea por un instante, los arranque de la Nada. <br /><br />Pues bien, Roberchichi vive en Miami; cómo, no sé. Aunque no creo que se haya convertido en hombre batallador, sacrificado y próspero. En vida de Carlos Victoria, éste me dijo que Juan Ángel Espasande era un conocido y hábil chef en esa misma ciudad, que había hecho una familia y, de manera general, era feliz. Al dirigente que me expulsó de la Escuela de Letras de La Habana lo eliminé de mi vida desde los ’70. El compañero de la escuela de Arquitectura santiaguera, que me investigó celosamente sigue viviendo aquí, en la misma ciudad: a veces lo encuentro por la calle y lo hallo flaco, arrugado y sudoroso. Rogelio Quintana vive en España, no se dónde. Curiosamente, desde que se fue de Cuba no ha querido escribir, hablar conmigo no verme: cosas suyas, supongo, pues jamás nos hemos disgustado. Hace unos años, cuando cumplí 60, tuvo el hermoso gesto de diseñar y grabar dos CD con canciones de todo tipo que por algún motivo le gustan o disgustan especialmente: Noche Española, lo tituló. Lo hizo especialmente para mi. Es una verdadera locura, pero traduce muy bien su sentido del humor y la rebeldía de su corazón: amo ese regalo. Desde que salió de Cuba, jamás he podido verlo ni hablar con él, por eso ignoro totalmente cómo es su vida personal. Alexis también habita en la Florida: tenía una muchacha aquí con quien se acostaba. Él mismo me llevó a su casa una vez que vino y me buscó. Quizá por ella vino a Cuba varias veces después de 1995: luego dejé de verlo, por lo que imagino que, o ella también se fue, o ya no son amantes. Delfín Prats vive solo y trabaja en las Ediciones Holguín en un cargo subalterno: su espiritualidad y sentido del desprendimiento no le permite otra cosa. A veces viaja a México. Está traduciendo, escribiendo, publicó una hermosa antología de su poesía en México y pronto otra en Brasil. Nos escribimos por email. El año julio pasado fui a Holguín y él presentó mi último libro de poesía Ese mismo año, en octubre, vino a Santiago, se hospedó en mi casa y conversamos mucho.<br /><br />Carlos Victoria se asentó desde un principio en Miami y trabajaba en un conocido periódico. A la muerte de su madre casó con una centroamericana que hasta ese momento había cuidado de la difunta. Llevó una vida metódica y dedicada a la literatura, por lo que se hizo un narrador acreditado: comprendo muy bien que no quisiera mudarse de su apartamento en Miami Lakes a pesar de su mal estado. Con frecuencia me escribía y, a veces, me llamaba por teléfono. Siempre se portó conmigo como una especie de hermano. En 2007 fue atacado por un tumor canceroso en el intestino grueso: lo operaron sin éxito y el exceso de dolor le hizo ingerir una dosis demasiado grande de calmantes, de la cual murió el 12 de octubre en un hospital de Miami. Ese era mi amigo.<br /><br /><br />Mary Montes vive en París. Su hijo ya es un hombre. En realidad la vida de los cubanos de París es encrespada y ríspida. Es que cada persona se empapa del sitio en que vive: los de Barcelona son alegres y prácticos, los de Madrid no tienen piedad pero te acogen, los de Miami son abundosos y chanchulleros, los de Holguín, amorosos, pero parece que viven a las puertas de un Hades cuyos aullidos no los dejan dormir. Y así. A Mary yo la quiero igual, e imagino que ella –en sus momentos de lucidez- también me quiera. <br /><br />He perdido la pista de Bruno Alfonso. Hace más de una década que no sé de él. Todo lo que escriba a continuación tiene sólo el valor de lo imaginado. Debe de mantenerse en Canadá de profesor, debe de haber engordado y ser amante de una alumna. Debe de tener uno o dos buenos autos y haberse llevado a la familia que tenía en La Habana. O sea, que debe de tener nietos. En definitiva, en la familia él halla una forma de paz de la que dudo que se quiera privar.<br /><br />Hace poco me comuniqué con Lourdes Palacios, quien también vive en Miami, casada en paz con un conocido odontólogo. Fue un e-mail amable pero distante. Ha ganado varios premios y grabado unas cuantas de sus canciones. Alguien de Santiago fue Allá y le mandó a Raúl Ibarra la grabación de una canción que compuso basándose en sus versos. Sigue relacionándose con el mismo piquete de los que íbamos a su casa en los años ’60. Hace poco me mandó una foto con su marido y los niños de él: sigue hermosa a pesar de sui edad. Supe que había sido operada de pequeños tumores, que ojalá sanen.</span><br />Antonio Desquirón Olivahttp://www.blogger.com/profile/05618758686973863304noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1790621801050039335.post-45615841949119813952012-11-30T08:41:00.000-08:002012-11-30T08:41:09.653-08:00<br /><span style="font-size: large;">En octubre de 2006 alcancé los sesenta años. Ingresé a la Tercera Edad. No sentí algo especial estoy conciente de que mi juventud, junto a mis ilusiones, se esfumaron hace tiempo. </span><br />
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<span style="font-size: large;">¿Acaso este relato terminará de manera desalentadora y triste? A pesar de todo, debo decir que creo en el porvenir. No para mi, por supuesto, pues claramente mi persona pertenece al pasado. Ignoro cómo será ese mañana, pero seguramente se diferenciará mucho de lo que he vivido. O sea, que el mundo, sus alegrías, desengaños y placeres evidentemente serán otros. Pero serán: irremisiblemente serán. Y como el pasado es la clave del futuro, en definitiva este relato quizá resulte útil. Eso espero.</span>Antonio Desquirón Olivahttp://www.blogger.com/profile/05618758686973863304noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1790621801050039335.post-27246438770874860132012-11-29T12:01:00.001-08:002012-11-29T12:01:06.458-08:00Ada Mateo (Ada Llerandi) es hija de Noemí/Mimí, difunta hermana de mi padre, y de Francisco/Paco Mateo, figuras mágicas de mi niñez a quienes ya me referí a propósito de un venado muerto a tiros sobre el capó de un auto, en 1959. Ella casó con Manolito Llerandi, cuyo padre poseyó una fábrica de brillantina; alrededor de 1960 marcharon a USA e hicieron una amplia familia. Hace dos o tres años, Manolito Llerandi falleció, al igual que mi primo Alfredo Mateo. Vivió por su cuenta en Miami Beach donde realizó muchas actividades cívicas. Luego se mudó junto a su hija en Naples. Hace meses no sé de ella.<br /><br />Pues bien, Ada pasó conmigo varios días en Ginebra. Paseamos por la ciudad vieja y conversamos mucho, aunque, a decir verdad, nuestro encuentro tuvo un sabor de despedida que no justifico, ya que ambos tenemos bastante buena salud y, créanme, la edad no es lo principal en cuanto a estos asuntos de la vida y la muerte. Me alegró mucho ese reencuentro –creo que también a ella- pues ya eran más de cuarenta años sin vernos.<br /><br />Después que mis primas se marcharon, cada cual por su parte, me enfrasqué en mi mundo ginebrino. El préstamo del cómodo apartamento había caducado y me mudé a Villa Greta –sede de la Fundación Heim-, que se encuentra sobre el lago, a varios minutos en tren de la estación de Cornavin. Villa Greta es una mansión absolutamente señorial que perteneció a la escultora Greta Heim, quien al fallecer la dejó como legado. Greta estuvo casada con el norteamericano Caterpillar, dueño de la famosa firma de equipos pesados; a juzgar por lo que pude ver, era una artista interesante. Hoy por hoy ese es el reino de Edi von Fellensberg, que no es presidente, sino Curador Principal. La Fundación Heim ofrece albergue y talleres a artistas de varias manifestaciones: es como un pequeño mundo aparte donde reinan sosiego y libertad. <br /><br />Un domingo, Emil, Lescay, una hermosa rubia llamada Isabelle y yo, fuimos a un sitio llamado Creux de Genthod, donde nos esperaba un velero. Martin nos preparó una mañana de navegación por el lago. Yo nunca había tenido esa experiencia y, a decir verdad, tampoco me entusiasmaba la idea, pero como no era considerado ni elegante evitar algo dispuesto con tanto esmero –el velero, una reliquia restaurada de 1906, avanzaba solamente con la fuerza del viento-, determiné aparentar gran naturalidad, caminar por los temblones fondos de las embarcaciones como por un gran salón y disimular el mareo como Dios quisiera. Pero por suerte, la fórmula de olvidar el bamboleo me dio el mejor de los resultados. Disfruté mucho.<br /><br />Había conversado por teléfono varias veces con mi amigo Frank Aguilera, quien, después de dejar Cuba cinco o seis años antes, se había asentado por fin en Barcelona. Me invitó a pasar unos días en su casa. Tomé un pasaje barato EasyJet y a las dos horas estaba en el aeropuerto del Prat. Frank me recogió, me llevó a su casa –un lindo apartamento del Passatge Llivia-, me presentó a su amigo y almorzamos. Luego desapareció en las fauces de su “día de cierre” empresarial, y Jorge –el amigo- se encargó de hacerme recorrer las Ramblas, el Palau de la Música, el mercado de La Boquería, La Pedrera y otras casas de Gaudí, hasta que exhaustos pero satisfechos, regresamos al Passatge. <br /><br />Frank y Jorge son dos personas especialmente amables y complacientes. No me faltó nada esos días. A la mañana siguiente fui solo a La Sagrada Familia, a la que me entregué buceando en la marejada de turistas que la arrasa todo el tiempo. El turismo de Barcelona para nada se parece al de Cuba. No son grupos, ni siquiera docenas de grupos: son miles de personas. Por suerte, existen el metro, los planos de la ciudad y mi voluntad personal. Por la noche veíamos los programas de chismes de la TV española –intrascendentes, pero apaciguadores. Nos retirábamos en la madrugada. Otro día, también solo, me fui al Musseu Picasso.<br /><br />En Europa sería una locura faltar al trabajo por ciceronear a alguien: en realidad uno se las arregla perfectamente. Y ya he dicho que prefiero mil veces ver solo una ciudad, que conectar ese fatídico “piloto automático” tan cómodo que consiste en dejarse llevar como un paquete. El sábado por la tarde salimos de compras: una memoria flash para mí, unos zapatos para el padre de Frank y un café en Els Quatre Gats. Había que regresar. Yo debía subir a París para tomar el avión que me traería de nuevo a Santiago. Frank me compró un pasaje Ryanair desde Girona hasta Beauvais. Era lo mejor. Pasé varias noches en Internet, decidiendo dos o tres rutas hasta Orly. El domingo de madrugada Frank me llevó a la estación del Norte: un bus me trasladó a Girona y el avión a Beauvais. <br /><br />El bus Beauvais-Paris me dejó en Porte Maillot, bajé al metro, discurrí por el París subterráneo y en una vez que el metropolitain salió a la luz del día, ví que la Torre Eiffel seguía en su sitio. Pero el metro de París no es el de Barcelona: si en Cataluña las escaleras de subida son eléctricas, en la Cité Lumière se parecen peligrosamente a las de El Cobre. Cargado como un mulo las trepé y hallé la guagua de Orly. Casi al medio día entré al aeródromo. Al poco rato llegaron varias pintoras santiagueras que regresaban del Salón de Mayo. Dicen que Cubana de Aviación es una línea aérea religiosa porque viaja cuando Dios quiere y carece de respuesta lógica para todo pues los designios de Dios son inescrutables. <br /><br />Aquel mismo día tuvimos una muestra de lo anterior cuando nuestro avión, después de varias horas de espera, sencillamente no salió. Nos enviaron a dormir a un hotelito de Orly y nos atiborraron de sándwiches. La mañana siguiente nos presentamos en el aeropuerto, pero despegamos sólo al medio día. Y no con destino Santiago de Cuba, sino a Madrid. Allí nos detuvimos cuatro horas más y nos volvieron a embutir de sándwiches. Hacia las seis comenzamos a atravesar el Atlántico hacia <i>la tierra más fermosa</i>, como dijo Colón.<br /><br />Aquel verano, gracias a Dios, no pasó ningún huracán cerca de Santiago. A decir verdad fue un tiempo de poca lluvia, como especie de tregua divina antes de “la fuega” del cambio climático -genial femenino populachero para designar lo caprichoso e incesante de un fuego/hembra.<br />Antonio Desquirón Olivahttp://www.blogger.com/profile/05618758686973863304noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1790621801050039335.post-56995637808576670802012-11-27T09:54:00.004-08:002012-11-27T09:54:41.530-08:00<span style="font-size: large;"><br />Enero y febrero de 2006 me trajeron dos sucesos de signo contrario. Para el zodíaco chino, 2006 fue un año Perro, igual que yo. Positivo, aunque de manera filosófica y ambivalente. Como el año chino no coincide con el nuestro, al parecer el Gallo - que rigió al 2005- quiso despedirse jugándome una broma. <br /><br />Una noche de enero lluviosa y solitaria me quedé dormido frente al televisor: al despertar, un muchacho salía de mi cuarto. Me incorporé aturdido y asustado. Sin dejarme hablar, me espetó que había entrado porque vio la puerta abierta de par en par y una persona saliendo de casa a toda prisa con un paquete en la mano. Hablaba un tal Carón, cierto joven aindiado, pequeño y musculoso. A medida que pasaban los minutos, iba recobrando mi lucidez. Evidentemente, Carón aprovechó mi letargo para entrar a robar. Cuando se fue de casa, registré mi cuarto. Faltaba mi mochila con todos los papeles (identidad, direcciones, tarjetas, dinero, talonarios de cobros y pagos de mi hermana). Lo primero cuya desaparición me golpeó fueron las direcciones de mi agenda, luego mis identificaciones, mis libretas de banco y mis tarjetas. Había que rehacerlo todo. A la mañana siguiente tuve que ir al banco a inmovilizar la cuenta. A medida que fueron pasando las semanas, rehice los otros documentos. Hasta la erección perdí. <br /><br /><br />A comienzos de febrero, otra noche estaba cerrando la casa para ir a dormir cuando escuché que me mencionaban por televisión. De momento pensé que era la sicosis de persecución desencadenada por el robo, por ello me retiré sin más. A la mañana siguiente cuando salí a la calle, varias personas me felicitaron: había conseguido un premio y lo dijeron por el noticiero de la televisión. Cuando lo repitieron me convencí. Gané un Premio Nosside-Caribe, entregado en la Feria del Libro de La Habana. No es un gran premio, ni muy bien dotado, pero internacional (y eso es bueno). Sólo que según las bases, es necesario recogerlo en el acto de premiación; de no ser así, se pierde. Cuando un ganador no es de La Habana, ellos le avisan previamente para que acudan. Pero nadie me avisó. ¿Perdería la recompensa? Eran sólo 100 CUC, pero me hacían falta. Cuando la Feria llegó a Santiago, me entregaron un sobre con la placa del premio, pero nada de metálico. Al cabo de los meses y después de algunas gestiones, logré que pagaran.<br /><br />A principios de 2006, Suzanne escribió diciéndome que ese año era necesario que viajara a Ginebra. Desde meses atrás envió la convocatoria para cierto evento artístico, librada por un municipio del cantón de Ginebra. Días después de escribirme, lo hizo de nuevo para que Lescay mandara algunos dibujos a fin de que que su invitación al evento fuese aprobada. Así sucedió. Pronto quedó asegurada la presencia de mi jefe en el evento Utopías Urbanas, así como la mía en una reunión con nuestra contraparte Suzy, a fin de organizar la 3ra edición de Cuba/Ginebra. Me puse de acuerdo con mis primas Berthica y Ada, quienes prometieron ir a verme a Ginebra.<br /><br />Como para Arc-en-ciel no era fácil realizar en envío del dinero para mi pasaje, Lescay estuvo de acuerdo en financiarlo de su peculio y que luego aquella institución se lo liquidara. Así hicimos. Si mal no recuerdo, viajamos alrededor del 16 de mayo. Mientras Lescay se hospedó en una bella habitación de la Fundación Heim, a mi me prestaron por cuatro días uno de los pequeños apartamentos Les Halles de l’île. ¡Mi bella Ginebra! Las Utopías Urbanas –propuestas artísticas utópicas para la Ginebra futura- se llevarían a cabo en el Globo de la Ciencia, frente al CERN (Centro de Investigación Nuclear Europeo). Berthica llegó puntualmente con su esposo Hugh y se hospedaron en el Hôtel des Bergues, justo enfrente del lago. Al día siguiente de nuestra llegada, Edi von Fellemberg se empeñó en darnos una cena de bienvenida en la Fundación Heim. Hablé con él, y quiso que Hugh y Berthica estuvieran presentes. Ellos acudieron, encantados. Como a los dos días viajaron a Madrid y llegó Ada, mi otra prima. <br /><br />Al día siguiente de la inauguración de Utopías Urbanas di un corto viaje en auto a territorio francés, en compañía de Emil, Suzy y Lescay a visitar a una escultora que me fascinó, Mireille Fulpius. Mireille habita en una región boscosa –Seyselles- junto al curso superior del Ródano. Es una persona enérgica y con mucha imaginación: sus obras más impresionantes utilizan tiras de corteza de árboles, colgadas por el bosque como gigantescas guirnaldas.</span><br /><br /><br />Antonio Desquirón Olivahttp://www.blogger.com/profile/05618758686973863304noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1790621801050039335.post-83969269416592502012-11-26T07:14:00.000-08:002012-11-26T07:14:15.323-08:00<span style="font-size: large;">Decidí “remodelar” mi vida. Únicamente ello resultaba posible a través de una inyección de espiritualidad. No la boba de los ojos apretados mientras suena una sinfonía de Chaikovki, sino la lujosa espiritualidad del prescindir y el hacer. A decir verdad, ello implica un largo proceso, por ello ignoro hasta qué punto habré tenido éxito. Por el momento, comencé a beber jugo de noni. Me preguntarán qué tiene que ver el noni con el alma: es que una de las cosas que más obstaculiza una visión positiva y armónica del mundo es la mala salud. Dolores, incapacidades y esa paulatina pérdida de dominio sobre nuestro cuerpo que ella trae, contribuye muchísimo a una vida desacertada. El noni eliminó mis molestias. Junto a ello, comencé a ejercitarme físicamente al amanecer: no para eliminar grasa o adquirir una figura más elegante, sino para mantener los movimientos, la irrigación de la sangre, lograr un ritmo respiratorio adecuado y cierto confort corporal. Lo que correspondería a lo anterior sería una sesión de meditación, pero parece ser que no tengo capacidad para ello. Quizá más adelante, en definitiva me volví más esencial... <br /><br />En primavera, Mailín viajó a Madrid con el proyecto Cuba Mestiza, que consistía en una gran exposición a ser presentada en la sede del municipio de Alcorcón. Estuvo allá como tres semanas y regresó. Durante ese tiempo quedé solo en la oficina, lo cual, si bien aumenta el trabajo, también procura cierto alivio: todo se hace “a nuestro modo”. Y no hay visitas desconocidas. Sin embargo, durante el viaje de Mailín, hubo una: la de Edi von Fellensberg, el Curador de la Fundación Heim, de Ginebra.<br /><br />Poco tiempo después se produjo el Concurso Provincial de Crítica de Arte y me tocó el primer premio. Valiente bobería, un premio PROVINCIAL de algo que apenas se ejerce en este país. Pero eran mil pesos cubanos que venían muy bien. Ese mismo 2005 mandé al Premio Heredia el cuaderno Milagro frente al televisor. Cogió una Mención. Más tarde envié ese mismo libro al Premio Oriente y cogí “nananina en plato llano”. Estuve concursero aquel 2005, pero era más que todo a ver si me ganaba unos pesos. De hecho, en Santiago de Cuba hay escritores que tienen los santos cojones de vivir solamente de premios y publicaciones. No se si admirarlos, con lo poquito que dejan, pero resulta claro que es preferible hacer siempre lo que uno le gusta, en vez de tragar tanto buche amargo en un “centro de trabajo”. En fin, como dice mi tía, “cada persona es un mundo”.En definitiva publique ese libro en 2011 bajo el título Vista aérea<br /><br />Ese verano los ciclones comenzaron temprano. El fenómeno natural más aterrador para mi, es el ciclón. Cuabitas no es región de inundaciones, pero mi vivienda está tan vieja que una gran gotera o la posibilidad de un derrumbe me horrorizan. Creo que fue en el ’97 que pasó un huracán al Este de Santiago; lo hizo a media noche y desde horas antes desconectaron el fluido eléctrico. La experiencia del sonido de las ráfagas y la lluvia en medio de una madrugada totalmente negra es algo que no quisiera repetir. Desde entonces, cualquier aguacero desencadena en mi los más locos sentimientos de inseguridad. Pues nada, a fines de junio del 2005 pasó un ciclón entre Cuba y Jamaica; incluso se dijo que iban a suspender el Carnaval, cosa que no sucedió, aunque dejó tres semanas de lluvia casi continua. Posteriormente, el tiempo siguió húmedo.<br /><br />Para septiembre se cumplieron los primeros diez años de la Fundación. Hubo grandes celebraciones. Como ya se había terminado de imprimir Escultura en Cuba, siglo XX, se presentó. Consistió en un acto muy solemne al que asistieron el Ministro de Cultura, el Secretario del Partido en la provincia y lo que más vale y brilla de la intelectualidad local. Ese día también se presentó un powerpoint sobre la Fundación, realizado por Mailín. No hay que decir que me borraron de la “mesa presidencial”, como si yo no hubiera sido el padre espiritual de aquella criatura –el libro. Luego he pensado que fue mejor: los fastos y las solemnidades han perdido mucho crédito en los últimos años –en definitiva mi nombre aparece suficiente cantidad de veces en ese texto y no es sano caer en el maelsatrom de la lucha por el protagonismo. Vanidad es lo que me sobra.<br /><br />A finales de octubre pasó por Nueva Orleans el horrendo Katrina. Aunque estuvo lejos, me identifico totalmente con el horror que vivieron aquellas personas. A medida que pasan los años las tormentas se hacen peores.<br /><br />Ya en diciembre vino Emil, un escultor suizo que quiso pasar un cursillo de fundición en nuestros talleres. Emil es una persona excepcional, de carácter alegre y positivo, además de inteligente, abnegado, conocedor de los seres humanos y con real talento artístico. Ha sobrepasado con creces las dificultades físicas con que vino al mundo –camina y se mueve con inseguridad. Rentó un auto y un vecino mío le sirvió de chofer. Acá en Cuba se enamoró como un perro de una chica realmente bella, desgraciadamente muy manipulada por su familia, que sobrevalora sus encantos. Ojalá Emil la olvide, pues ella lo desprecia y nunca corresponderá a su solicitud y cariño. Pienso que, en definitiva, lo mismo hace uno con esos chiquillos maravillosos que piensan en nuestro bolsillo más que nosotros en su cuerpo. </span> <br /><br />Antonio Desquirón Olivahttp://www.blogger.com/profile/05618758686973863304noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1790621801050039335.post-61282134201479545482012-11-23T09:20:00.001-08:002012-11-23T09:20:25.377-08:00<br /><span style="font-size: large;">Casi nada, o nada, he vuelto hablar de mi hermana Virginia: su adaptación al Hogar de Ancianos de Ciudamar fue inmediata e inmejorable. La visitaba mensualmente y creo que, en el fondo, comprendía su situación. Nunca he dejado de sentir culpa por que halla vivido en un asilo mientras yo cobraba todos los meses la pensión que le dejó su madre, aunque verdaderamente para regresarla a Cuabitas habría que restaurar completamente la casa, dejar de trabajar y disponer de bastante plata. Todos ellos sueños irrealizables. El tiempo y el relativo apartamiento en que vivió la convirtieron en una viejecita llena de arrugas y con cara de llanto –todavía más notoria a causa de sus mejillas rojas y su pelo negrísimo. Ir al Hogar fue uno de mis deberes más tristes y difíciles. En noviembre de 2011 falleció. Si voy a hablar francamente, ignoro de qué. Fue viernes y yo había ido a verla la semana anterior. No me quiso acompañar hasta la puerta pues le dolían las piernas, aunque ignoro por qué. Imaginé que se le quitaría. En cambio, murió. Ciertamente, su rostro en el féretro era muy dulce y sereno. La enterramos junto a su madre.<br /><br /><br /><br />El 2004 comenzó con la triste noticia de que Alejandro Carvallo había sido asesinado. No estuve dentro de los detalles del velorio, las investigaciones y los rumores sobre el hecho. Era sábado por la noche y la madre de Alex salió a un restaurante; al regresar, encontró normal que la habitación de mi amigo estuviese cerrada. Al día siguiente esperó inútilmente la salida del hijo: cuando se decidió a penetrar halló su cadáver apuñaleado, las gavetas afuera y todo el cuarto hecho un lío. La habitación de Alex tenía una salida independiente a la calle. Permitió entrar a un chico que le exigió dinero, se negó, fue golpeado, quedó sin sentido y lo apuñalearon. Otros dicen que lo inyectaron para dormirlo y acabaron con él. Cuando la policía actuó, resultó que el autor fue un muchacho sin antecedentes penales, en complicidad con otro, ex-militar. En fin, hay muchas versiones.<br /><br />La madre –con la que él tenía confianza absoluta- estaba inconsolable. Nunca he sabido qué decirle, a pesar de que tiempo después fui a visitarla. Cuando estas cosas suceden es casi inútil exigir que los jueces castiguen “de manera ejemplar” a los autores. Además, está lo de la mariconería de Alex y el hecho de que él mismo hizo entrar a su asesino –su pieza quedaba bastante intrincada y desde la entrada no era fácil llegar a ella sin guía o costumbre. La tristeza que dejó la muerte de Alejando entre nosotros no es pequeña.<br /><br />A principios de marzo ocurrió la presentación de Cómo criar un perro. Quedó bien, a pesar de las reiteradas bromas sobre el título y apariencia del tomo en relación con supuestas quejas de niños que lo habrían adquirido pensando en camadas caninas, dietas, remedios e instrucciones. El único comentario se publicó en una revista de Internet escrito por David Lago, más de un año después salir el lbro. Se lo agradezco, aunque en definitiva no deja claro si le gustó o no. Así es la poesía.<br /><br />Ya El Libro de la Escultura Cubana –como cariñosamente lo llamaba- estaba terminado y entregado a la diseñadora –una muchacha habanera muy capaz, pero llena de problemas personales. Faltaban unas fotos y yo las hice: aparte, Pepe Veigas consiguió otras magníficas. Yo ansiaba entregárselo al Editorial Oriente, que sería nuestro co-editor, pero la diseñadora pedía un plazo tras otro. Por fin no se pudo esperar más y hubo que quitárselo sin que hubiese hecho portada, contraportada y lomo –las primeras que propuso no fueron aprobadas por Lescay. Al fin, el julio entregué a la editorial los CDs con el libro diseñado. <br /><br />Ya en ese momento se estaba produciendo la segunda edición del proyecto de Cuba/Ginebra, ida y vuelta. Aquí estaban tres artistas jóvenes suizos y Léa, graduada de la Escuela de Artes Aplicadas de Ginebra, quien trabajaba con Suzanne; dos mujeres que se ocupaban del comic (bandes dessinées, o bd, como se las conoce en el orbe francés) y un muchacho que experimentaba a partir de objetos. Ellos se pasarían un mes acá, impartirían dos workshops, y luego expondrían en Santiago de Cuba y La Habana. Mientras, irían a Suiza cuatro cubanos: un pintor, un escultor, una grabadora y Mailín Fong, mi compañera de la Fundación. ¿Por qué ella? Primero, porque si estábamos trabajando juntos y era mi superior jerárquico, más vale compartir los viajes; segundo, porque ella nunca había viajado Afuera. Mientras, yo me quedaría acá al frente de todo. Generalmente tratábamos de que el grupo suizo y el cubano no viajaran simultáneamente: sin embrago, ese año hubo que aprovechar la única oportunidad de disponer de apoyo económico so pena de esperar hasta el 2007. En definitiva, los talleres transcurrieron bien –todavía Mailín y los cubanos no se habían ido-, y luego las exposiciones también. La de Santiago fue la más brillante, en el Centro provincial de Arte (título oficial de la Galería Universal), y la de La Habana en una galería de poca monta situada en una esquina llamada La Copa, en Miramar. Debo decir que podría haber sido mucho mejor, pero la directora del sitio aquél no era muy entusiasta: más que de hacer bien su trabajo, se preocupaba de que los artistas le regalaran alguna pieza, de ataviarse con vestidos ridículos y de atender a gente que la procuraba a saber por qué. Detesto a los directores que ejercen con sistema de plantación, o sea, que ellos no se ensucian las manos mientras los técnicos y el resto del personal cargan con lo demás. El galerista que no sienta placer en tocar la exposición, colgarla, cuidar que haya un buen montaje, identificaciones, buenas luces, público, etc, es como una matrona de bayú que deteste singar. Y bueno, el público fue más bien reducido. Pero se hizo. Los suizos se hospedaron con Amelia y Angelito, que poseían un lindo apartamento en la Calle de los Mercaderes. El varón debió regresar a la patria, donde su esposa estaba pariendo; de las dibujantes, una que trajo a su esposo con el bebito también regresó, y se quedaron en La Habana la otra dibujante (Yvette) y Léa: me divertí horrores con ellas, que conocían un caudal inagotable de paladares desconocidos a partir de las guías turísticas. Léa es maravillosa: fumaba como una locomotora –a diferencia del resto de los suizos: vegetarianos, bebedores de agua y, cuando más, comedores de pescado y salía a horas rarísimas a encontrarse con un amante cubano- quien, por otra parte, era amigo mío desde hace años-. Uno de los nexos que más me unen a Arianne Orligue-Suzer es su desprecio por estos parámetros de la Unión Europea –así les digo yo-, como si eso fuera capaz de conjurar a la muerte o a la estupidez. A mi modo de ver, se trata de otra reliquia del protestantismo calvinista y el complejo de culpa de toda la civilización occidental: en Francia adoran a los africanos después que les arrancaron el pellejo durante siglos, y el resto de los desarrollados miran los placeres de la vida como excesos de donde emanan el sida, el cáncer en los pulmones, la obesidad, los problemas coronarios y la presión alta. Sin mirar la obsesión del éxito, la falsa perfección y la carencia de armonía. Vegetariano podrá serlo quien esté harto de carnes. <br /><br />En agosto Mailín regresó y todo en la Fundación comenzó a recuperar el ritmo habitual. Hacia el mes de septiembre tuvimos la exposición de Arturo Montoto, que se concibió como una campaña –en realidad así deben de ser todas las exposiciones-: antes del 10 estaba aquí el pintor y María Eugenia –esposa y representante. Impartió una conferencia y presentó un libro sobre su obra. Era exactamente el día fijado para la inauguración: un ciclón se dirigía recto hacia Santiago. La ciudad entera se movilizó y se respiraba el mismo aire del Titanic después del encontronazo con el iceberg. Nosotros proseguimos como si nada ocurriese: al vernissage acudió muchísimo público –Montoto es uno de los pintores más célebres de Cuba, aparte de un ser humano maravilloso- y al terminar fuimos a celebrar el éxito. Aquella noche que parecía ser la del Fin del Mundo, nada ocurrió: la tormenta cambió de rumbo y Santiago de Cuba amaneció mejor que nunca.<br /><br />Durante ese año publiqué muchos comentarios de arte en el sitio web de la delegación santiaguera del Ministerio de Cultura: era el único lugar posible, ya que el Sierra Maestra pertenece al PCC y exige que los autores sean periodistas graduados. Aparte, hay que pasar por no se qué tamiz. Yo mismo hacía las fotos con la cámara digital que Mailín me compró en Ginebra. Jamás me dieron ni un centavo, ni siquiera papel o baterías: lo consideraban un favor que se me estaba haciendo.<br /><br />En noviembre falleció mi vecina Nelly. Lo pongo porque la quería, porque era una mujer joven y excepcionalmente amable, pero sobre todo por su ejemplar actitud ante la vida. Un cáncer se la llevó. Dejó un viudo y dos hijos. <br /><br />A medida que pasaba el tiempo, mi vida se hacía menos interesante. Creo que al 90% de los seres humanos le ocurre algo similar y, si bien no pienso insistir en ese hecho, sería un crimen silenciar algo que tanto afecta lo que del mundo vemos y cómo lo vemos. Tres ó cuatro años antes, comencé a sentir mucho miedo por la vida: no ya miedo a la soledad –pues de hecho ya estaba solo-, sino a la locura, la decadencia física y espiritual. Con razón o sin ella, veía negro el futuro y yo, como un palito en medio del huracán, no tenía más remedio que seguir rebotando y arrastrándome. Entre eso y mi cotidianidad de apremios laborales, goteras, apagones, objetos desaparecidos –por no decir robados- y la galopante ruina de mi vivienda, no tenía vida. Dormía poco y cerca de las tres de la madrugada –que es cuando “el loco está de guardia”- ni el cuerpo ni la mente accedían a continuar el sueño.</span>Antonio Desquirón Olivahttp://www.blogger.com/profile/05618758686973863304noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1790621801050039335.post-89588605144030169112012-11-22T08:13:00.001-08:002012-11-22T08:13:12.360-08:00Volamos el 13 de mayo del 2003. Aterrizamos en el aeropuerto Princesa Beatriz, de Aruba, que tiene la forma de una enorme granja blanca con techo a dos aguas; después de varias horas, un pequeño avión de línea nos llevó a Willemstad, capital de las Antillas Holandesas y de la Isla de Curazao. Nos recibieron con mucho cariño y nos hospedaron en el Hotel Outrobanda –en el barrio de ese nombre, a la izquierda de la entrada a la enorme bahía. No sé cuántas presentaciones tuvimos: recuerdo que tuve dos en la TV local, una en el Landhuis Bloemhof y otra en una hermosa mansión llamada Villa María. Lescay se presentó en varias escuelas, todo con mucho éxito.<br /><br />En las Antillas Holandesas el lenguaje popular es el papiamento, mezcla de español, inglés, holandés y francés: suena muy dulcemente y no hace falta traducirlo, pues se entiende con facilidad. Si algo me asombró fue el alto nivel de vida, la tranquilidad y ganas de vivir de los curazoleños, a pesar de que en la noche salen los drogadictos, esos tristes fantasmas. La conciencia del patrimonio construido está muy desarrollada, y aunque la isla es pequeña –en tres horas se va de un extremo al otro- es enorme la cantidad de landhuis que se conservan en perfecto estado– haciendas de la etapa esclavista. Mi estancia coincidió con una celebración anual; durante ella, cualquier persona tiene derecho a acceder libremente a cualquier edificación declarada monumento –incluyendo viviendas ocupadas-. La población recorre en manadas los barrios de Willemstad entrando y saliendo de las antiguas casas. Durante la fiesta del Monumento habrí las madres emperifollan a sus niños para el rosario de recorridos patrimoniales. Es una inundación de visitantes: incluso en el barrio rastafari de las afueras, con sus viviendas encaramadas en pilotes y sus paredes exteriores cubiertas de pinturas y grafitti alegóricos. Hay personas que aprovechan la inacabable arribazón para vender golosinas y hasta prendas de vestir: nunca había visto algo así. Ese mismo día entré a la fábrica de licor Kuba, donde, para dar la bienvenida, sirven gratis todo el curaçao que puedas beber. Delicioso, ese licor. <br /><br />Serví de asesor –como en Ibagué- para hacer una escultura: Lescay, tres artistas curazoleños –entre ellos mi amigo Tirzo Marta- y yo. Se solucionó con postes telefónicos trincados por su parte central: cada palo simbolizaba uno de los principales componentes de la población isleña. Resultó una suerte de trípode gigante con extremidades decoradas a base de elementos cerámicos, metálicos, tallas, muescas, etc. Cuando lo terminaron, se decidió emplazarlo en un sitio bastante lejano llamado Landhuis Kenepa (Hacienda El Mamoncillo) donde tuvo lugar la rebelión esclava más importante de la isla. No sé cómo la trasladaron ni si la llegaron a emplazar, pues era bastante pesada y de forma compleja.<br /><br />El paisaje de Curazao es diferente al de Cuba. Apenas llueve y no tiene agricultura –todo se importa-; el viento fuerte del nordeste la bate casi todo el tiempo, al punto que los árboles crecen inclinados en la dirección del aire. A propósito, el árbol nacional –figura en el escudo de Aruba- se llama divi-divi y recuerda al marabú cubano, sólo que mucho más desembarazado y airoso. En los jardines abunda el que nosotros conocemos por franchipán y parece que en el pasado lo fue el flamboyán –existe una baile folcórico sobre él. Me impresionó especialmente el Octopus Club, un centro nocturno a orillas del mar: el pavimento es una especie de balsa bajo la que baten las aguas, y la noche que estuve allí eran muy notorios los peces voladores y ese fenómeno de fosforescencia descrito en tantas novelas y relatos de viajes. A la entrada de la bahía se encuentra el Puente de la Reina Emma, que consiste en pontones sujetos en fila que se abren y cierran para dejar pasar a las embarcaciones: la superficie descansa sobre las olas y se percibe su balanceo. También está la sinagoga, abierta desde 1651 y enorme como una catedral: se dice que es la que lleva abierta al culto más tiempo consecutivo. <br /><br />Recuerdo que una vez una persona que sobrevoló esa isla me dijo: parece un depósito de casas de muñeca. De cierto modo es verdad: la arquitectura curazoleña por lo general realiza obras de escala muy humana. La yuxtaposición de elementos holandeses y portugueses así como el uso de colores vivos, hacen de Willemstad un espectáculo inolvidable. <br /><br />No puedo quejarme de los curazoleños, que me trataron con mucho afecto y generosidad. Cuando llegó el momento de regresar a Cuba, temí que en la aduana de La Habana decomisara la laptop de Lescay –que tanto nos había servido- pues en su distracción, olvidó declararla como propia al salir de Cuba –una regulación criolla prohíbe importar todo tipo de computadoras y sus piezas. Sin embargo, al aterrizar, los aduaneros olvidaron el equipo e incautaron los aromáticos quesos de bola holandeses que traía el artista.<br /><br />Antonio Desquirón Olivahttp://www.blogger.com/profile/05618758686973863304noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1790621801050039335.post-7427572615637601182012-11-22T08:05:00.002-08:002012-11-22T08:05:43.113-08:00<span style="font-size: large;">La casa que en definitiva dio el Partido a la Fundación Caguayo fue construida en los años ’20 con paredes le ladrillo, tejas “francesas” y piso de losas decoradas. Era hermosa, si bien los años, la falta de mantenimiento y el descuido la han deteriorado bastante. Tiene una antigua verja dañada, un pequeño jardín con dos árboles y algunas flores, varios escalones que dan acceso a un portal y, después que se penetra al inmueble, el salón, varias habitaciones, un baño, el comedor, una cocina amplia y el servicio sanitario “de los criados”: el tramo de pasillo final está revestido de azulejos catalanes policromados. El fondo se abre a un patio con frutales, palmas, yerbas aromáticas y una dependencia arruinada donde imagino vivieron los criados. Me gusta esa casa. Años más tarde hubo que gastar bastante dinero y 3 años en restaurarla.<br /><br /><br />Regresando a la casa de Vista Alegre. Me instalaron en el cuarto frente al comedor, pero luego repararon otro en el ala contraria y me mudaron. A pocos días de estrenar la “nueva” sede, nos visitaron dos curazoleños: René Rosalía, director de la Kas de Kultura de Korsou y su secretaria. Estaban decididos a echar adelante una campaña que llevaba por nombre Cruzada de Cultura: invitaron a Lescay a presentar su obra y a mi, como crítico de arte.<br /><br />Aquí tengo que dedicar un espacio a mi amigo Alejandro Carvallo y hacer una digresión. Lo conocí en los primeros ’90, en tiempos de aquella tienda de antigüedades que pertenecía al Fondo y operaba yo. Él ocupaba un alto cargo en esa entidad y viajó varias veces a Santiago, una de ellas en compañía de su pareja de entonces, un médico joven y rubio que después abandonó Cuba. No hay que decir que Alejandro era homosexual y una persona absolutamente encantadora, inteligente y eficiente. Pertenecía a la estrecha faja de gays que, debido a relaciones familiares, capacidad profesional, poder de gestión y eso llamado encanto personal, que funciona en todas partes y épocas, habían logrado situarse muy bien dentro del establishment cubano. Desde muy joven salió del closet y jamás regresó a él. Como jefe de Relaciones Internacionales del Fondo, debió encargarse de todo el papeleo de mi viaje a Santo Domingo de 1994, lo cual acabó de cimentar una amistad que ya nuestros recorridos santiagueros habían preparado. En el ’99 o 2000 ya no trabajaba para el Fondo y yo era Secretario de Caguayo: fue entonces que me presentó un proyecto de exposiciones múltiples a lo largo de América. Quería hacerlas como curador de una entidad como la nuestra. Sometí su proyecto a la Junta Directiva, fue aprobado y le di luz verde. Pasó el tiempo y llevó adelante sus planes. Contaba que el 11 de Septiembre estaba en Manhattan y vivió el horror del atentado al WTC; de ahí pasó a Houston, donde frecuentó e hizo buena amistad con mi prima Berthica. Regresó a Cuba, y mientras preparaba nuevas muestras, asumió la parte ejecutiva de nuestras relaciones internacionales: vivía muy cerca del Ministerio de Cultura y allí tenía muchas conexiones y buena acogida. <br /><br />Nuestra amistad rayaba en la complicidad –más que amigos, éramos amigotes-, y puedo asegurar que su intervención era un factor de éxito en el logro de cualquier proyecto de Caguayo –pero principalmente mío. Económicamente independiente y próspero, Alejandro decidió adoptar a la loca guajira que era yo. Cada vez que me tocaba viajar solo a La Habana, organizaba para mi una excursión a alguno de los pocos pero activos locales gay entonces en funcionamiento. En una ocasión me llevó a la Sociedad Rosalía de Castro, en la Habana Vieja –frente al antiguo Hotel San Carlos- donde se presentaba un espectáculo cabaretero oficiado por travestis. Era un sitio ameno, en un segundo nivel refrescado por amplios ventanales; sin embargo, se pagaba en dólares. Más adelante Rosalía decayó y fuimos a otro sitio, sobre el Malecón, llamado Naturales de Castropol, o simplemente Castropol –me fascinaba aquel nombre, mezcla de las historias de Superman con la Isla-, donde, aparte de los travestis, cantaban y actuaban profesionales bien conocidos. Era un local cerrado y caluroso: al final del espectáculo, las parejas se enlazaban en un desenfreno de saltos tipo discoteca. No era de mi gusto, debido al encierro y la humedad; sin embargo, era bueno ver cómo la fauna gay –al menos, la que podía pagar en divisas- se mostraba en público y exteriorizaba sin temor su manera de ser. Castopol era un imán. Como habrán notado, tanto Rosalía como Castropol pertenecían a sociedades españolas: es decir, que eran públicas y legales, pero no estatales (el proverbial haz-lo-que-te-dé la-gana-pero-a-esta-casa-no-me-traigas-una-barriga de los cubanos). Acudían gays, lesbianas, chaperos, muchachos cuyo medio social era aquél o buscaban una relación ocasional de cualquier tipo: gente de cualquier edad. Casi siempre en parejas y bastante ostentosos –como cuadra a la cubanidad, más si es habanera-. En otra ocasión nos llegamos a una casa de vivienda en el barrio de La Víbora: estaba arreglada en forma de cabaret y muy iluminada. La hostess –un travesti- vestía glamorosamente y recordaba a Cher o Barbra Streisand. Era muy agradable. Cuando acabó el show salió a sentarse en la mesa de unos amigos: era un muchacho flaco, coquirrapado -¿padecía HIV?-, vestido de manera sencilla.<br /><br />Nuestro cuartel de operaciones para el viaje a Curazao fue la casa de Alejandro. La visa no llegaba, pues las elecciones de la antigua colonia coincidieron con nuestro viaje. No quedó más remedio que esperar cuatro días: desde Curazao presentaron excusas y estuvieron de acuerdo en liquidar todos nuestros gastos durante la espera.</span><br />Antonio Desquirón Olivahttp://www.blogger.com/profile/05618758686973863304noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1790621801050039335.post-5274831734175939802012-11-21T06:49:00.000-08:002012-11-21T06:49:56.502-08:00<span style="font-size: large;">La casa que en definitiva dio el Partido a la Fundación Caguayo fue construida en los años ’20 con paredes le ladrillo, tejas “francesas” y piso de losas decoradas. Era hermosa, si bien los años, la falta de mantenimiento y el descuido la han deteriorado bastante. Tiene una antigua verja dañada, un pequeño jardín con dos árboles y algunas flores, varios escalones que dan acceso a un portal y, después que se penetra al inmueble, el salón, varias habitaciones, un baño, el comedor, una cocina amplia y el servicio sanitario “de los criados”: el tramo de pasillo final está revestido de azulejos catalanes policromados. El fondo se abre a un patio con frutales, palmas, yerbas aromáticas y una dependencia arruinada donde imagino vivieron los criados. Me gusta esa casa. Años más tarde hubo que gastar bastante dinero y 3 años en restaurarla.<br /><br /><br />Regresando a la casa de Vista Alegre. Me instalaron en el cuarto frente al comedor, pero luego repararon otro en el ala contraria y me mudaron. A pocos días de estrenar la “nueva” sede, nos visitaron dos curazoleños: René Rosalía, director de la Kas de Kultura de Korsou y su secretaria. Estaban decididos a echar adelante una campaña que llevaba por nombre Cruzada de Cultura: invitaron a Lescay a presentar su obra y a mi, como crítico de arte.<br /><br />Aquí tengo que dedicar un espacio a mi amigo Alejandro Carvallo y hacer una digresión. Lo conocí en los primeros ’90, en tiempos de aquella tienda de antigüedades que pertenecía al Fondo y operaba yo. Él ocupaba un alto cargo en esa entidad y viajó varias veces a Santiago, una de ellas en compañía de su pareja de entonces, un médico joven y rubio que después abandonó Cuba. No hay que decir que Alejandro era homosexual y una persona absolutamente encantadora, inteligente y eficiente. Pertenecía a la estrecha faja de gays que, debido a relaciones familiares, capacidad profesional, poder de gestión y eso llamado encanto personal, que funciona en todas partes y épocas, habían logrado situarse muy bien dentro del establishment cubano. Desde muy joven salió del closet y jamás regresó a él. Como jefe de Relaciones Internacionales del Fondo, debió encargarse de todo el papeleo de mi viaje a Santo Domingo de 1994, lo cual acabó de cimentar una amistad que ya nuestros recorridos santiagueros habían preparado. En el ’99 o 2000 ya no trabajaba para el Fondo y yo era Secretario de Caguayo: fue entonces que me presentó un proyecto de exposiciones múltiples a lo largo de América. Quería hacerlas como curador de una entidad como la nuestra. Sometí su proyecto a la Junta Directiva, fue aprobado y le di luz verde. Pasó el tiempo y llevó adelante sus planes. Contaba que el 11 de Septiembre estaba en Manhattan y vivió el horror del atentado al WTC; de ahí pasó a Houston, donde frecuentó e hizo buena amistad con mi prima Berthica. Regresó a Cuba, y mientras preparaba nuevas muestras, asumió la parte ejecutiva de nuestras relaciones internacionales: vivía muy cerca del Ministerio de Cultura y allí tenía muchas conexiones y buena acogida. <br /><br />Nuestra amistad rayaba en la complicidad –más que amigos, éramos amigotes-, y puedo asegurar que su intervención era un factor de éxito en el logro de cualquier proyecto de Caguayo –pero principalmente mío. Económicamente independiente y próspero, Alejandro decidió adoptar a la loca guajira que era yo. Cada vez que me tocaba viajar solo a La Habana, organizaba para mi una excursión a alguno de los pocos pero activos locales gay entonces en funcionamiento. En una ocasión me llevó a la Sociedad Rosalía de Castro, en la Habana Vieja –frente al antiguo Hotel San Carlos- donde se presentaba un espectáculo cabaretero oficiado por travestis. Era un sitio ameno, en un segundo nivel refrescado por amplios ventanales; sin embargo, se pagaba en dólares. Más adelante Rosalía decayó y fuimos a otro sitio, sobre el Malecón, llamado Naturales de Castropol, o simplemente Castropol –me fascinaba aquel nombre, mezcla de las historias de Superman con la Isla-, donde, aparte de los travestis, cantaban y actuaban profesionales bien conocidos. Era un local cerrado y caluroso: al final del espectáculo, las parejas se enlazaban en un desenfreno de saltos tipo discoteca. No era de mi gusto, debido al encierro y la humedad; sin embargo, era bueno ver cómo la fauna gay –al menos, la que podía pagar en divisas- se mostraba en público y exteriorizaba sin temor su manera de ser. Castopol era un imán. Como habrán notado, tanto Rosalía como Castropol pertenecían a sociedades españolas: es decir, que eran públicas y legales, pero no estatales (el proverbial haz-lo-que-te-dé la-gana-pero-a-esta-casa-no-me-traigas-una-barriga de los cubanos). Acudían gays, lesbianas, chaperos, muchachos cuyo medio social era aquél o buscaban una relación ocasional de cualquier tipo: gente de cualquier edad. Casi siempre en parejas y bastante ostentosos –como cuadra a la cubanidad, más si es habanera-. En otra ocasión nos llegamos a una casa de vivienda en el barrio de La Víbora: estaba arreglada en forma de cabaret y muy iluminada. La hostess –un travesti- vestía glamorosamente y recordaba a Cher o Barbra Streisand. Era muy agradable. Cuando acabó el show salió a sentarse en la mesa de unos amigos: era un muchacho flaco, coquirrapado -¿padecía HIV?-, vestido de manera sencilla.<br /><br />Nuestro cuartel de operaciones para el viaje a Curazao fue la casa de Alejandro. La visa no llegaba, pues las elecciones de la antigua colonia coincidieron con nuestro viaje. No quedó más remedio que esperar cuatro días: desde Curazao presentaron excusas y estuvieron de acuerdo en liquidar todos nuestros gastos durante la espera.</span><br /><br />Antonio Desquirón Olivahttp://www.blogger.com/profile/05618758686973863304noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1790621801050039335.post-16356314942466958842012-11-16T08:24:00.000-08:002012-11-16T08:24:05.894-08:00<span style="font-size: large;">Coco y David se portaron conmigo con mucha generosidad; en el caso de David quizá hasta con más de lo que sería juicioso para él. Coco vivía cerca de la estación de Atocha, en un bonito apartamento. Me dio una habitación y un cuarto de baños que me impresionó especialmente por la cantidad de luces alrededor del espejo: parecía un camerino. Apenas llegado, salí a caminar con David: era como las 10 pm, pero como la vida nocturna madrileña es muy poderosa; en ese momento las calles empezaron a llenarse por segunda o tercera vez en el día. <br /><br />La jornada siguiente, aun siendo medio día, Coco no se había levantado: me puse a fisgonear por su salón y prendí la TV. Del cuarto salió un joven gordito, que se sentó junto a mi. Me habló de cosas sin importancia, como que trabajaba se mozo en un café. Esa tarde Coco me llevó al Museo del Prado, al Jardín Botánico. Madrid es bello, pero el juntarme con David y Roger después de años fue una experiencia increíble. Una tarde caminamos mucho por la Plaza de Oriente y esas callecitas que recuerdan tanto a La Habana Vieja. Nos acompañaba Aleida, una abogada amiga de David. Coco insistió en detenerse en una dulcería a comer merengue. Al día siguiente deberíamos ir al Escorial. Nos llevaría la abogada, que tiene auto y es una persona maravillosa. Por alguna razón Coco no pudo ir y fui con los otros dos.<br /><br />El Escorial queda como a cincuenta kilómetros de Madrid, en la montaña. Cuando estuve en París no fui a Versalles, así que no sé cuál es mayor, si uno o el otro. En todo caso ambos ocupan extensiones enormes y dicen cómo fueron sus constructores. De cierto modo los dos representan una idea del mundo. La propia finalidad del Escorial, monasterio y depósito de cadáveres regios, marca una diferencia fundamental. Sus pasillos casi desnudos y la austerísima habitación de Felipe II expresan qué es España. Quisimos entrar a la capilla –en realidad un templo enorme repleto de pinturas y esculturas de maestros- pero al ser domingo y celebrarse misas, sólo se permiten visitas durante los recesos. Cuando llegué a la cancela de entrada no se veía a nadie en el altar y quise entrar: me lo impidió un guardia civil bigotudo y con tricornio que parecía sacado de una película de Buñuel. Se dice que la villa de El Escorial sigue siendo franquista. En realidad parece más un pueblo provinciano: pocas personas jóvenes, ropa oscura, ritmo pausado.<br /><br />Almorzamos en una antigua venta. Luego regresamos al monasterio y subimos a la biblioteca. El Escorial sigue siendo una casa religiosa y los monjes ocupan más del 80 % del edificio. Resulta sobrecogedor, como un viaje en el tiempo.<br /><br />Otro día Coco nos llevó a comer a Chueca, el barrio gay y exclusivo de Madrid. El restaurante se llamaba La Dama de Negro, tiene un altarcito con su virgen y velitas prendidas; está decorado con maniquíes femeninos. Todo el personal es gay. Nos atendió un flaco que hablaba mucho. Supuestamente el propietario se apodó La Dama de Negro en otra época. Me gustó, pues por lo general los restaurantes, o bien tienen un ambiente opresivo, casi militar, o bien te sientes como un fantasma metido donde no debiera estar. A pesar del andamiaje y la decoración, La Dama... no es así. <br /><br />Como viajé solamente con una mochila, no cupieron todos los libros que Coco me quería dar – los tiene extraños y bellos. David me había publicado dos títulos de poesía en el proyecto editorial suyo llamado Timbalito –como el barrio marginal camagüeyano- y me imprimió muy hermosamente ese año Poemas de año y medio. Sólo pude traer dos ejemplares. Cómo lo lamento.<br /><br />El día antes de volver a Suiza me mudé a casa de David. Lo conocía más que todo a través de Carlos. Y fue a través de él que hicimos amistad y en algún momento de los años ’70 me hospedé en su casa camagüeyana de la calle García Roco: entonces sus padres estaban vivos. Mi recuerdo de él, en Cuba, corresponde a un muchacho apuesto, rubio, delgado, de rostro felino. Almorzamos juntos –es excelente cocinero. Estaba su amigo Antonio. Esa noche fuimos a un café de barrio a conversar. Me contó sus años en España: la madre, Ángel: el señor que falleció dejándole el sida por herencia, sus sucesivos trabajos. No creo útil tratar de relatarlos: no lo haría bien.<br /><br />Por primera vez me reencontré, en sus vidas actuales, con mis amigos de la juventud. Fue como abrir un postigo hacia ese otro espacio al que, lo mismo Afuera que Adentro fuimos llevados (¿lanzados?) todos. No es lo mismo que cuando Carlos Victoria fue a Santo Domingo, o más tarde, en el 2003, cuando vino hasta mi casa de Cuabitas. Ahí fue él quien se asomó a mi vida: a saber qué vió. No sé si hablar de amargura, ya que el tiempo y la edad por si solos pueden hacernos amargos, pero ciertamente no vi serenidad. En todo caso cierta indiferencia. Ojalá Roger no se sienta dolido de mi por lo que escribo, pero es la verdad. ¿Esperaba encontrar algo diferente? No sé. Es como saber que algo va a ocurrir sin remedio: cuando al fin sucede, siempre nos sobresaltamos, siempre nos asusta la sorpresa. Saqué en limpio que todo lo que he visto y vivido en estos años de separación es nada o casi nada comparado con ellos. Les hablé de mi, de lo que hacía, de lo que era mi trabajo en ese entonces, y aunque no me lo dijeron. Percibí indiferencia en sus voces. Repito que más generosos de lo que se portaron conmigo (hablo de lo material) resultaba imposible, pero me sentí triste. ¿Será posible que nuestra vida –la de todos- haya sido esa basura? <br /><br />En diciembre de 2011 David Lago falleció; cuando lo hizo yo no me comunicaba con él desde hacía meses, pues se había politizado demasiado parta mi gusto.<br /><br />Una mañana regresé a Ginebra y a los pocos días, a Cuba.</span><br />Antonio Desquirón Olivahttp://www.blogger.com/profile/05618758686973863304noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1790621801050039335.post-31264304293295662422012-11-15T09:19:00.002-08:002012-11-15T09:19:39.280-08:00<span style="font-size: large;">En lo que a mi personalmente se refiere, el ’99 comenzó en positivo. Mi doble cargo de Secretario (con mayúscula) de Fundación Caguayo y Caguayo S.A. me había introducido a un mundo diferente al mío. Me volví un funcionario: no estatal, pero funcionario al fin. Cultural, pero funcionario. Víctima o actor de riesgos, responsabilidades, envidias y compromisos que no me pertenecían. Un poeta debe preocuparse por hacer poesía, no por los vaivenes de una institución. Pero ese establecimiento me daba (y sigue dando) de comer y vestir, y en el campo de la Cultura de mi país –que es el único que conozco algo, poco- ni entonces ni ahora existe algo siquiera parecido. <br /><br />Como ya dije resolvía muchos problemas que no tenían que ver conmigo. Igual que la inmensa mayoría de las personas que escriben, uno se dedica a lo que puede; sólo que lo hacía desde una posición que me permitía comunicarme, moverme con cierta facilidad –el auto era de la empresa, verdad, y no disponía de él a mi antojo, pero lo tenía y en mi país y medio eso es una total y absoluta anomalía- mediante el auto conocí personas interesantes, fui a sitios, recibí invitaciones. A cambio debía soportar algunas malacrianzas. <br /><br />Supuestamente un Secretario solamente debe levantar actas de los Consejos de Dirección y las Juntas Directivas, inscribir los movimientos de acciones, citar a las reuniones ya citadas: yo hacía todo eso y además participaba de cuanta junta, despacho o asunto se perdía por Caguayo, desde organizar una exposición hasta evaluar un proyecto, pasando por atender a solicitantes insistentes y poco capacitados. Además, mis “pares” en el trabajo –por llamarlos de alguna manera- me hacían difícil la vida. Otra cosa no podía esperarse. Por una parte Lescay empezó a desarrollar una peculiaridad muy peligrosa de su carácter. En unas ocasiones piensa, comprende y oye; en otras sólo hace su voluntad. Unas veces, es muy modesto y otras, de una vanidad absurda. Generoso y cicatero a la vez. Estoico unas veces, excesivamente sensible otras. Y así. Siempre desconfió de nosotros: era así. <br /><br /><br />Hacia junio Suzanne vino a Cuba junto a la directora de Les Halles de l’Île. Aquí decidimos qué artistas irían a Suiza: Lescay, Julia Valdés y Mayito Trenard. Quedaban sin cubrir otra plaza de artista cubano. Durante los días que Suzanne y compañía pasaron en La Habana vieron el trabajo de Amelia Carballo y se decidió que fuera ella también, junto a Angelito Norniella (aunque de él solo obras). Luego, querían también llevar obra de Rodríguez Cobas, pero este se negó a ceder nada si él personalmente no participaba. Su empeño no prosperó. Yo también iría, no solamente como curador de la muestra sino a dar dos conferencias: una sobre la Regla de Ocha y otra sobre Arte Cubano de los ’90. <br /><br /><br />A fines de septiembre ya estábamos en Ginebra. Al final se hizo una muestra personal de Lescay en la alcaldía de Ferney-Voltaire, luego, con muchísimo éxito, las de los Halles de l’Île, un recup-art –taller de creación infantil a base de materiales de desecho- con Mayito Trenard. Y mis conferencias. Al final di otra que no había preparado, pues a Suzy la falló su conferencista sobre el tabaco habano y ocupé su lugar –en el Moulin à Danses, que pasaba sucesivamente de sala de conferencias a pasarela de modas y discoteca. Salió bien. También tuve una mesa redonda en una librería llamada Albatros. Se discutió sobre el mundo editorial en los países hispanos. Como pude, expliqué el caso cubano, o mejor, mi experiencia editorial en Cuba. O sea, muy poca: aparte de Cuba-Ginebra, se celebraba algo muy ginebrino llamado La Fureur de Lire (El Furor de Leer), que hacía muchas actividades relacionadas con la Literatura.<br /><br />Pasé en Ginebra cerca de un mes. Mientras los artistas se hospedaban en los estudios de la ciudad -los que están encima de las galerías- yo lo hacía en un pequeño espacio en los bajos del edificio donde vivía Suzanne, en la calle Vernon. Aprendí de guaguas, restaurantes y tiendas. Suzy me compró un teléfono portátil: gracias a él estuve conectado con mi oficina de Cuba y con mis amigos de Madrid. Coco Salas y David Lago conversaban conmigo casi a diario: en definitiva me invitaron a pasar unos días a Madrid. David Lago me pagó el pasaje y me hospedé en casa de Coco.<br /><br />He olvidado la fecha exacta de mi viaje a Madrid. Fue a fines de septiembre del ‘99. Estuve cuatro días. Desde que aterrizamos en Barajas se hizo evidente que vivía un ambiente muy diferente al apacible aeropuerto ginebrino. </span><br /><br />Antonio Desquirón Olivahttp://www.blogger.com/profile/05618758686973863304noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1790621801050039335.post-69568321994960917592012-11-12T08:54:00.000-08:002012-11-12T08:54:42.781-08:00<span style="font-size: large;">Apenas llegué, mi amigo Frank Aguilera me hizo ir a un espiritista -digo espiritista para designar alguien que daba consultas según las creencias populares cubanas, no porque fuera exactamente un discípulo de Allan Kardec - Ya fuiste a un médico y estás tomando medicinas; pero tú nunca te enfermas y a mi no hay quien me joda, si caminaste por la ciencia ahora tienes que caminar por “lo otro”. Se refería a mi infección intestinal, que en realidad se iba calmando poco a poco pero tardó más de un mes en desaparecer. Para él –y confieso que para mi también, pues en el Caribe los maleficios existen y funcionan- mi repentina enfermedad podía ser fruto de un trabajo. Fui. <br /><br />Era un actor que consulta sólo a “personas escogidas” del medio artístico que van recomendados. Rezó, me hizo despojos, me tiró las cartas, cayó en trance, describió cosas que “alcanzaba a ver”, “recetó” ciertos baños y me dijo que me fuera en paz. Su dictamen fue que yo tenía una protección muy fuerte, que no me preocupara aunque insistió en un ser luminoso y blanco junto a mi, con un compás y una regla –mi protector- y una señora también blanca -¿mi madre?- a quien se debían ofrendar flores blancas los sábados. No he sido creyente –en ese sentido popular- ni he tenido visiones u otro tipo de experiencias sensoriales, pero siempre he sentido muy claramente la presencia de mis padres fallecidos dentro de mi. Supongo que cualquier espíritu que se me apareciera en casa solamente podría ser amistoso. Es más, me gustaría que eventualmente alguno de ellos conversara conmigo. Jamás he sentido miedo en mi casa de Cuabitas. Tengo por costumbre poner flores semanalmente frente a los retratos de mis padres y parientes fallecidos; los antepasados tienen su sitio, como los penates en las casas romanas. <br /><br />Repito que no soy ferviente, pero creo firmemente en los espíritus: ellos nos conocen, previenen, protegen y viven junto a nosotros. El culto a los antepasados es digno. Se supone que la autora del maleficio que me enfermó fue Chacha del Sol, que trabajó en Caguayo –yo le entregué su carta de despido firmada por Lescay- y es célebre por su vocación de mando y sus venganzas solapadas: se supone que su propósito fue impedir mi viaje pero no lo logró a causa de mis protectores. <br /><br />¿Fue en octubre o noviembre del ’98 que comenzó la revista SiC, perteneciente al Centro del Libro y la Editorial Oriente? Me nombraron en el Consejo de Redacción y acepté muy contento. Por supuesto que si no hubiera sido Secretario de Caguayo no se les hubiera ocurrido jamás proponerme, pero ya que lo habían hecho no tuve escrúpulos mentales. Siempre supe que un consejo editorial no decide mucho en una revista cubana, pero siempre he querido aprender y desde que en los ’80 tuve la experiencia del boletín GALERÍA que sacábamos en la Galería Universal supe que tenía que aprender. Esta era una oportunidad. Por supuesto que ello no implicó otro salario: se trataba de algo “honorífico”. OK, pero me acercaba bastante al mundo editorial, que constituye una verdadera laguna para mi. Así sacamos el primer número. Cuando escribo esto, vamos por el 52. Desde el 2001 no soy Secretario (con mayúscula) de Caguayo y sigo en el Consejo revisteril.<br /><br />Caguayo pertenece a la saga cubana de “lo salido del Príodo”. Repito que esto no es ni quiere ser un texto de Historia, pero me doy cuenta de que ni dentro ni fuera de la isla, estos años de intentos malogrados e historias mal contadas han logrado encontrar quien reflexione sobre ellas: por lo general se recuerdan como una especie de basura viviencial. El siglo XX se despedía de Cuba y del mundo amagando desde detrás de la bruma: en realidad, qué se podía predecir para el futuro si no precisamente más indecisiones y perplejidades</span>. <br /><br />Antonio Desquirón Olivahttp://www.blogger.com/profile/05618758686973863304noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1790621801050039335.post-76438070080493857722012-11-08T10:04:00.000-08:002012-11-08T10:04:16.656-08:00<span style="font-size: large;">Llegué a París 12 de octubre: yo cumplía 52 años. Suzanne me esperó en Charles de Gaulle (Air France vuela Boyeros-Ch. de Gaulle) la saludé, le di un beso y corrí a buscar un “aseo”. Disponíamos de tres días y me hospedó en un hotelito llamado Términus, cerca de la Puerta de Orléans mientras ella se quedaba en casa de su hermana, que era profesora en la Sorbona. Seguí mal. No podía salir. Una tarde que fuimos a comer algo a una brasserie cercana tuve que correr (por cierto, descubrí que su excusado con unas huellas donde hay que agacharse, era exacto a los que ponen en las cafeterías baratas cubanas. Nunca pensé un encuentro de ese tipo en la Ciudad Luz). Los próximos días los pasé encerrado, entre el lecho y el WC. Hastiado de todo, revisé las guías telefónicas en busca de algún improbable pariente y hallé a una tal Lilas Desquiron. <br /><br />Suzanne reservó para ambos en el tren TGV, que partió de la Gare de Lyon y se detuvo en Bellegarde, donde ella y su esposo Guy tenían la casa de campo. Cuando llegamos, él había preparado un delicioso guiso de cordero del cual no pude participar. Pasé unos días malos durante los cuales las medicinas sencillas que me dieron –carbón, pepsina- no me mejoraron. Evidentemente había que ir a un médico. El mismo día de mi arribo a Ginebra fui al consultorio del edificio donde quedan las oficinas de Suzanne: ella me hizo un seguro médico y lo utilicé sin problemas. Era una infección intestinal. No logré recuperarme aunque sí mejoré y pude hacer lo que necesitaba. No se repetiría la historia de París y el proyecto irrealizado. malogrado<br /><br />Suzanne es una profesional y yo estaba sobre aviso: planeamos una serie de acciones para el otoño de año próximo. Sin carácter comercial: si se vendía algo, bien; pero ese no sería el objetivo central. Traeríamos de Cuba cuatro artistas a exponer e incluiríamos cocina, música, y una serie de manifestaciones que la hicieran atractiva para el gran público. Como una gran fiesta cubana. Arc-en-ciel garantizaría los pasajes y dinero de bolsillo para la alimentación. Para el albergue ya contábamos con el apoyo del gobierno de la ciudad, que a la vez poseía dos galerías en el centro de una islita cerca de donde nace el Ródano; es más, los estudios que ocuparíamos, de hecho quedaban encima de esas galerías. Me ocupé de visitarlas. Son magníficas. Fui también a la galería de Arianne Orligue-Suzer; es pequeña pero frente a la Biblioteca de la Cité –es decir, en la Ginebra antigua, la de Calvino. <br /><br />En aquel tiempo Arianne estaba casada con Monsieur de l’Orligue –pero esta es otra historia. Conocí a la galerista y propietaria, una mujer maravillosa nacida en Haití. Mi apellido le llamó la atención, pues la gran amiga de su infancia –con quien había crecido- fue la Lilas Desquiron que hallé en la guía telefónica parisina. La telefoneó casi enseguida y descubrió que en efecto sí somos parientes y que haitianos y cubanos, los desquirones son una sola parentela. En realidad sabía vagamente la existencia de los haitianos a causa de mi tío Mario Desquiron, que trabajó décadas en el llamado “Cable Americano” -American Cable & Wireless- y afirmaba que por sus manos pasaban mensajes para unos “desquirones” en Haití, pero sin más detalles. Más adelante conversaremos sobre ellos. Hice mucha confianza con Arianne. <br /><br />Aparte de conocer en detalle las galerías de Le Halle de l’Île, conocí bien a Lily Koch, directora de la de Artes Plásticas, ya que la de Artes Aplicadas por alguna razón nunca apareció. No comprendo totalmente el régimen de las galerías de Le Halle de l’Île: creo entender que la ciudad es dueña de la instalación (el inmueble), la cual es dirigida y administrada –ahí es donde se pierde la madeja- por una cooperativa llamada CARAR. El hecho es que en esa trabazón, la figura de la directora es sumamente importante: CARAR decide si es ella u otra persona quien dirige, y las disposiciones son suyas. <br /><br />Para la propaganda, Arc-en-ciel y la propia Suzanne eran inmejorables. Evidentemente sería de algo bien hecho, que quedaría. Claro, también conocí a otras personas. Como a las tres semanas regresé. <br /></span>Antonio Desquirón Olivahttp://www.blogger.com/profile/05618758686973863304noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1790621801050039335.post-52449481880630827422012-10-23T10:15:00.002-07:002012-10-23T10:15:52.128-07:00<span style="font-size: large;">A principios de diciembre se vio que no cabíamos todos. Entonces fueron a Megacén y alquilaron dos locales grandes y otro pequeño para René. La mudanza se produjo entre Navidad y Fin de Año.<br /><br />La oficina donde trabajaba era la mejor –la de la presidencia-: en la segunda planta. De puntal alto, por el oeste daba a un balcón, por el este la cerraba un vitral y por el norte abría a un gran salón que parecía de baile y tenía más balcones. <br /><br />Megacén quiere decir algo así como “gran centro”, pero su incoherencia rayaba en lo absurdo: en realidad se trataba de un centro de información del Ministerio de la Ciencia, la Técnica y el Medio Ambiente. Tenía biblioteca y hemeroteca especializadas en temas científicos, un importante nodo informático que ofrecía servicio de correo electrónico e Internet, un espacio llamado “el teatro” propio para conferencias, un patio central, un pantry y un pequeño departamento comercial para la compra de libros, revistas, el pago del correo electrónico, etc. Servicios no necesariamente relacionados entre sí, pero que objetivamente se unían en ese punto por obra y gracia a las atípicas estructuras cubanas. <br /><br /><br />Mis relaciones con Suzanne Chautrière, la suiza, se reanudaron después de recibir un fax donde me anunciaba su intención de reanudar nuestro proyecto. Siempre le había escrito en mi mejor francés, por eso me sorprendió tanto cuando una mañana tocó a mi oficina una mujer muy blanca, de mediana edad, facciones finas, cabello castaño y expresándose en un español fluido. Suzanne fue ballerina y vivió diez años en Barcelona. Vino con una amiga llamada Françoise y se hospedaron en el Hotel San Juan. En ese viaje ella, Lescay y yo formalizamos lo que sería luego el Proyecto Cuba-Ginebra (que todavía no se llamaba así): quedó decidido que yo iría a Ginebra el próximo octubre. <br /><br /><br />Otra persona empezó a vivir aquel año: Balcells. Siempre lo recuerdo con risa, en un ambiente alegre. Vino expresamente de La Habana a un Consejo de Dirección. Se dedicaba a imprimir y Caguayo lo representaba. Imprimía, diseñaba y varios otros negocios. Él pertenecía al pequeñísimo grupo de cubanos que se tomaron en serio el “ambiente capitalista” de mediados de los ’90 para organizar una verdadera oficina de negocios formal y bien organizada, la cual le había reportado una cantidad de miles de dólares bastante respetable: esto puede ser una tontería en cualquier país, pero eso mismo, en Cuba y sin hacer negocios turbios, roza la hazaña. La visión oficial del hombre próspero cubano de los ’90 se limita a la persona con FE (familiares en el extranjero que le remitieran mucho dinero), los dueños de paladares, personas que alquilan habitaciones para turistas, capos del mercado negro, traficantes de carne u otros comestibles, artistas plásticos o músicos de renombre internacional –los deportistas comenzaron a ganar algo sólo alrededor del 2000. Para no hablar de delincuentes o gente relacionada con la prostitución.<br /><br /><br /><br />Balcells no, él era un verdadero empresario que se había dedicado a buscar y encontrar qué campos de la economía cubana –no relacionado con turismo, alimentación o sexo- era capaz de producir ganancias legales. Logró hacer trabajar a las imprentas de organismos, que sólo hacían cosas en papel de baja calidad, a dos colores, con tipografía grande: gallardetes, volantes y cosas por el estilo. Por eso se salvaron esas imprentas, pues en aquellos años no tenían papel, ni tinta, ni lo esencial para trabajar -en realidad lo hacían groseramente porque no había incentivo para hacerlo bien, no era sólo cuestión de equipos nuevos-. Se ocupó de estar con ellos hasta la hora que fuera a fin de que el trabajo saliera bien –para su beneficio, es cierto-, llevarles merienda –la alimentación sigue siendo un problema de primerísimo orden-, ron –por alguna razón a los impresores beben mucho sin emborracharse- y al final, para rematar, una carta de agradecimiento del cliente para el organismo que regía la imprenta. Gracias a él esos sitios no cerraron –sin trabajo les esperaba la clausura y posterior desguace. <br /><br />Al principio hizo trabajos pequeños, pero luego empezó a imprimir para ETECSA (la empresa de telefónica), que hacía grandes pedidos de tickets, formularios, posters, anuncios de mano, etc –para los cuales se requería un diseño contemporáneo y buena terminación: nada de papel baratos, un solo color y tipografía fea-. Balcells necesitaba ser representado por una entidad oficializada que le permitiera establecer contratos. <br /><br />Ahí entró Caguayo S.A., que lo podía hacer . ETECSA contrataba con Caguayo S.A. y ésta con Balcells. Eran contratos muy grandes que siempre se cumplieron y dejaron mucho dinero. Más tarde –para que se sepa el final- a ETECSA el Estado no le permitió gastar mucho en propaganda, y el trabajo de Balcells con ella disminuyó. Otro gran cliente eran los Prácticos de Puerto, que ganan e imprimen mucho. Y así. <br /><br />Balcells, además, era presidente de una compañía en Panamá y formaba parte del Consejo de Dirección de otra más, italiana. La ley cubana no se opone a que un ciudadano posea bienes en otro país. De hecho existe un fotógrafo cubano residente en La Habana que es co-propietario de una empresa española. <br /><br />Con el tiempo la empresa italiana a la que pertenecía Balcells comenzó a enviar a Cuba mucho papel de calidad: aquí es vendido, la empresa gana, a él le corresponde una comisión como directivo y vendedor. Él gana, la empresa italiana gana y Cuba también, al evitarse el problema del transporte. Pero en esto último Caguayo S.A. no interviene. <br /><br />Es práctico, muy tolerante e inteligente; no refinado, pero cuando quiere serlo, su sentido del ridículo le impide “pasarse”. Sabe que las obras de arte y las antigüedades son una buena inversión y tiene varias en su casa. Además, vivía un romance con una muchacha que trabajaba en la oficina nuestra de Santiago: no paró hasta que se la llevó para La Habana y allá le buscó un empleo magnífico. Es casado y con familia, pero eso nunca fue obstáculo. Hoy día Balcells vive en Perú –allá tiene un negocio de compraventa de pescado- y a veces nos escribimos o es él quien viene a Santiago. <br /><br /><br />Ese año se hizo el trabajo de Martinica. Lo relaciono porque tuvo mucha importancia en Caguayo. Un municipio de esa isla decidió levantar un Monumento al Neg’ mawó (literalmente “negro cimarrón”) y comisionó para ello a un artista local. La fundición y montaje se nos encargó. Ello provocó mucho intercambio, viajes, etc. El artista martiniqueño falleció en esos meses y Lescay adaptó su maqueta para fundirla: le hizo cambios indispensables. Fue un contrato importante, no solamente por el monto sino porque la firma cobró otro carácter. Se firmó un contrato y los martiniqueños fueron pagando a medida que la obra avanzaba, hasta que se trasladó, se montó y fue inaugurado. Pagaban en efectivo: viajaban con maletines de francos que yo personalmente contaba, se depositaba en la caja fuerte de Caguayo y al día siguiente era ingresado al banco. <br /><br />Cierta tarde se recibió una llamada telefónica del Secretariado provincial del PCC citándonos a una reunión urgente acerca del monumento de Martinica. En ese momento el Secretario provincial era Juan Carlos Robinson Agramonte. Lescay andaba de viaje y nadie más quiso asistir, por lo que tuve que hacerme cargo. Me preparé sacando copia de todos los documentos: contratos, facturas, depósitos bancarios, fotos de la obra en progreso, etc. Ya en la sede del PCC provincial me mandaron a un salón donde estaban reunidos todos o casi todos los directores de instituciones culturales: evidentemente se trataba de algo importante. Robinson me pidió que explicara en qué consistía el proyecto de Martinica: conté la historia y le mostré mi arsenal de fotocopias. Demostró impaciencia por la cantidad de papeles. Insistí. Evidentemente se proponía hallar algo que le permitiera iniciar una campaña. Algo ilegal. Una irregularidad, un soborno, un robo. No sé. No pudo y tuvo que callarse la boca. Toda aquella gente estaba allí para ser testigos de su celo y nuestra corrupción. Quien cumplió prisión por ilegalidades y abuso de poder (aunque dicen que ya está en la calle) , es él. Aquella reunión demostró que Caguayo era un sistema serio y confiable, con el cual se puede trabajar. <br /><br />Llegaba octubre. Yo estaba a punto de salir para Ginebra. Había que tomar el avión en La Habana. Salí de Santiago un sábado para viajar al día siguiente. En el aeropuerto comencé a tener mucha fiebre y dolores de vientre. Soy sano y esos síntomas me asustaron. Cuando llegué a La Habana aumentó la fiebre (40º o más) y empezaron unas diarreas imparables. Pasé una noche fatal. Todo el día siguiente siguió del mismo modo, pero no se me ocurrió suspender el viaje. El vuelo fue de noche: lo pasé entre mi asiento y el retrete. <br /></span>Antonio Desquirón Olivahttp://www.blogger.com/profile/05618758686973863304noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1790621801050039335.post-63076609453510097932012-10-22T08:57:00.001-07:002012-10-22T08:57:35.553-07:00<span style="font-size: large;">Estaba loco por regresar a Cuba. Mi exposición, como tal, prácticamente no existió. Ya era un mes allanándole el cuarto a otra persona. Casi sin plata, con mis gentes en Cuba, hablando francés y en total celibato. No es que desagradeciese la oportunidad, pero los amigos tenían su vida, ya los museos habían sido vistos y me entró la morriña. Era la hora. <br /><br />He oído varias veces que se añoran las palmas y el cielo azul: eso es otro mito. Las palmas son bellas, pero los plátanos, los jardines y las fuentes también. Y el cielo es azul en todas partes: se trata de cosas más concretas. Cuando la soledad no va a ser perenne, de manera que uno se arregle para sacarle las ventajas –que las tiene y muchas- resulta una pérdida de todo.<br /><br />Fui a Cubana de Aviación y arreglé mi pasaje, recogí las obras –sin vender una sola- y Cristóbal me firmó una carta de agradecimiento para los expositores. Cuando llegó la fecha, el propio Rubén me llevó hasta Orly –se lo agradeceré siempre, aunque comprendo que ya debía estar harto. Ahora hay vuelos directos a Santiago, pero entonces no. <br /><br />Después de nueve horas más de dos de cola en La Habana, me vi en la Terminal 3 de Rancho Boyeros. Un taxi me condujo al Vedado, a casa de Josefa. Pasé un día blanco en La Habana. Volví a Rancho Boyeros, me monté en el avión de Santiago y por fin pisé mi tierra. El viaje de trabajo resultó de aprendizaje. Crecí y estaba aquí de nuevo, pero sin cumplir tanto como me prometí a mi mismo y esperaba. <br /><br />En definitiva, así ha sido mi vida.<br /><br />Y regresé. Me sentía alegre y triste a la vez.<br />Un chofer de la Fundación me recogió en el aeropuerto con el Volvo donado. Javier también fue a casa al poco rato de llegar yo. Pero me corroía la insatisfacción. <br /><br />Esa misma tarde tuve mi primera discusión con Lescay. Para mí personalmente el viaje había resultado maravilloso: amigos, museos, calles, sitios increíbles. Pero profesionalmente no sirvió. Conté todo: el montaje inexistente, el club oscuro y salsero, la exposición que apenas existió. Ni una obra se había vendido: todas regresaron. Luego supe que Lescay nunca pisó el club de jazz. Conversó con Cristo en otro sitio, imagino que con una botella de por medio. Trazaron planes, Cristóbal Yvonet prometió. Y luego se olvidó. O se arrepintió. ¿Ingenuidad de Lescay? Inexperiencia, mejor. De hecho mientras el primero no tomó en serio el proyecto, el pintor lo registró, me lo pasó y yo me lo creí. ¿Manipulación? En parte, pero es su costumbre transferir a otra personas los compromisos enojosos o que él personalmente no puede aceptar. ¡Quién no iba a aceptar organizar una exposición en París y pasar allí un mes! <br /><br />Cualquier proyecto cultural debe planearse con todo detalle: lo puramente artístico, lo técnico y lo logístico. Me mandaron un boceto en planta del New Heaven, pero no pregunté su color, su alto ni su área iluminada: hay que estar seguro de esos detalles. Aparte de que no es recomendable hacer ningún proyecto con persona no profesional o que no conozca bien estos mecanismos. Sin buen soporte de comunicación tampoco se debe iniciar un proyecto. Así se evitan aventuras como la de París.<br /><br />La discusión se complicó cuando me comunicó que habían decidido mudar la Fundación a una dependencia que existe en el área de parqueo del Teatro Heredia. Es cierto que ya Caguayo era muy grande para seguir en el estudio de Lescay: él apenas podía pintar y había perdido toda privacidad. Habíamos hablado de eso, es cierto. Pero la opción del Teatro Heredia era la peor. Era (y sigue siendo) un lugar absolutamente controlado en cuanto a teléfono, prohibiciones de acceder cuando la Seguridad lo estime necesario. Quizá se piense en un teatro como los demás: es un lugar especial para congresos, discursos, convenciones. A veces actúa como teatro, pero el Heredia es el sitio designado para las Ferias del Caribe, la del Libro, el Evento de Cultura y Desarrollo. Todo con un significado político subido. Era como estar amarrado, vigilado. Existía la propuesta de Megacén, que es un centro científico en la parte histórica de Santiago: un edificio republicano recién restaurado. No averiguaron. Ni siquiera me lo comentaron: decidieron y ya. Evidentemente fue cosa de Rigual: más comodidad para él (vivía apenas a dos cuadras) y más posibilidad suya para controlar. Aprovechó mi ausencia y persuadió (es un verbo demasiado generoso) a Lescay. Me sentí manejado. Tendría un guardián o un enemigo (o ambas cosas) junto a mi. Sólo que entonces yo no estaba seguro de si lo hacía por fidelidad a Algo, por beneficio propio, o por qué. Pasarían años antes de que supiera que la necesidad de éxito y protagonismo hacen capaces de todo a algunos hombres.<br /><br />Debo agregar aquí que durante mi viaje a París entraron a Caguayo dos personas importantes: Fernando Chibás, que ocuparía el cargo de jefe económico de CAGUAYO S.A., y Mailín Fong, que sería especialista de la Fundación. Y Secretaria, cuando yo dejé el cargo y Rigual fue impedido de serlo. Ya para entonces el movimiento de Caguayo había aumentado, tanto así que El Moro no podía ocuparse de lo económico y lo comercial a la vez. Eso, aparte de que la muchacha que llevaba “las cuentas” desde siempre en el Taller de El Caguayo tenía un sistema muy rudimentario a base de vales de entrada y salida que no servía para una empresa. Nandito (Fernando) construyó la contabilidad de Caguayo con tremendo trabajo. Es verdad que su carácter es difícil y los sentimientos de inferioridad física a veces lo hacen comportarse de manera ridícula. Mailín Fong dirigió varios años la Galería Oriente. La conozco desde entonces y es muy buena profesional y magnífica persona. Renunció a la Galería cuando vio que no existía futuro para ella en ese sitio. Antes de mi viaje, Lescay me pidió opinión sobre ella y la di muy buena.<br /><br /><br />En efecto, nos mudamos al Teatro Heredia. El lugar que teníamos asignado no llegaba a sesenta metros cuadrados. En ese tiempo éramos muy pocos, aunque ya habíamos comenzado a crecer. Realmente el espacio nos quedaba chico. La hija mayor de mi prima Xiomara había sido contratada para hacernos café y almuerzo. Yadira se llama mi prima segunda; nos llevamos muy bien, pero su desgano existencial se trasmitía a lo que cocinaba. A la larga no siguió en Caguayo. Sustento una teoría, y es que el gusto de tu cocina está ligado a tu desempeño sexual: el refrán de que el amor entra por la cocina posee una misteriosa vigencia. Lo mismo se extiende al café. El moro Arafet resolvió nuestras meriendas mediante cajas de galleticas y potes de salsa mayonesa, con lo que la oficina cobró cierto ambiente de vivienda humilde, y como en mi ciudad era célebre la cuartería de Julio Palacios, así nombramos a nuestra casa matriz. <br /><br />Mientras, ¿podía yo sentirme satisfecho, feliz, por algo? Por nada. Caguayo me estaba llevando a donde yo no pertenecía. Esta sordidez no pudo mantener mi atención por mucho tiempo. Al principio me enfurecí, pero después lo fui olvidando: no tiene que ver conmigo. Por eso me dediqué a mi vida personal. Por un lado, Tico guardaba sospechoso silencio; incluso había habido un cambio en él. Por el otro, Javier se alegraba de mi regreso de una manera Estaba seguro de que tenía otra vida y ni siquiera me importaba. <br /><br />Fueron años oscuros, de error total. No evado lo que sucedió, e incluso creo inútil reclamar responsabilidades. Ciertamente no fui codicioso ni corrupto ni ansié desmedidamente bienes terrenales, pero di a mi vida un rumbo falso, que no me mejoraba espiritualmente. Sólo pensaba en mis amores, o mejor en los cuerpos de mis amores: cualquier cosa que haya sucedido luego ha sido en buena parte responsabilidad mía.<br /> <br />Hacia fines de año se celebró un evento de Caguayo llamado Fotonoviembre, con muchos invitados cubanos y extranjeros. Fue cosa de René Lescay y de la americana que era mujer suya, Hanna Fryes. Se trataba de una rubia alta, fuerte, huesuda; una nativa de California que residía en México, aunque descendiente de irlandeses. Hacía un doctorado sobre religiones africanas. Buena fotógrafa, aunque percibí en su trabajo cierto regusto por lo retorcido. En el oeste de los Estados Unidos, México, Centroamérica y Colombia existen sectas que rinden culto al Demonio: siempre he tenido la sospecha de que Hanna pertenecía a una de ellas. Su inclinación por las creencias de raíz africana –principalmente el Palo Monte o Regla Conga- partía de la creencia errónea de que el ideal palero es el Mal y lo Satánico. Era una mujer equivocada respecto a la vida en Cuba: a pesar de todo, Fotonoviembre quedó bien y logró atraer a profesionales –sobre todo mexicanos- muy calificados. <br /><br />Una tarde a fines de ese mes, se presentó sin previo aviso una tormenta con mucho viento. Varias gigantografías colgadas a muchos metros del suelo resultaron dañadas. Con la ciudad todavía aturdida por la manga, Lescay salió a buscar una grúa para descolgarlas: regresó con cuatro. En el ’97, hallar cuatro grúas en Santiago a las seis de la tarde, dispuestas a ayudarte sin condiciones, era toda una proeza. Cuatro, o una sola, o cualquier equipo. Sólo una persona con la energía, el carisma y la fama de mi jefe podía hacerlo. Bajamos las gigantografías, las secamos, las empaquetamos y las guardamos: ese día regresamos a casa de madrugada.</span><br />Antonio Desquirón Olivahttp://www.blogger.com/profile/05618758686973863304noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1790621801050039335.post-21631155218428003182012-10-19T06:44:00.002-07:002012-10-19T06:44:46.199-07:00<span style="font-size: large;">Cada ciudad o pueblo tiene su olor. París huele a rosa vieja: no a la mustia de los jarrones, sino a otra que hubiese vivido mucho tiempo y su perfume hubiese devenido denso y penetrable a la vez. La Habana huele a gas de cocinar; Ibagué a fruta pasada; Ginebra a abeto y agua; Santiago, en sus mejores momentos, a pan y sudor; Cuabitas, a tierra y flor de mango. <br /><br />Creo que pasé más trabajo de lo necesario y quizá mis recuerdos no sean exactos, pero la memoria es así. En un muro, cerca de una esquina de la Orilla Izquierda, había un reloj de sol de Salvador Dalí. Todavía no me atrevía con el metro: temía perderme y no saber dónde bajar. Una mañana quise caminar alrededor de la Opéra Garnier: quería tocar sus paredes y husmear en el Café de la Paix, pero apenas llegué frente a ella me atacó un cólico rabioso y tuve que regresar a toda prisa a Clichy. Hoy puedo decir que conocí aquella ciudad como se debe: a pie y con poca plata.<br /><br />Cierta mañana fui a Place de la Concorde y subí al Jardín de las Tullerías del lado de l’Orangerie. Se supone que ese es la meca mundial del flete. Como decir, la Caaba o el Santo Sepulcro de la mariconería. Eso sería antes de la Guerra. Según Coco Salas, allí fleteó Gore Vidal. A lo largo de la gran terraza hay sillas de extensión con personas que toman el sol. Son maricones con gafas oscuras que se estiran bajo el sol y miran discretamente cuando pasa algún joven: pero, ¿qué joven puede pasar casualmente por Las Tullerías? Debe de existir una misteriosa secta gay parisina encargada de conservar antiguas tradiciones.<br /><br /><br />Calculé que ya Gabrielle Maraud habría regresado y la llamé: gracias a ella y a mi amigo Carlos había publicado unos poemas en la Revue Noire años atrás. Me cité con Gabrielle en el Café de Cluny, con sus camareros de delantales que casi tocan el piso. Pedí un refresco de cola y un café, ella una botella de Perrier. Por alguna razón, el agua no llegaba: se lo recordamos al garçon. Conversamos muchísimo, pero de agua, nada. Gabrielle se hartó y llamó muy discretamente al camarero –la paciencia de las profesoras siempre me sorprende- para reclamar su pedido y el hombre respondió No he hecho otra cosa que pensar en su agua. Los camareros de París son especialmente ingeniosos y contestones.<br /><br />Gabrielle me recomendó a Abraham Levi –un judío cubano, que se hizo arquitecto en La Habana y enseña Historia del Arte en un liceo parisino. Fuimos al Louvre: como profesor, él tiene entrada libre y compró la mía. Parecía una estación de trenes: nunca había visto tal cantidad de personas en un museo. Abraham me preguntó qué quería ver. Lo que sale en los libros. Me hizo una visita instructiva que comenzó en el subsuelo con las bases del Louvre medieval. Fuimos subiendo y vi lo que había. <br /><br />Tener delante las obras de toda la vida, al natural –“en persona”- es toda una experiencia. El Escriba Sentado es algo más grande que un bibelot, la Piedra de Hammurabi es enorme y pulida, La Venus de Milo está colocada en un pasillo y si no la conoces pasas a su lado sin verla; en cambio La Victoria de Samotracia resulta totalmente sobrecogedora en un descanso de la escalinata: dicen que Hitler no bombardeó París para poder llevársela como botín. Los Esclavos de Michelangelo también son majestuosos: me indignó ver la turba de italianos en short que se hacían fotos junto a ellos (imagino que los guardianes de sala estarían también de vacaciones, aunque con tanta arribazón de público no sé qué hubieran podido hacer). Aparte de que no es muy grande, la Gioconda se exhibe dentro de un nicho, detrás de un vidrio de seguridad: el gentío no dejaba verla; en este caso una buena reproducción es preferible mil veces. Mientras ocurre lo anterior, la sala de maravillosos Leonardos está casi vacía: gracias a Dios nadie mira la Virgen de las Rocas, ni los retratos. Leonardo da Vinci es totalmente superior (cosa mentale, como decía él de la Pintura) y comprobarlo fue un logro personal que aprecio mucho. Dos cuadros más me asombraron: La Balsa de la Medusa, de Géricault, cuyo enorme formato y extraño realismo te estremecen como no habías imaginado y el Retrato de Madame Récamier de Jacques-Louis David que tanto estudié en mis días de la Galería Universal, expuesto encima del diván original donde se sentó la dama para ser pintada. En esa parte del museo, el pavimento y toda la decoración son verdaderamente palaciegos.<br /><br />Como el ticket de entrada vale por un día completo, Levi y yo salimos a comer algo y entramos al Mac Donald que queda enfrente. Lo que más se parece a una cafetería cubana es un Mac Donald: medio sucio, lleno de gente que habla alto, con olor a fritanga. Parece que las hamburguesas son la misma basura dondequiera, sólo que las Mac Donald se sirven bonitas y con papas fritas. Eso sí, con un refresco de cola grande –una Pepsi, por ejemplo- son maravillosas: comida-chatarra, de acuerdo, pero deliciosa.<br /><br />Una noche, Gabrielle me invitó a su casa a cenar (Levi también estaba). Se esmeró. Soy goloso, y si digo que la comida estuvo buena, es cierto. Abraham se fue temprano, pero ella y yo nos quedamos hablando. Me distraje –para mi, el mayor placer que existe, incluyendo los pecaminosos, es conversar-. Como a las once y media, dice ella se te va a ir el último metro. ¿Metro? “Fue como un rayo el mi interior” -como dice la canción de Pablito Milanés. Es que nunca he andado en metro. Es muy fácil –dijo la profesora-. Aquí cerca hay una estación. Yo te acompaño: mira tu ticket. Ya lo tenía, esa mujer es increíble. Bajas, esperas la línea Tal, pero no cualquiera sino la que diga Tal-más-cual, montas, y cuando llegues a un punto donde dobla a la derecha cuentas la segunda parada y te bajas. ¡Dime tú!, exclamé dentro de mi. Como el condenado que va a la cámara de gas, me dejé conducir. Bajé las escaleras y llegué al andén. Los trenes iban y venían. Esperé el mío y subí. Fui mirando por la ventanilla los nombres de las estaciones. Cuando pasó lo que me habían vaticinado, bajé. Salí a la calle y miré, reconociendo. ¡Maravilla! ¡Estaba en el mismo Clichy! Llegando a casa la telefoneé que había legado bien. <br />Gabrielle Maraud me enseñó a montar en metro. Lo primero es saber francés, lo segundo leer todos los letreros y obedecerlos, lo tercero comprar el ticket y accionar el torniquete de la entrada al andén (si no lo sabe, fíjese cómo hace el que entre antes de usted y haga lo mismo: no pregunte, nadie le va a responder aunque hable como Racine).<br /><br />Un atardecer subí al Sacré Coeur en el funicular: gracias a Rubén había conocido a una francesa –que por comodidad llamaré Marcela-. Era rubia, sola y muy amable. Quizá buscaba compañía; no la hallaría en mi, pero como insistió nos citamos junto al templo. Después de conversar un rato y mirar el ocaso, caminamos por la Place du Tertre con su mundo de turistas y pintores callejeros. Entramos a comer a un sitio; yo seguí fiel a mis emparedados griegos, pero ella se complicó algo más. Recuerdo mucho ruido de vajilla rota: enfrente quedaba un otro lugar, griego, donde la atracción era cumplir la costumbre de romper los platos después de una comida. ¡Dios santo! ¡Cuánto desperdicio! ¡Con lo difícil que es tener vajilla! Pero el mundo de la abundancia es así: por eso un día va a virarse al revés y van a pagar justos por pecadores. Seguimos andando, cruzamos junto al Moulin de la Galette y bajamos las faldas del Monte Parnaso. Marcela tenía auto y nos fuimos al Quartier Latin –donde vivieron los romanos en el París primitivo. El apelativo “Ciudad Luz” no es mero slogan: esa noche París parecía un estudio de televisión. Podía encontrarse un alfiler en el piso. Cuánta luz. <br /><br />Otra vez acompañé a Rubén a un juicio en Nanterre. Como se estaba divorciando, lo preocupaba mucho ese asunto. Se trataba de un intento que de oficio hacía el juez para que la pareja no se disolviera. Me agradaba su confianza e interés en que yo viera cómo funciona el país más allá de bulevares y museos. De paso nos llegamos al hospital donde estaba Ignacio: ya su tuberculosis casi había curado y en dos o tres días le darían el alta. En una sola tarde conocí un hospital y un juzgado. <br /><br /><br />La calle Saint Denis queda muy cerca del club de jazz. Esa es la meca de la putería mundial. Una tarde la bajé, buscando un ómnibus que me servía: había putas de todos colores, razas, edades y complexiones. Putas lindas, feas, gordas, flacas, medianas. Se alineaban en las aceras por cientos. Dicen que los travestis están desbancando a las putas: una noche regresaba a Clichy con Rubén y nos detuvimos en una panadería. El establecimiento pertenecía a unos árabes y a esa hora estaba atendido por muchachos que no paraban de reír: en el mostrador había una puta con un vestido plástico negro abierto a lado y lado; el frente y la espalda se unían con un cordón. Cuando fue a pagar y preguntó C’est combien? descubrí que era un travesti.<br /><br />Cristo no se había desentendido de mi. Me llevó a su casa como dos veces. La esposa era una joven francesa que trabajaba con él. Cristo se había adaptado a Francia: vivía en un suburbio, su casa no era ostentosa ni muy grande, pero sí agradable. Me gustó. Quizá él es un poco loco, pero buena persona. Ahora pienso que la improvisación con que me recibió se debió a esa misma manera de hacerlo todo deprisa que caracteriza a los parisinos: es lo que menos me agrada de Europa. Todo corriendo. Es otro tempo, sí: pero no me agrada. Si aquí vamos lento, allá es al galope. <br /><br />Yo me había convertido en metromaníaco. Amplié mis reconocimientos y cubrí muchos barrios. A veces me aparecía de noche en el club –la estación Château d’Eau queda muy cerca-, saludaba a todos, me bebía una cerveza y partía raudo. Reencontré, después de años a Manuel, un jinetero de Santiago amigo mío que se casó con una productora de TV y se mudó a París. Fue un chico alto y atlético, pero había cambiado. Vestía mejor, pero su ligereza y sensualidad se esfumaron. Había dejado a la productora y su nueva casa no quedaba lejos: me invitó pero nunca fui. Ahora se drogaba, aunque no siempre estaba high. Cuando llegó cierta orquesta cubana, los muchachos no dejaban quieto a Manuel, que era como un sultán del polvo blanco. Quién sabe por qué Manuel no era recibido con alegría en el club. Jamás lo he vuelto a ver.<br /><br /><br />Ya estaba llegando la fecha del regreso. En esa ciudad hay muchísimos museos. En realidad no se entiende que un cubano cruce el Atlántico y caiga allá sólo para mirar las calles y el río. Había que ir. Abraham Levi me ayudó mucho: fuimos al Rodin; otro día quisimos ver la habitación de Proust –que la mudaron al Carnavalet- pero la cuidadora de la sala estaba enferma y no se pudo. Una tarde me apertreché de frutas y me fui al Centro Pompidou: entré a las tiendecitas, fui a los parques, di muchas vueltas, me senté al pie de un árbol, me comí las frutas y no entré al edificio. Me faltaba Orsay: a ese había que entrar. Desde Ingres hasta Toulouse-Lautrec más o menos. Una tarde fui. Su concepción museológica es el sueño de cualquiera que se dedique a esto. Redescubrí a Van Gogh, cuya textura pictórica es incapaz de reproducir la mejor lámina. La excelente oleografía del Moulin de la Galette (Renoir) que hay en la galería donde trabajé doce años es casi nada junto al original. Dudo cuál me impresionó más, si el Louvre u Orsay, y comprendí que es invaluable haberlos visto con el gusto y cuidado que empleé en aquellos días</span><br /><br />Antonio Desquirón Olivahttp://www.blogger.com/profile/05618758686973863304noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1790621801050039335.post-38437044427060356122012-10-18T11:50:00.001-07:002012-10-18T11:50:27.328-07:00<span style="font-size: large;">Comencé a andar por París. Me aprendí bien las líneas de los buses, o iba a pie. Al menos no necesitaba guía para ir a los principales sitios, los que cualquiera conoce aunque viva en el Caribe. Con mucha frecuencia llegaba hasta la Mairie, el Palais Royal y Notre Dame. Recuerdo mucho al viejo que se llenaba de gorriones cada tarde en la plazoleta de Nuestra Señora. Me aficioné al Sena y empleaba horas en recorrer los puentes y husmear en los cuchitriles de las orillas, donde hay libros, grabados y pinturas. Se encuentran verdaderas maravillas (por algo siguen ahí esos ventorrillos): desde anuncios de tiempos de la Primera Guerra Mundial hasta maravillosos libros de uso, pasando por paisajes –que no son la octava maravilla pero que quedan muy bien en cualquier saloncito de clase media alta-. Así encontré El archipiélago Gulag, de Soltzhenitsin. También iba mucho a las tiendas de los anticuarios, donde hay objetos antiguos de verdad: el cine no exagera cuando muestra cómo las cabezas de Buda viajan desde las selvas camboyanas hasta el Quai des Antiquaires.<br /><br />Me sentía libre y feliz. En esos días estaba por producirse la visita del Papa y un congreso de jóvenes católicos –qué verano de congresos, ese del ’97-: se extremaron las medidas de seguridad. Jamás había visto tal cantidad de policías. Ni en Cuba, que por cualquier desfile salen montones. Pero se trataba de París y del Papa. A pesar de todo, cuando uno me dijo cortésmente que si quería podía seguir mi camino hacia la Torre Eiffel, me sorprendí: aquella mañana hubo una misa en el Campo de Marte y yo había decidido visitar la Torre. Pero ni loco iba a gastar los ochenta francos que costaba subir hasta el tope –todo erizado por milientas antenas-, por eso recorrí bien los alrededores, me paré debajo en el mismo centro y miré hacia arriba. Hoy día puedo recordar con mucha exactitud cómo se veían los hierros –una especie de túnel que se estrechaba hacia el cielo.<br /><br />Telefoneaba a Carlos Victoria con bastante frecuencia –siempre lo he llamado o le he escrito mucho, hasta más de la cuenta-, pero es que nunca terminamos de hablar. No sé cómo dos personas tan distintas, y a veces tan opuestas, se las arreglan para “trasmitir en la misma frecuencia”. Eso sucede. También conversé mucho con mi prima Berthica: ella se casó en la capilla de Cuabitas en agosto del ’61, ese mismo día se fue y nunca ha vuelto. Con ella tampoco se termina de hablar. Me mandó plata (nadie se imagina cómo se sienten los precios de una ciudad grande cuando se viaja desde un país chiquito: me imagino que si uno vive allá y está organizado, será menos –no en vano París tiene tantos habitantes. <br /><br />Cuando la hora de comer me sorprendía en la calle, me alimentaba de emparedados griegos: enormes, hechos de carne de cordero que se corta en lonjas y se asa verticalmente clavada a un pincho giratorio. O compraba frutas. Si no me invitaban, jamás iba a un restaurante.<br /><br />Por lo general hacía pequeñas compras en un mercadito al fondo de casa de Rubén: leche, pan, huevos, queso rapé (rallado), spaghetti, café, tomate, quizá unas frutas. Yo mismo cocinaba –no lo hago mal- y resultaba más barato. Cuando mi prima me giró el dinero, yo no sabía dónde quedaba la oficina de Western Union: ya estaba la plata en París pero yo seguía “arrancado”. La llamé de nuevo y ella me sugirió que le diera una propina a cualquier empleado del hotel donde ella estuvo una vez, para que me indicaran. Se ve que ya es otra persona: ¡gastar 10 dólares en eso! Por fin comprobé que con marcar un número gratuito se obtiene la información exacta. Así di con el pequeño mostrador de Saint Germain, donde estaba el dinero. He leído que ahora existen varias agencias en París: en el ’97 había esa sola. El alivio fue inmediato. Descubrí y recorrí las librerías del Quartier Latin, pero no cometí la locura de gastar: como mi madre, cuando quiero puedo ser sumamente tacaño.<br /><br />Pasaban los días y Cristo no hablaba de exposición alguna. Comprendí que aquel club era completamente impropio –a menos que se hiciera una adaptación, sobre todo a base de luces-, y ni pensar en una galería. Pero podían colocarse algunos cuadros en el área semi-iluminada cercana a la puerta; sólo varios, para poder decir a los artistas que me dieron sus obras que habían expuesto en París. Me moría de vergüenza y de rabia. Pero Cristóbal estaba concentrado en los salseros cubanos que había contratado. Yo lo acompañaba con frecuencia, esperanzado en conmoverlo, pero el tiempo se iba en tocadores de bongó, treseros y cantantes caribeños. <br /><br />Una tarde –para “salir de mi”- me llevó a las Galerías Lafayette a comprar soportes: salieron carísimos. Y eso que escogí los más sencillos, a base de presillas y acrílico: con un mínimo de esfuerzo suyo hubiesen salido más económicos. Pero lo cierto es que estaba concentrado en sus espectáculos. Si usted pretende vender arte fuera del país, vaya con un profesional, un galerista establecido y con clientela: no experimente pues no da resultado. Aunque me costara admitirlo, no lo sabía aún y había llegado a París con un cartapacio de pinturas: ¿cómo regresar a Cuba diciendo que no había expuesto o inventando pretextos? Por eso monté y colgué varias donde ya he dicho. Nadie las miró, pero se expusieron en París y les hice fotos.<br /><br />Por esos mismos días conocí a Abbash, un descendiente de argelinos que trabajaba en la alcaldía y vivía en la calle Molière. Presidía una organización para ayudar a los niños de los países pobres. Lo visité varias veces, conversamos mucho y él hasta fue a ver mis cuadros, pero al final nada sucedió. <br /><br />Estábamos en pleno agosto y la gente había dejado a París casi desierta. Las vacaciones. Muchos establecimientos estaban cerrados luciendo un simple aviso manuscrito: NOS VEMOS EN SEPTIEMBRE. Todas las personas a las que me habían recomendado estaban de vacaciones. Era casi día veinte y aún no había entrado a ningún museo. Por suerte, París es un museo enorme. Basta abrir los ojos. Desde ruinas romanas hasta los rascacielos espejeantes de La Défense. <br /><br />El trazado en estrella del Barón de Haussmann es hermoso y peculiar de la ciudad: en el centro no hay edificios de más de ocho pisos y los tejados son abovedados y de pizarra. Le cogí amor a la calle.</span> <br />Antonio Desquirón Olivahttp://www.blogger.com/profile/05618758686973863304noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1790621801050039335.post-63395543332408002172012-10-17T07:36:00.000-07:002012-10-17T07:36:56.544-07:00<span style="font-size: large;"><br />Rubén llegó tarde, como anunció. En medio de la madrugada hubo que levantarse a saludar y conversar al menos dos palabras. Y al menos esa misma cantidad de palabras hay que decir de él, que me aguantó tantas semanas en su pisito de Clichy.<br /><br />Quedamos en que era colombiano. De treintitantos años, baja estatura, blanco, calva incipiente y complexión mediana. Hacía tiempo estaba en Francia, tenía hijos, se había casado, tuvo trabajo fijo y estaba en proceso de divorcio. Ahora vivía solo y había quedado en el paro. Pero nadie se imagine a un pobre desempleado hambriento y rotoso. Por el contrario, Rubén era un tipo suficientemente estable aunque no próspero en el sentido tradicional –al parecer no le interesaban demasiado los bienes materiales; por lo menos, no para ostentarlos. <br /><br />Trabajaba con Cristo en la complicada maquinaria del club de jazz y sus llegadas a mediación de madrugada se debían a que estaba encargado de cerrar el establecimiento a las dos de la mañana –hora límite fijada por la ley para los espectáculos. En su piso no había refrigerador, teléfono ni televisor. Al principio la ausencia de esos artículos me sorprendió un poco -¡en medio de París!- luego comprendí que hubieran sido una molestia y un gasto inútil: en realidad el colombiano utilizaba el piso sólo para dormir, ir al baño y lavar su ropa. Incluso “hacer el amor” no parece haber sido el uso más frecuente. Pero había una excelente lavadora y un cuarto de baños completo. Para comunicarse utilizaba su teléfono celular. <br /><br />Era práctico y un tanto solitario. De hecho, yo estaba más aislado que en Cuba -donde en mi oficina de Caguayo y en mi vecindario hay varios teléfonos-: por suerte en la Ciudad Luz sobran “estaciones públicas” donde hacer y recibir llamadas. Nada de lo anterior me quitó el sueño.<br /><br />A la mañana siguiente, mientras el otro dormía, salí a caminar. Situé la casa, el teléfono público, la parada del ómnibus, miré las vidrieras y los pequeños parques tan abundantes en cualquier ciudad francesa. El bulevar Victor Hugo es hermoso. Clichy es hermoso. Cuando años después vi por TV los desórdenes callejeros relacionados con la inmigración me sorprendí. La voz contrita de la periodista no casaba con la imagen que tuve: el Clichy que yo vi no se parece al Bronx, ni a un zoco marroquí, y mucho menos a los barrios de chabolas españoles –como de Europa hablamos, dejo fuera los cerros bogotanos, las favelas o los llegaypón cubanos. Es un sitio limpio, florido, de menor escala que el resto de la ciudad, pero por ello mismo más amable. La sociedad francesa es conservadora, desconfiada y poco franca, pero no difiere básicamente del resto de las europeas. Y por lo general, quien emigra sabe, aunque sea superficialmente, qué puede encontrarse. Evidentemente la historia no estuvo bien contada: es verdad todo lo que se dice acerca del drama de la emigración, de Francia, de la xenofobia. <br /><br />De acuerdo, pero Clichy es hermoso. <br /><br />Ya en la tarde bajé a la ciudad. A Rubén le habían regalado un Citroën de medio uso. Sin más ceremonias, arrancamos. Entonces vi París. Cuando somos nuevos en cualquier sitio, los primeros dos días nos posee una especie de bobería. Miramos las cosas, los lugares, los colores: olemos el aire, saboreamos las comidas, conocemos gente, pero sucede como si el cerebro todavía no las considerase reales: es parecido a la duda, como si a nada le dedicáramos demasiada atención. A medida que pasa el tiempo, la mente se convence de que todo es cierto, y entonces sí vemos. Al menos, a mi me ocurre de ese modo. <br /><br />El club es un sitio de fachada bastante anónima, a no ser por los letreros, en una estrecha calle del centro llamada Des Petites Écuries (de las pequeñas caballerizas). Un sitio muy urbano, bullicioso, transitado, donde las aceras son estrechas y no es fácil aparcar un auto. Cruzando la calle hay un cafetín que parece sacado de un filme de la “nueva ola”. <br /><br />Por dentro, este es el típico local nocturno. A la entrada tiene una especie de zaguán alargado donde quedan la taquilla, el guardarropa y varios tableros con avisos. Aquello se abre hacia un espacio oblongo de paredes curvas dispuesto en anchos escalones; en el nivel más alto está el bar. El escenario se alínea contra la pared del fondo, las mesitas se despliegan sobre los escalones que bajan hacia el escenario y unos pullman se adhieren a los muros. Éstos son rojo ladrillo, casi carmelita –colores corporativos de la cerveza Hatuey-. Atrás y en alto hay una caseta encristalada donde queda la oficina. Allí dejé las obras.<br /><br />No me moví del centro nocturno hasta que cerraron en la madrugada. Por las conversaciones que escuchaba comencé a penetrar el misterio del lugar. La verdadera dueña del local era una señora –a la que nunca vi- que vivía en ese mismo inmueble. Otros vecinos frecuentemente se quejaban a la Policía por la música alta; también estaban los seres encargados de pegar por todo París los miles de anuncios que acompañaban cada presentación, aparte de quienes repartían volantes. Todos querían algo: la Policía aplicaba multas si ensuciaban determinadas paredes, pero si hacían mucha bulla también había multas; la dueña del local quería que le pagaran más, los músicos también querían más, y el público hallaba muy caras las entradas. Cristóbal, que a pesar de su imagen de “genio encerrado en una botella” era muy buen relacionista, constantemente conversaba por su celular con periodistas, emisoras de radio, proveedores, impresores; claro está que él también quería ganar el máximo. Yo me sentía como cáscara de nuez en tempestuoso mar.<br /><br />Así pasaron dos o tres días. Veía lo que mis anfitriones veían, comía cuando y cómo ellos lo hacían. Me trasladaba (siempre en auto) a donde, y cuando ellos lo decidían. Nadie me diga ingrato, pero era insoportable. Yo era un parche mal pegado en medio de aquel ajetreo de salseros y propagandas baratas. <br /><br />Una mañana salí a recorrer Clichy, entré a una librería y compré un plano de París: busqué los principales sitios, confronté el recorrido del bus que paraba en mi esquina y de ahí en adelante, me valí por mi mismo. Comencé a andar la ciudad. <br /><br />Cristo me llevó a un sitio de la calle Lappe llamado Havanita Café donde había un alegre mural hecho por el pintor cubano Trillo; me presentó al propietario –un francés que fumaba un sempiterno habano- y quedamos en que al día siguiente yo le llevaría varias obras. Como tenía la experiencia de Colombia –las obras hay que “caminarlas” – me contenté muchísimo con la perspectiva. En efecto, la tarde siguiente tomé un taxi en la calle de las caballerizas y me fui hasta Lappe con un enorme cartapacio lleno de cartulinas, acuarelas y grabados. El francés del tabaco tenía un grupo de consejeros. Aquellas personas bebían buenos licores instalados confortablemente, conversando y carcajeando en el devaneo más auténtico que pueda imaginarse: llegué hasta ellos, me presentaron, saqué las obras y se las fueron pasando con displicencia y nonchalance. Evidentemente, ni eran conocedores ni estaban al día del arte de la isla. Una señora se quejó de que eran muy oscuras, que no representaban a Cuba, etc. Cuando terminaron recogí las obras, les di las gracias y salí. Un cliente puede o no comprar –por supuesto que nadie está obligado- pero comprendí que nada de lo que yo traía estaba en la “frecuencia” de lo que esperaban ellos –palmeras, orichas, mulatas, bongoes, colores. Yo sabía que las obras no eran malas, pero ciertamente necesitaban un apoyo que ellas solas no podían darse. Lescay pinta en una especie de trance muy cercano a la concepción del universo de la Regla de Palo, de una sensibilidad cultural casi abstracta –pues no se trata de un practicante religioso . <br /><br />Me molestó el sucedido, pero en definitiva, era una experiencia más. Más me molestó el precio de los taxis. Acostumbrado a los la isla, hallaba escandaloso cuánto costaba un taxi europeo. Otra experiencia. No la he olvidado, pues en lo sucesivo nunca más –ni entonces ni después- he vuelto a parar un auto de alquiler europeo. Para eso hay piernas o metro, o bus.<br /></span>Antonio Desquirón Olivahttp://www.blogger.com/profile/05618758686973863304noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1790621801050039335.post-36559387047810150692012-10-16T08:22:00.002-07:002012-10-16T08:22:56.103-07:00<span style="font-size: large;"><br /><br />A mediados del siglo XVIII se llevó a cabo una gran rebelión esclava en la zona de El Cobre, la cual terminó obteniendo la libertad para los esclavos del Rey. M jefe estaba encargado del Monumento al Cimarrón –que a mi modo de ver es, en la totalidad de su obra, la escultura que mejor lo representa-, y a principios de 1997, se hallaba modelándolo. Meses antes se habían fundido dos tarjas de gran talla que produjeron bastante buena fama y dinero, por lo que el taller se hallaba en una etapa de mucho trabajo. Una tarde me encontraba allá con mi jefe cuando, sin darle demasiada importancia propuso que me hiciese cargo de una exposición en París para agosto de ese año. ¡París! ¡El sueño de casi cualquier poeta del Tercer Mundo! ¿Cómo no iba a aceptar? Mi corazón dio un vuelco.<br /><br />Por si acaso, no lo comenté en la oficina y pospuse el hacerlo a Javier. ¿Y si se malograba? Por otra parte, quería hacerla lo mejor posible: probablemente nunca más tendría esa oportunidad. ¡Exponer en París! Elegí dos artistas: Miguel Ángel Lobaina con unos hermosos grabados y Jorge Adrián Pruna con varias acuarelas de motivos vegetales. <br /><br />La historia es que durante su paso por la Ciudad Luz, Lescay conversó con Ivonet, un productor que utilizaba un club de jazz , quien planeaba un “agosto cubano” durante el cual el local se ambientaría con la susodicha exposición. Ese club es una especie de templo internacional del jazz, con lo cual mi entusiasmo redobló. La encargada de conectar con París sería una inglesa que tenía en La Habana una oficina de producciones de espectáculos musicales. Solicité y me enviaron un croquis del sitio con medidas y poco a poco armé mi proyecto.<br /><br /><br />Los meses pasaban y se acercaba agosto. A principios de junio casi todo lo que me parecía necesario para el proyecto estaba listo. Sólo mucho después comprendí que no era así. A través del teléfono y el fax me mantenía en contacto con la inglesa de La Habana, portavoz del establecimiento para jazz. Al parecer todo estaba en orden. <br /><br />En junio se declaró en Santiago una epidemia de dengue. Lo anoto porque la dirección política de la provincia prohibió terminantemente llamar a la epidemia por su nombre y advertir adecuadamente a la población. Recuerdo que un médico lo mencionó por radio y fue sancionado. Murieron algunos y enfermaron miles: una ciudad apestada es algo sobrecogedor. <br /><br />Uno de los efectos del dengue es el descenso violento y súbito de las plaquetas. Alguien puede parecer normal ahora y agonizar dentro de cuatro horas. Eso ocurrió en Cuabitas, donde son frecuentes las personas mal alimentadas, los bebedores, la poca higiene y las otras mil dolencias que no matan pero debilitan el organismo. A medida que avanzaba junio, la gente enfermaba y eran hospitalizadas. Las calles se vaciaron y se hizo el silencio. Cuando enfermé yo –mi caso fue benigno-, los hospitalizados eran tantos que decidieron atenderme en mi casa. El Día de los Padres, a mediados de junio de 1997 –tradicional día de celebraciones hogareñas-, por mi calle no pasó nadie, ni se oyó una música. <br /><br />El día siete de julio se inauguró la gran estatua del Cimarrón en la cúspide del Cerro del Cardenillo: el montaje, en una cima tan estrecha y empinada, fue una verdadera proeza de técnica y valor personal. Este no es sitio para hablar ella; solamente diré que al estreno vinieron ministros, dignatarios de la oficina parisina de la UNESCO, una nube de periodistas y gentualla del mundo cultural: todos treparon llenos de sudor y sorpresa por un agotador trillo abierto a toda prisa. Las silenciosas cumbres y el áspero paisaje hicieron que, a pesar de todo, resultara un acto lleno de recogimiento. <br /><br />Por otro lado, las gestiones del abogado Rigual para rescatar el vehículo donado por el alemán avanzaban. Su éxito era no solamente previsible -¿que más que entregarlo podía hacer el Museo del Automóvil?- sino inminente. <br /><br />En efecto, alrededor del día quince me presenté en el apartamento de la señora Josefa, como de costumbre. A la mañana siguiente fui al despacho de la británica, quien nada tenía para mi: acordamos mantenernos en contacto.<br /><br />En la primera semana no sé cuántas veces la telefoneé. Nada. Sin embargo, mis papeles de viaje estaban ya listos. Cuando me entregaron el pasaporte, la visa y el permiso de salida, la busqué de nuevo. Inútil. En esos días se celebró en La Habana el XIV Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes: para cerrarlo, una popular orquesta ofreció un concierto masivo en el Malecón; se propiciaron no sé qué excesos de impudor y la orquesta fue castigada a dos años sin tocar en público. Lo refiero porque cada día que pasa, la tónica del espectáculo cubano se hace más y más informal. Lejos de decaer, aquella orquesta se convirtió en un icono y sus cantantes en estrellas: ahora me pregunto si el arranque pudibundo no ocultaría el interés de alguien por disolverla.<br /><br />Los días transcurrían y estaba claro que el hombre de París había perdido interés. Yo no tenía acceso directo a su teléfono desde Cuba; o sea, que me era imposible contactarlo. Por ello una tarde conversé con el jefe económico de la Fundación –que entonces era el moro Arafet - y le expliqué ampliamente la situación: me pidió veinticuatro horas más de paciencia. Al día siguiente llamó para decirme que se había decidido comprar mi billete de ida y vuelta a París. A los dos días, ya tenía el cheque y partí a las once de la noche del 4 de agosto de 1997.<br /><br /><br />Al medio día del 5 aterrizamos en la Ciudad Luz. Como se estaba haciendo una costumbre, nadie me esperaba. Por lo menos sabía que Cristóbal Ivonet es negro. Pero no había negro alguno esperándome. Los que llegaron junto conmigo partieron y yo quedé solo en aquella sortie de passagers del tamaño de una sabana, como Gigi con su maleta. Durante el vuelo conocí a un colombiano de apellido Rosales el cual, supuestamente, volaría cuatro días más tarde a casa de su hermana en San Petersburgo. Rosales tampoco conocía París, pero como le aseguré que alguien vendría a recogerme, determinó esperar el aventón y acompañarme. <br /><br />Viajar solo a cualquier sitio, llegar y arreglármelas solo parece ser mi sino. Como el último día en La Habana la inglesa me dio los números telefónicos de Cristóbal, comencé a llamarlo. Nunca había sentido tanto miedo: el miedo del guajiro, claro. Imagino que ello nada será al lado del que sienten los emigrantes. Pero yo era yo: en definitiva, todos veníamos del Tercer Mundo y no conocíamos la tierra a la que arribábamos. Ciertamente, en Orly hay una estación del metro, pero ¿a dónde ir?: y hacia Cuba no partía avión hasta dos días después, así que volver, ahora, era imposible. No se podía ni yo quería hacerlo. Aguantar era la palabra de orden. Y aguanté. <br /><br />Cada veinte minutos llamaba a Cristóbal. Todo el mundo lo llamaba Cristo, o sea, que mis llamadas me parecían jaculatorias. Logré hablar con él, me identifiqué, le dije que lo esperaba en Orly, respondió algo que no entendí y me prometió recogerme cuanto antes. Me volvió el alma al cuerpo. <br /><br />Comenzó a llover, escampó, llovió otra vez, volvió a escampar: así pasó la tarde. Llegaron las seis y media, y Cristóbal también. Junto con un muchacho español -¿lo llamamos Ignacio?-. Como ya he dicho, nuestra capacidad de olvido es infinita: todo fueron sonrisas, monté en su auto con mi flamante compañero de viaje colombiano y partimos. Lo dejamos en el hotel que dijo tener ya reservado. Jamás lo he vuelto a ver. Para mi que tenía algo que ver con drogas. <br /><br />Ya caía la noche y las calles estaban llenas de personas y autos. De pronto nos detuvimos y Cristo llamó a un sujeto. ¡Rubén! ¡Rubén! Rubén se acercó al auto, Cristóbal me presentó y le pidió que me dejara dormir en su apartamento hasta que encontrase (?!!) un hotel para mi. Evidentemente, el tal Rubén era de toda confianza de Cristóbal, pues sin pensarlo dos veces sacó la llave y me la dio. Ya tenía alojamiento. Me sentí casi parisino. <br /><br />Luego fuimos a tomar una increíble sopa china con verduras, carne y spaghetti de arroz. De ahí a casita. A Clichy, fuera del perímetro de la ciudad, hacia el norte-noroeste. En realidad esta banlieue sigue el tejido urbano de la gran ciudad –prácticamente no hay interrupción visible-, pero como los franceses aman tanto la exactitud, decretaron que del otro lado de la Grande Ceinture (autopista que bordea París) ya se está fuera de la metrópoli. Y todo queda claro. Cristo e Ignacio me acompañaron a Rue Curton número 12, segundo piso: me enseñaron a teclear las contraseñas en la tableta de serguridad y abrir las puertas, subieron mi equipaje, me animaron a preparar café y conversamos un rato. Rubén telefoneó al portable del negro –advirtió que llegaría tarde, que nadie lo esperara- y al rato me dejaron solo. Así me apoderé de la cama y el baño. Y no por tres días, como había dicho Cristo, sino por un mes.</span><br />Antonio Desquirón Olivahttp://www.blogger.com/profile/05618758686973863304noreply@blogger.com0