Como ya contaba casi cuatro años, me pusieron al
kindergarten -que así se llamaba el Pre-escolar- en la misma casa donde había
visto a Chibás. Rosa Dumont acababa de graduarse de maestra, no tenía trabajo,
era encantadora y su casa quedaba junto a la de mi abuela. Y como todo lo
hacíamos en grupo, a la manada de primos nos mandaron al mismo kinder. No sé si nosotros arrastramos
aquella cantidad de niños o si fueron ellos los que nos arrastraron a nosotros,
el caso es que el kinder de Rosita
resultaba muy distendido. Además, los Dumont eran una familia fuera de lo
corriente: el esposo tenía una casa de instrumentos musicales y distribuía las
películas de la Paramount Pictures. Como había sido bombero voluntario en su
juventud, guardaba capa y sombrero negros tras la puerta de la habitación
matrimonial: a nosotros nos encantaba
contemplarlos. La esposa, Aída Palma, era maestra de piano en su casa y tocaba
órgano en la capilla de Cuabitas: tenía una chiva llamada Dorotea. Por las
mañanitas, antes de clase, mientras Aída ordeñaba a Dorotea para el desayuno,
me relataba el asalto de la bruja la madrugada pasada: esa mala mujer quería
llevarse a la chiva, y las marcas de la puerta no se debían a la vejez de la madera
ni al comején, sino a las uñas de la hechicera.
Yo hallaba
muy natural que una bruja batallara noche a noche por secuestrar a la chiva:
escuchaba los relatos muy atentamente pero sin gota de miedo. Samuelito era el
varón más joven: vivía en un cuarto pequeño que daba al salón de clases. Tenía
las paredes tapizadas de retratos de mujeres en cueros o con las tetas al aire,
aparte de no se cuantos almanaques de pin
ups. La muchacha menor de la casa de llamaba Violeta. Era una adolescente
rubianca e inconforme. En aquel tiempo había un personaje de comic llamado Penny: Violeta era su viva
estampa. Como en esa casa a todos les gustaba el trato con niños, se estableció
entre todos un ambiente maravilloso.