viernes, 7 de septiembre de 2012




LOS DOMINGOS SOLÍA PASAR LA TARDE en casa de Raúl Ibarra. Hacía todo el trayecto a pie: salía de casa cerca de la una y media. Regresaba casi de noche: me gustaba ese camino. Una vez me llevé tremendo susto porque en dirección a mi casa se podía ver una gruesa columna de humo negro. Alguna casa ardía. Cuando llegué a Cuabitas y miré mi vivienda verde sana y salva, me volvió el alma al cuerpo. Pero Chantilly había ardido hasta los cimientos; mejor dicho, los alumnos internos de esa “escuela de conducta” la quemaron, pero eso jamás se ha probado. Era una linda quinta de madera pintada de naranja; se alzaba en la punta de una loma. En los primeros ’50, Chantilly había albergado a una productora de películas. Una de sus obras fue SOA, que narraba la historia de una guajirita que viene a la ciudad, se pone a trabajar en un barrio elegante, sale embarazada del joven de la casa, es despedida y al final tiene que regresar al sitio donde salió para parir. SOA era una sigla que se incluía al inscribir en el Registro Civil a un hijo natural, que no es legítimo,  y quiere decir Sin Otro Apellido Cuando cerró la productora, volvió a ser vivienda: durante mi infancia habitó en ella una familia norteamericana. Pobre Chantilly.


Durante los ’90, los hermanos De La Salle compraron una casona en la calle San Pedro y Santa Lucía , cerca del Fondo. Estaban de regreso y su Provincial, el hermano Juan Galano se hizo muy amigo nuestro. Le gustaban mucho las artesanías y pasaba por allá cada vez que venía de Santo Domingo. Siempre nos traía ayudas de ropa, etc, y a nosotros nos gustaba llevarlo a beber café a La Isabelica.

En el ‘92 el Fondo Cubano de Bienes Culturales mandó a Santo Domingo la exposición de arte santiaguero De otra Isla, pero no había regresado. Existía el deseo de recuperar aquellos cuadros -o su importe- aunque nadie veía cómo. Por eso el hermano Juan fue providencial. Albérico Méndez y yo lo pusimos al tanto de todo y armamos un proyecto donde yo daría unas conferencias a sus muchachos mientras el otro recuperaba la exposición. Se firmó un acuerdo con el Fondo y Juan mandó las cartas de invitación. Cuba y Dominicana entonces no tenían relaciones diplomáticas y era necesario un “permiso de entrada”. El viaje se retrasó por las comunicaciones: debíamos utilizar un fax ajeno –en el Fondo no había- y alguna torpeza cometí yo con el número, el asunto es que no nos comunicábamos.

A todas éstas, ignoraba qué hacer con mi madre: si yo viajaba durante un mes o dos, ¿cómo quedaban ella y Virginia? Sin resolver esa interrogante, no me importaba mucho el retraso. Mi prima Xiomara acababa de empezar relaciones con un ex compañero mío del Instituto y no tenían dónde estar –la casa de él estaba ocupada por las hijas de su primer matrimonio-. Entonces les expliqué el problema de mi viaje y ellos accedieron a quedarse en mi cuarto. Sin embargo, la vida dispuso de otra manera.

En una casa todo ocurre al salir o al llegar.

Eran las 7:40 am del veintiuno de octubre de 1994 y me preparaba para bajar a La Minerva. Me gusta recorrer la casa antes de salir. Miré hacia afuera: Nenena yacía el patio, entre la puerta del fondo y el lavadero. Bajé corriendo a levantarla. Murmuraba algo incomprensible. Pude arrastrarla a casa y la senté en una silla del último cuarto. No abría los ojos, pero el balbuceo continuaba. Era evidente que estaba muy mal. Se silenció. Llamé a Yoyi, mi vecina enfermera, y vino: Tony, ya.

LO DE NENENA HABÍA OCURRIDO en sueños míos docenas de veces en los últimos años. Salí al portal. Pasaba Cendoya. Corrió hacia la cerretera y regresó con una camioneta gris. La cargamos entre los dos. Cuando llegamos a urgencias del hospital, trajeron una camilla con ruedas. ¡Fallecida!, casi gritó el enfermero. Fue en el viaje, se excusó Cendoya. Vino un médico, le abrió un ojo, asintió, la taparon con una sábana y apartaron la camilla contra la pared. Busqué un teléfono público y llamé a Ibarra. Cuando llegó, salí a pie, atravesé todo el Reparto Sueño hasta la casa de Coralita, pero estaba cerrada. Me desesperé más y bajé hacia el centro, donde está La Minerva. Allí hablé con todos. Me prestaron el van. Conducía Albérico y Joseíto me acompañaba. En el hospital, bajé directo a la morgue. Mi prima Xiomara había llegado y estaba junto al cuerpo. Voy a a buscarle ropa. Recogí en su armario un vestido blanco con pintas verdes y el Carnet de Identidad. Cuando regresé a la morgue ya estaba hecha la necropsia. Entre Xiomara y yo la vestimos: al pasarle el túnico por la cabeza rocé el dorso de la mano contra una mancha de sangre. Era mejor hacer su velatorio en Cuabitas por la cuestión del transporte: así los vecinos podrían asistir. El problema sería si esa noche había apagón.  Pero total, en la funeraria también se va la luz. Joseíto y Donato se fueron a hacer los trámites de la funeraria y el cementerio. Sólo quedaba regresar a Cuabitas, donde ya los muebles estaban apartados contra la pared. A Virginia la llevamos donde Flora para que no viera el movimiento. A las pocas horas el carro fúnebre trajo la caja y los otros avíos. Mientras, fui a la candonga –el mercado callejero- y compré varias velas. Por lo menos no nos quedaríamos oscuros con Nenena. Pusimos el ataúd donde mismo ella solía sentarse: en la saleta junto al comedor, mirando hacia la calle. Su rostro era apacible, pero no sonreía. Sólo expresaba la tranquilidad del que ya salió de todo. Estaba donde mismo había vivido.

A medida que se hizo de tarde aumentó la cantidad de gente: ¡cuántas amistades! El almacenero de la tienda de víveres, trajo varios paquetes de café. Las mujeres de la cocina pusieron agua al fuego. A la noche vinieron mis compañeros del Fondo: me senté entre Coral y Diego Scheller. No hubo apagón. Nos quedamos algunos de la familia: volví a mi cuarto y dormí un rato sin quitarme la ropa.

Como a las siete y media de la mañana ya estaba todo preparado. Se supone que sería el primer sepelio de la jornada: a las ocho. Como no había autos ni taxis, cuando montamos la caja al carro fúnebre yo también subí. Delante viajábamos el chofer, su ayudante y yo. Al panteón de la familia, en el Cementerio de Santa Ifigenia, a varios kilómetros de casa. A mitad de camino nos cruzamos con el primo Jaime, que subía en su Chevrolet viejo: se detuvo y le dije que recogiera a los que cupieran y que los esperaba en el panteón de los Oliva. Como éramos pocos y no había flores, todo fue simple. Nuestra tumba no es vieja. Cuando regresamos del cementerio,  la casa estaba limpia y arreglada, igual que siempre. Las mismas mujeres que limpiaron habían preparado almuerzo. Le llevé un plato a Virginia: cuando preguntó por la mamá le dije la verdad. Me quedé solo y comí.

Al fregar vi que sobraba demasiado. Entonces me dio por llorar, me tiré en el suelo y estuve un rato así.La madre es más importante de lo que uno imagina.. Hice mi luto entre gestiones, cambios y escasez.  Fueron días duros.

La muerte  de Nenena sucedió un viernes y la enterramos sábado. El lunes siguiente abrí La Minerva: ¿qué iba a hacer yo solo en casa? Por las mañanas llevaba a Virginia para casa de Flora. La recogía cuando regresaba. No asimiló lo sucedido: pasaba la madrugada llamando a la madre a gritos y el resto del tiempo preguntado por ella. Me puso al borde de la locura. Aparte de que corrían malos tiempos, Flora me presentaba todos los días una lista de quejas y demandas sobre Virginia. El resto de mi familia y yo nos llevábamos bien, pero no éramos íntimos. Para esto no podía contar con ellos. Menos todavía con Bebé, que como he dicho, quedó muy disminuida y opacada de mente.

Por fin mi vecina Irma consiguió que la encargada de Seguridad Social considerase el caso de Virginia: por eso fue que me la admitieron en el Hogar de Ancianos de Ciudamar aunque no llegaba a los sesenta años. Al internarla me pidieron un colchón porque en el asilo no había: usé el de su cama. Virginia también salió de casa. Ciertamente se me quitó un peso de encima, pero quedé todavía más solo.

En Cuba, to live by yourself es algo excepcional que define y clasifica. Xiomara me propuso dormir en casa. Con mi ex-compañero del Pre, galán suyo. Les asigné la pieza que fue de mis padres. Yo seguí en la mía. La de Virginia quedó desocupada y la última pieza continuó indecisa entre desván y vestidor. Sabía que estaba empezando a vivir de otra manera, con cosas malas, regulares y buenas, todas juntas
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