Bebé era Bebé. Isabel Peralta Cabrera. Cuando se
afirma que los cubanos tenemos un esquema extendido de familia, es totalmente
exacto. ¿Quién podía ser más familia mía que Bebé? Y sin embargo ni biológica
ni legalmente lo era. Antiguamente se usaba que los amigos íntimos pasaran a
formar parte de la familia. Y Bebé era amiga de mi madre y mis tías desde su
infancia; como nunca se casó y mi madre estaba tan atareada cuidando de
Virginia y de mi, nadie vio mal que Bebé me “adoptara”. Vaya, que se ocupara de
mi. En mi casa, claro, pero que se ocupara ella. Y así lo hizo. Trató de
trasmitirme su visión del mundo; aunque quise mucho, en esto fracasó en el 60%. Creo que
desde que nací he tenido opiniones, y
encierro en círculo rojo casi todo lo que suene a bobería. Al 40% en que
triunfó, pertenecen el folclor español y porteño, ciertas películas, los comics, muchas historias y mi facilidad
para hacer el ridículo. Todas las tardes había que dormir siesta y la encargada
de dormirme era ella: se mecía en un balance, me cargaba en su regazo y empezaba
a cantar pasodobles y tangos.
En Cuabitas era costumbre de Navidad pasar por
casa de los vecinos y visitar sus arbolitos y nacimientos. Un matrimonio amigo
de mi padre había viajado ese año a las Cataratas del Niágara y trajeron un souvenir consistente en una
lámpara en forma de Niagara Falls con
un mecanismo interior que giraba y daba la impresión de agua cayendo: a la
señora de la casa no se le ocurrió nada mejor que insertar la lamparita en
medio del nacimiento. Cuando le tocó el turno, la visitamos y todo el mundo
celebró su montaje –en realidad tenía grandes figuras de yeso policromadas
y montañas de papel encerado grueso,
pintado- Yo, en cambio, proclamé alto y claro, ¡pero las cataratas del Niágara no están en Belén! Por poco mis
papás me hacen talco, aunque acabaron riéndose.
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