viernes, 15 de junio de 2012


Las llamadas por el sistema de audio de 3ª y F casi nunca significaban algo bueno para mi. En una ocasión me llamaba por teléfono mi amiga Yiyín –Georgina Yero- para pedirme la llave de su casa santiaguera, pues le habían dicho que habían visto parejas de  hombres saliendo de ella y que ya eso estaba en conocimiento de Seguridad del Estado – como si a la Seguridad le interesara lo que hacen los maricones-: básicamente era una mentira suya para justificar su acto, aunque ciertamente  yo había llevado al apartamento a un muchacho que luego se hizo gay recalcitrante; más tarde le había dado la llave a una pareja de amigos que aunque llevaban públicamente relaciones, no hacían el sexo por carecer de sitio ah hoc –a lo mejor esta era la pareja de hombres avistada.

Otra llamada del audio fue a propósito de Estrella, la mamá de Carlos Victoria. Muchos saben que no estaba bien de la cabeza; era una mujer gruesa, bajita y sumamente dulce. Nos llevábamos muy bien: esa vez tenía toda la cabellera trenzada con cordones de zapatos. Dijo que quería ver a su hijo. Yo le expliqué como pude que Carlos no estaba. Está en un trabajo voluntario en el campo, lo cual era técnicamente cierto, ya que lo de Verdún era estrictamente voluntario y eso quedaba en el campo; la interrogué sobre su viaje: hace dos días que estoy en La Habana pero no quiero molestar a mi hermana. Estaba durmiendo en la Terminal de Trenes. Llamé a la tía de Carlos, que vivía en el edificio "América" de la calle Galiano, y allá nos fuimos. Cuando ya me decidía a ir a Verdún en busca de CV, éste apareció.

La siguiente vez que me llamaron por el altavoz, era la mamá de mi amigo: imaginé que el muchacho se habría metido en otro lío y se lo pregunté. Me respondió que no, pero que necesitaba conversar conmigo. Como no disponía de sitio íntimo, la invité a dar un paseo: durante él, me informó que había llegado a su conocimiento que yo me reunía constantemente su hijo,  que no visitara más su casa ni tratara de ver al chico. Me tomó por sorpresa; es cierto que en aquella época yo era mucho más conservador que ahora, sin embargo me asombré de que alguien como ella me hiciera semejantes reclamos ¿No hacía años presentaba certificados médicos falsos para no perder su puesto de cajera de una cafetería –cargo que jamás le vi desempeñar? ¿no se había hecho cirugías estéticas por todo el cuerpo para eliminar los pellejos y luego se hizo fotos en bikini y enseñaba orgullosamente el resultado? ¿No me conocía?

Nos sentamos en un parque, acepté no ir más a su casa, le aseguré que el cuerpo de su hijo macho/varón/masculino por mi parte estaba intacto y  allí acabó todo. Nos separamos y yo regresé a 3ª y F haciéndome cruces. Desde el día anterior el muchacho había salido de viaje al “interior de la Isla”: evidentemente todo había sido preparado para que saliera “así”. Después, cuando regresó, no me buscó. Más tarde, al conversar con Carlos, se evidenció la participación activa que Loquillo tuvo en esto. Dicen que lo que pasa conviene; aunque seguí amando al muchacho, nuestra relación no tenía realidad sexual ni perspectivas, por lo que el episodio de la madre tuvo el valor de una saludable aunque dolorosa poda.


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