jueves, 4 de octubre de 2012

Dicen los chinos que un viaje de cien mil li comienza por un paso: yo lo creo también:
En los primeros años al Estado no le interesaban para nada las decisiones de Caguayo; existía un compromiso institucional por parte del Ministerio de Cultura, de representar a Caguayo ante el Gobierno. Y lo cumplió. Pero para nada intervenía. Después fue diferente. Cuando Caguayo S.A. comenzó a ser solvente y tener una economía más o menos interesante, el Ministerio de Cultura comenzó a pedir informes económicos mensuales. Mas tarde, a auditarnos esporádicamente, hasta 2005 cuando exigió que se le trasladara una cantidad de acciones –en realidad no sé cuántas-. Pero me estoy adelantando a mi relato.

Sin embargo, con la Fundación como tal nunca se han metido. También sucede que, hasta el día de hoy, en Cuba no existe una Ley de Fundaciones que rija qué se puede hacer y qué no. No comercializar es, más que todo, una supuesta práctica internacional, pues las fundaciones administran un fondo preexistente. Hasta ahora no ha existido la voluntad ni la justificación. No creo que lo hagan, pues las fundaciones pueden hacer cosas y tener acceso a sitios a donde que un Ministerio de cualquier país no tienen acceso.

De todas maneras, desde muy temprano se evidenció que Caguayo S.A. estaba fuera del diseño general de la sociedad: era cubana, con el 100% de capital nacional, pero no estatal. Y la fundación, lo mismo. No se beneficiaba de las ventajas que las empresas mixtas tienen en cuanto a controles, pero tampoco de las protecciones estatales. Incluso, hay una serie de proveedores que no le venden a la fundación pues se supone que ellos existen para abastecer a empresas estatales o mixtas, y, no siendo Caguayo, fundación estatal o mixta, sino una organización no gubernamental (ONG) simplemente se abstienen.

Para mi relato resultaría mejor que no fuera de ese modo, ya que me  evitaría ocuparme demasiado por hechos que la mayor parte de las veces no puedo asegurar, pero por suerte, esto no es un libro de Historia.

El hecho de quedar a mil kilómetros de la Capital nos hizo poco visibles. Mantenernos al margen del trajín “culturero”, de cierto modo nos benefició. Sin embargo, la intelectualidad de mi ciudad –recelosa de todo lo nuevo- miró la fundación con una mezcla de escepticismo, suspicacia, ignorancia y envidia. Al principio, cuando Caguayo no tenía donde caerse muerto, me dijeron loco, insensato, comemierda: ¡Te vas a morir de hambre!¡No te metas en eso! Pero después, cuando empezó a prosperar, unos pasaron a sospechar, otros a criticar al mismo Lescay —quien nunca fue muy popular entre los artistas “del patio”, casi seguro por su talento y su éxito.

Como tantas veces, los intelectuales locales fueron torpes al no apoyar con la energía necesaria a una entidad cultural nacional basada en Santiago. En sus inicios, la Fundación tenía posibilidades reales de incidir profundamente en la provincia. Por supuesto que hacia el año 2000, cuando estaban seguros de no podían recibir daño de ella, sino todo lo contrario, su actitud cambió por completo.

El surgimiento de Caguayo estuvo marcado por la controversia: cuando se erigió la Plaza Antonio Maceo, el equipo de artistas que la hizo –dirigidos por Lescay- se vio imposibilitado de cobrar sus derechos de autor, pero en vez de entregarlos “a bulto” lograron ponerle precio a cada pieza, confeccionar un cheque, y entregarlo: la dirección del país situó esos fondos en el banco y cuando surgió la idea de hacer una fundación, el escultor jefe los solicitó de nuevo. El pintor Antonio Ferrer Cabello, su hijo Guarionex -autor de los “machetes” de la plaza y no bien avenido con Lescay-, y el diseñador Adolfo Escalona,  se negaron a reclamar el dinero para hacer una fundación y firmaron con un NO ESTOY DE ACUERDO el consentimiento escrito  de todos los donantes –yo leí y tuve en mis manos el original.

A pesar de todo se hizo la fundación: el Estado entregó los fondos –que no llegaban al millón de pesos cubanos y ningún dólar- y ese fue el capital inicial de la Fundación y de Caguayo S.A. A causa de ello, en el fondo se sintió a ambas como un “negocio” de Lescay: por no favorecer al “dueño” se apartaron y contribuyeron a hacerla, entonces sí, personal.

Entre mis amigos del exilio –sobre todo en España-, la postura general fue, o restarle importancia o ignorarla; como ocurre cuando tienes un hermano alcohólico o ladrón: ante uno la gente procura no mentar borracheras ni engaños. Era como decir: ¿no te das cuenta de que no puede ser?: ¡por algún lugar está la trampa! Sin embargo, con los demás europeos fue diferente, como se verá luego.

Ahora Caguayo tiene oficinas climatizadas, cuentas bancarias, equipos, comunicaciones, contactos. Cualquiera quiere trabajar allí. Pero no siempre fue de esa manera: nacimos más pobres que ratones y yo viví todo.

En realidad, yo era el tercero abordo. Presidente: Lescay; Vice: su hermano René; y Secretario, yo. Las mismas personas éramos Director, Vicedirector y Secretario en Caguayo S.A. Luego entró el abogado Rigual. ¿Quién era Rigual? No lo sé. ¿Sólo un hombre visionario que buscaba una posición sólida? ¿O un ser de la Seguridad del Estado como los que penetraban todo, desde la Iglesia hasta los grupos contestatarios, pasando por las logias masónicas?  ¿O un ángel custodio que sólo quería lo mejor para Caguayo y de paso para él? Quizá todo a la vez. Hace casi nueve años se fue de Cuba y cuando escribo estas líneas vive en la Florida, USA .

En realidad su presencia un Caguayo nunca me molestó.

¿Quiénes componían Caguayo? Hablaré solamente de los que laborábamos en las oficinas de Santiago, ya que a los trabajadores de la fundición de Dos Caminos (de donde surgió el nombre de la entidad, pues aquel sitio es conocido por El Caguayo) no los veo a diario. 

Empezaré por el propio Lescay, un hombre negro alto, corpulento, con éxito entre las mujeres y muy talentoso -en realidad los hombres altos siempre han sido apreciados, aunque no hay que olvidar que tiene una posición social importante y bastante dinero. En sus mejores momentos parece como un medium, un traductor. A alguien esto quizá le parezca la imagen de un loco: no, en lo absoluto. Sólo es su manera de ser. Debo dejar claro que, de todos mis empleadores, el único que supo darme mi lugar fue él. Y se lo agradezco. Sin embargo, como el de todo escultor monumentalista su autoconsideración es del tamaño del caballo de Maceo que levantó, aunque este es un defecto común entre personas famosas. Hay quien dice que valora mucho   la opinión de un advenedizo (al que por alguna razón respete) que la de las personas que han pasado décadas junto a él. Claro que en el ‘95 se me hubiera podido aplicar lo anterior, pero el plazo caducó y lo de advenedizo ya me queda estrecho. Lescay a veces hace pensar en un cimarrón: imprevisible, inoportuno, caprichoso, que aborrece las reglas y las etiquetas. Por el contrario, si un ambiente o una acción logran infundirle gravedad o solemnidad, se rinde completamente. Es generoso con las personas que acoge en su corazón: no las que pueden favorecerlo materialmente, sino las que  él escoge; no obstante, casi siempre procura que sean otros los que paguen el precio de su generosidad. Imagino que hasta sobren personas aptas para elaborar sus lados poco felices, ya que ha sido blanco de la envidia de mediocres colegas suyos.

En el ’81, cuando yo trabajaba en la Galería de Arte Universal, organicé una exposición suya que quedó bastante bien –cartulinas: me regaló una pieza que conservo, “Entre naranjos”, 1979, acuarela. Cuando en el ’95 me invitó a ser Secretario de Caguayo, creí que sabía cómo y y no le importaba –en definitiva él es un artista profesional que estudió en Europa-: pero parece que no era así. Ahora pienso que ni lo sabía ni le importaba, pero pertenecer  a ese cogollito de “gentes de confianza” tradicionalmente homofóbico, y mis numerosas objeciones, lo obligó a separarme de su entorno inmediato. 

René, su hermano, es todo un personaje.

Estaba también Naívi, una jabaíta simpatiquísima que ahora está casada con un suizo y vive allá. A América Shelton le pagaba el salario el Centro de Estadísticas: en aquel tiempo no había contenido de trabajo para mucha personas y algunos centros, en lugar de despedir a las empleados o enviarlos a su casa con un estipendio mensual del 60% del salario, los ubicaban en otros centros donde sí eran necesarios a fin de poderles pagar su slario completo. Aquel estatus se llamaba estar en prestación de servicios. Por ello América estuvo entre los primeros empleados de Caguayo. Era una mujer de mediana edad, poetisa, buena persona y muy romántica.

A los pocos meses entró el moro Antonio Arafet, el tuerto, que había sido jefe económico del FBC cuando yo trabajaba allí. Es un gran personaje, pero de signo diferente al mío. Creo que tuvo muy buenos tiempos en Caguayo. No robaba porque no se podía. A pesar de ello es una gran persona y un compañero de viajes maravilloso: nadie que viajara junto con él —lo digo por experiencia- podría quejarse nunca de que le faltara algo pues se ocupaba de todo con verdadero esprit de corps.  Sin embargo, “el moro” tiene alma de tendero. Hace dinero de cualquier cosa, pero sus negocios no son grandes (al negocio chiquito, en Cuba se le dice negocio pesetero). Se instaló en el recibidor del estudio de Lescay, en una mesa artesanal hecha por su amigo, el tallador contramaestrense Euclides Roger. Cuando estaban a punto de acabarse los miles de pesos cubanos con que habían comenzado la Fundación y la S.A. – pagados en salarios y otros desembolsos fijos como teléfono y electricidad, al Moro Antonio Arafet se le ocurrió la idea de representar artistas, o sea, servir de intermediario entre entidades y artistas para los encargos. Cobrando por ello una comisión . De representar artistas vive hoy día Caguayo S.A. pues el taller de fundiciones funde –y produce- cuando hay encargos, y una escultura, un busto, una tarja, no se encargan a diario.
Al parecer ahora (2012) el taller de cerámica está recibiendo muchos encargos.

Ya anteriormente hablé de Rigual. No voy a repetirme: sólo recordaré cómo entró a Caguayo: años antes, un alemán le había donado un auto VOLVO a una amante que tenía aquí y utilizó los servicios de Rigual como abogado para formalizar el acto. Luego se vio que la ley cubana no permitía eso, y el Museo del Automóvil –dependencia del Ministerio de Transportes- se adueñó de la donación. Entonces Rigual contactó al alemán y éste reorientó su donación hacia la Fundación Caguayo, con la condición de que se le facilitase el vehículo cada vez que viniese a Cuba. Así fue. Es verdad que Rigual aseguraba que durante la etapa previa al reconocimiento legal de Caguayo, Lescay le había consultado varias veces los Estatutos que estaba realizando; no lo dudo, porque la casa de Rigual no queda lejos del estudio de Lescay. Sin embargo los estatutos contienen ciertas incongruencias que él (Rigual es magnífico abogado) seguramente hubiera notado y corregido. Así ocupó el cargo de Asesor Legal.

Antes de de dejar quieto a Caguayo quisiera reflexionar algunas cosas.

En realidad, aunque no estuvo ni está explícito en ningún documento, Lescay concibió el sistema Caguayo (la Fundación y Caguayo S.A.) como realizador de su obra personal. No para financiarla sino para posibilitarla técnica y legalmente. Todo escultor en bronce necesita los servicios de una fundición, pero si es monumentalista, necesita una  que sea grande, con operarios, equipos de oxicorte, soldadura, izaje, etc. Y que trabaje con calidad. Generalmente, las esculturas en bronce se funden en talleres industriales – antes de 1959, en Santiago de Cuba fundía la Compañía Ron Bacardí- y sólo de tarde en tarde hacía una obra artística. En Cuba no existía una fundición especializada en  escultura.

Por otra parte, bajo la sombrilla de una fundación  se apoyaría, por una parte al arte cubano en general y por otra –y principalmente- a su obra. O sea, que ambas –la sociedad mercantil y la fundación- tenían objetivo: una para lo industrial y comercial , y la otra para acceder al mundo cultural. Este esquema, en sí, no es ilegítimo ni descabellado: era lo mejor que podía hacer un artista profesional de su importancia.

Es importante recalcar que nunca utilizó a Caguayo S.A. para apoderarse de sus beneficios (es una leyenda que Lescay se embolsilla la plata de la fundación). Era y es sumamente estricto en ese tema. En realidad a Lescay no le hace falta robarle a Caguayo, ya que él vende bastante y cobra buenas sumas como derechos de autor. Nosotros –los que no somos artistas plásticos- no.

Nunca ha sido aficionado a hoteles y restaurantes. Como siempre comete torpezas o lo tratan mal, los evita. Prefiere alojarse y comer en casas particulares.



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