El único inconveniente de 12 y Malecón es
que había que limpiar. Me dirán que es lógico. De acuerdo, pero yo no estaba
acostumbrado. En casa jamás limpié ni hice mandados, ni fregué, ni nada. Ya se
pueden imaginar la figura del piso 9. Aparte de que los jóvenes pueden ser muy
desaseados.
Para mi, limpiar era o un calvario, o un
jolgorio. Cuando era calvario no sacaba el churre porque me daba asco; cuando era jolgorio llenaba el piso y el
balcón de agua y espuma, los habitantes de los pisos bajos empezaban a quejarse
y luego no sabía cómo terminar. Sin embargo había que limpiar, pues diariamente
una comisión inspeccionaba los pisos y nos daba una nota. Que luego aparecía en
una gran pizarra junto a los elevadores, a la
entrada. Es
fácil suponer qué notas ganábamos. Por eso odiábamos a la comisión –antipatía
mutua, es verdad: ni cumplíamos las reglas ni nos podían expulsar en masa.
Ideábamos todo tipo de cosas para reírnos
de ellos: recuerdo que una vez Jorge Oliva me llamó a su cuarto. Estaba
totalmente desnudo, con el pito metido entre los muslos (con lo que su
entrepierna parecía una tota) y mordiendo una flor. Me dijo, ¿qué te parece,
para recibir a la inspección? Jorge era sumamente mordaz. No perdía
oportunidad de burlarse. Su gran amigo se llamaba Fernando Seik, pero le decían La Ñica (hoy vive en Nueva York). La Ñica era un joven de pelo negro,
rizado como pintan a los griegos, sumamente inteligente y atrevido, oriundo de
la ciudad de Pinar del Río. Estudiaba una ingeniería. Como odiaba a la CUJAE[1]
no quería vivir en ella. Creo que una vez dijo que estudiaba eso sólo para
satisfacer a su familia que era muy revolucionaria: no sé. Pero le faltaba poco
para graduarse. Por supuesto que a La
Ñica no le estaba permitido pernoctar en 12 y Malecón, pero frecuentemente
se colaba. De qué forma, no lo sé. Pero lo hacía. Su complexión atlética, unido
a extravagantes abrigos y gorras lo convertían en ser un desconocido. Y como en
la beca vivía tanta gente rara –desde un vietnamita del Sur, pasando por
mejicanos, peruanos, bolivianos, colombianos, rusos, húngaros, albaneses, hasta
varios africanos -incluso un príncipe de
verdad, de sangre real-, ni lo miraban.
Si Jorge Oliva hacía reír y era burlón, La Ñica era peor. Todos la adorábamos. Ñica, dondequiera que estés, que la suerte te acompañe y Dios te
bendiga.
[1] Ciudad Universitaria José Antonio Echevarría, donde se estudian las
carreras tecnológicas, varios kilómetros al SO de La Habana.
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