Una noche cada semana y un domingo cada
mes era el
slogan de la preparación. El miércoles por la noche
había que reunirse en la plaza Cadenas de la
Universidad. Nos formaban por escuadras, pelotones, compañías y un batallón,
que se llamaba Batallón Universitario. Varios militares iban a instruirnos. En
realidad lo que hacíamos era marchar, marchar y marchar. Horas marchando arriba
y abajo de la plaza, por las calles laterales, por delante y por los lados del
rectorado. Marchar. Aprender las voces de mando. ¡En su lugar....deján! ¡Jun, Jó, Jeeeé, Juá! ¡Al.....jó! ¡Derecha...
dré! ¡Izquierda.... ijquiér! Y así como a hasta las 11 o las 12 pm. El
domingo que nos tocaba, íbamos al mismo sitio donde hacíamos el trabajo
voluntario, para la parte aún no construida: nos repartían por escuadras y nos
enseñaban a reptar sin levantar la nalga para que no nos cogiera un supuesto
tiro, a trepar por sogas –a las que jamás logré trepar-, a armar y desamar
fusiles, a desmontar y lanzar granadas. Después que aprendimos a manipular
fusiles, los miércoles estaba dedicado a esa arma: accionábamos con máuseres de
la
Segunda Guerra Mundial que todavía conservaban el sellito con la
suástica. Pesan un mundo. Una noche de marchadera, durante un breve
descanso nos sentamos en la escalinata del rectorado.
Yo tenía un compañero, poeta él, llamado Humberto Castro –homónimo del artista
plástico. Como estaba desarmado le pregunté por su fusil y me dijo que no
sabía, que lo había recostado a un arbolito y no lo había visto más. A la hora
de continuar, Humberto formó filas sin fusil. Seguimos marchando hasta que un
jefe se percató de que Humberto lo hacía sin arma. Formó tremenda bulla y se
llevaron al muchacho detenido para la oficinita del Batallón. Lo interrogaron y
nada. No sabía. A esa hora empezó una búsqueda exhaustiva. ¡Faltaba un fusil y
había que hallarlo! Estuvieron buscando como hora y media. Por fin encontraron
el máuser detrás de un murito. Para joder a Humberto. De resultas, llevaron al
muchacho a una corte militar por irresponsabilidad. No recuerdo qué castigo le
impusieron, sólo que durante la
ceremonia H.C. parecía que estuviera esperando un ómnibus, tal era su
indiferencia. Creo que no he vuelto a ver a alguien como él.
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