Lo que mejor recuerdo es la impresionante naturaleza de la Loma de Cunagua –una especie de mogote en medio de la planicie-, las nubes de mosquitos de Manga Larga, y la gente de la UMAP. Cierta vez, una maleza cogió candela y nos mandaron a apagarla; la estrategia consistía en delimitar franjas y quemarlas para que cuando llegase la candela, no pudiese avanzar. O sea, dar contracandela. Nunca imaginé que el fuego pueda caminar tan rápido a través de la maraña, como si fuese gasolina prendida, ni que se resumiera todo en una tremenda soledad silenciosa y blanca poblada de crujidos. En definitiva, pudimos hacer nuestras franjas de contracandela y el conato se controló. De regreso al campamento no nos permitieron tomar agua; había una impresionante cantidad de botellas de aguardiente. En Cuba existe la creencia de que el agua, inmediatamente después del calor de la candela, tiene el efecto de “pasmar” –que pienso signifique “provocar espasmos”. Por eso el aguardiente. El hecho es que bebimos todo el que pudimos ante el beneplácito de la superioridad, y no nos emborrachamos ni un poquito.
El nombre revolucionario del central Cunagua, es Bolivia; un domingo por la tarde fuimos al central. Evidentemente, la aviación formaba parte de las actividades más importantes del Cunagua republicano: la pista de aviación comienza a tres ó cuatro metros a la izquierda del camino –o sea, que si un avión va a despegar o aterrizar, hay que detenerse exactamente como con un crucero de ferrocarril. Me llamaron la atención la cantidad de avionetas mono y biplanos en estado de semi-abandono: bellas. El batey del Cunagua era puro urbanismo norteamericano: un enorme parque rodeado de árboles muy frondosos, parterres infinitos con cualquier cantidad de “astronomias”, sauces llorones, sansevierias y esa flor que llamamos “bandera española”. En los portales alrededor del parque había varios camiones parqueados a los que subían y bajaban muchachos de la UMAP. No voy a hablar de la UMAP porque se supone que todos saben qué es. Pero esa fue la única vez que vi, “en vivo y en directo” a la gente de la UMAP –en su medio natural y no de permiso, lejos de Camagüey. ¿Eran más finos, más tristes, diferentes a los del Servicio Militar Obligatorio? No me parecieron; quizá sí, quizá su aspecto fuera más urbano –la forma de caminar, de llevar las botas y el uniforme, la silueta- en definitiva las UMAP casi no tuvieron elemento campesino: en su calidad de “selectivas” -por no decir otra cosa- se dirigían más a muchachos que vivían en poblaciones. Pero tristes no me parecieron; por el contrario: estaban muy alegres de disfrutar una tarde de domingo.
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