En el otoño de 1969 regresé a La Habana después del año de permiso. Carlos me fue a esperar al aeropuerto y me contó que esa tarde se celebraría en el Pre-univeritario del Vedado una reunión convocada por la Union de Jóvenes Comunistas a la que no había que faltar. Días atrás, en El Carmelo de Calzada y los alrededores del Teatro Amadeo Roldán a los muchachos “raros” les habían repartido cuestionarios con preguntas como por qué te vistes de esa manera, por qué usas pelo largo, etc. Unos no habían hecho caso, pero otros habían protestado que si querían respuestas no mandaran papelitos, que esas no son cosas de papelitos, etc. Parece que los autores de la “encuesta” habían sido la UJC provincial y Prevención de Menores; a las protestas, ellos accedieron y convocaron para esa tarde una reunión donde se hablaría de esos temas.
Hubo gente del ICAIC, del ICR, de la Nueva Trova, algunos profesores de la Universidad: todo el mundo quería hablar de los “pelúos”. Imagínense que ni TV, ni periódicos ni radio los mencionaban . Nadie. Como si no existieran. Y de momento que esas entidades convoquen una reunión para hablar de ellos. Pero era una convocatoria “por lo bajo”, de boca en boca, nada de anuncios oficiales ni de cosas en la prensa: como una especie de misterio. La verdad es que no se podía dejar de ir. Esa tarde, como a las 2 ó las 3 pm llegué al Pre, ése que se llama Saúl Delgado.
La reunión se efectuaría en un gran salón con estrado que hay en la segunda planta: aquello estaba lleno. Arriba estaban los compañeros de la UJC y los de Prevención.... que hacían tremendo contraste con el público. A los muchachos ruidosos y desinhibidos, con melenas, barbas, ropas multicolores y todo tipo de collares, se contraponía una fila de personas serias, afeitadas, de indumentaria simple. Hablaron muchísimo tiempo sin decir algo memorable, hasta que la conversación condujo a la intolerancia de la oficialidad cuando se trataba de otra música, otra manera de vestir, otra imagen corporal. La mesa decía que esa era la forma de vestir y expresarse de quienes protestaban fuera de Cuba, pero que aquí, adentro, no había de qué protestar: que no se iba a permitir que protestaran contra la Revolución. Y los muchachos, que no, que ellos vestían y se dejaban sus pelos porque les gustaba, porque era una moda y eran jóvenes y que tenían derecho a que se los mirase igual que a los demás, etc.
Fue a esas alturas que un conocido trovador, que estaba allí como miembro del Movimiento de la Nueva Trova, tomó la palabra para decir (no son las palabras exactas, pero sí el sentido): los jóvenes deben demostrar su amor por Cuba y ganar el derecho a ser considerados iguales mediante un hecho indiscutible. Ningún hecho más indiscutible que participar de forma activa en la Zafra de los Diez Millones que va a comenzar dentro de muy poco, nada más indiscutible que una brigada de cortadores de caña. Todo el mundo lo apoyó y entonces afirmó que él mismo había decidido formar parte de esa brigada. Es decir, que fue el trovador quien promovió la idea. Todo terminó en que la UJC provincial se encargaría de organizar la brigada, determinaría dónde se cortaría caña, registraría las solicitudes y posteriormente, terminada la zafra, ofrecería trabajo y encaminaría los problemas de todos.
En los días sucesivos, la sede de la UJC provincial, en M casi esquina a Línea, fue un hervidero de muchachos apuntándose. Había poquísimas muchachas -de haberlas, sí, las había: Bárbara, la otra, la otra-, pero eran pocas, como si aquel revolico de pelos largos y colorines fuese cuestión de hombres -sin ser sociólogo, imagino que aquel contraponerse tan vago, que no señalaba específicamente los intereses de la mujer, ni producía algo que lo hiciera atractivo: al varón le gusta mucho andar errante, no depender de alguien, estar aquí y allá, incluso puede serle indiferente a si lo aceptas o no -la indiferencia llega a ser una suerte de trofeo. Pero la mujer no funciona de esa manera: quizá la Onda –así se llamó al hippismo cubano- no era suficientemente motivadora.
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