miércoles, 15 de agosto de 2012
Meses después, a los dibujantes nos mudaron a la sede central de la empresa dueña del taller: era un salón limpio y bien iluminado, con ventanales hasta el piso y dos mesas de dibujo metálicas. En un barrio elegante. Nuestro jefe era un hombre que fue exguerrillero de Huber Matos; sabía bastante de Mecánica aunque era capaz de cualquier acción irritante e innecesaria. No servía para ese cargo.
Durante esos meses mucha gente obtenía permiso para fabricar su casa. Como debían presentar un plano, yo hacía un levantamiento de la construcción, delineaba el plano y me buscaba unos pesos. A veces pasaba largas madrugadas dibujando y oyendo radio. Era una emisora miamense que trasmitía en inglés: ahí me di cuenta de que ya comprendía ese idioma.
Más tarde nombraron un director de empresa, que hoy día vende un café malísimo y cigarros en el frente de su saca, que tenía la manía de vigilarme –o al menos yo sentía que me vigilaba-: si miraba por la ventana, me lo encontraba siempre espiando desde su despacho. A causa de Aníbal y del vigilante, comencé a no soportar la empresa.
Dos cuadras más debajo de mi trabajo, abrieron una galería de arte en lo que fue el consulado americano. Nombraron de directora a Janet Ortiz, a quien conocía como ex-compañera de Letras de Raúl Ibarra. Un día nos encontramos casualmente, me contó lo de la galería y le pedí trabajo. Me lo dio. Ya habían derogado los obstáculos para los traslados y me cambié sin problema.
Ya era fines de 1979. Cambiar fue importantísimo. A la Galería de Arte Universal, que debía su rimbombante nombre a que albergaba una serie de reproducciones de arte de todo el mundo –en realidad, europeo- adquiridas con la donación de los derechos de autor de Alejo Carpentier . El edificio había sido proyectado por la arquitecta Norma del Mazo en 1957 y fue una de las primeras construcciones racionalistas del entonces flamante barrio Ampliación de Terrazas. Encargado para consulado de los Estados Unidos, el edificio se inspiraba en la gran construcción de la embajada americana de La Habana. Cuando Cuba y USA rompieron relaciones, el inmueble permaneció cerrado con todo adentro, hasta que en el ‘76 instalaron allí la Comisión Electoral Provincial; después el edificio pasó al Ministerio de Cultura y por fin los arquitectos Oliva y O’Reilly lo remodelaron para galería. O sea, que se trataba de una hermosa construcción recién restaurada por dos importantes arquitectos, refrigerada y con grandes perspectivas.
Por una parte, la instalación era diferente y nueva; por otra, la directora era joven, culta, profesional y ejecutiva. Y muy entusiasmada!
Parecía que todo iba a cambiar en mi vida. Y así fue hasta cierto punto; es decir, que cambió mucho, pero luego se pasmó.
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