Mi hermana y mi madre han tenido una incidencia fundamental en mi: de no haber sido por cómo eran sus vidas yo hubiese resultado otro tipo de persona.
En casa nunca hubo adornos ni lámparas de vidrio o cosas quebradizas; los asientos son de hierro y fibras o forrados de un material lavable. No se celebraban fiestas, salvo grandes comidas familiares y los viajes nunca eran prolongados. Hasta las paredes estaban pintadas de vinyl –que hoy día es corriente, pero entonces resultaba casi una excentricidad: resultaba ideal para nosotros porque se podía lavar con jabón y quedaba nuevo. En resolución, que llevábamos –como trato de hacerlo hoy- una vida recogida y generosa a la vez.
Todo ello me entrenó en vivir con lo que es diferente, por eso creo que mi infancia fue feliz, en una casa con muchas ventanas enrejadas, enmalladas y rodeada de vegetación para que entre luz, aire, sonido y olores pero no ladrones ni mosquitos. Hoy día, tantos años después de aquello, la casa de Cuabitas sigue siendo un refugio donde la temperatura en verano siempre está tres grados por debajo del exterior, y en invierno tres por encima. Solamente con soluciones tradicionales.
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