Pero no un tatequieto: conversaba
y me reía casi constantemente, lo cual
era pecado mortal en los colegios de la época.
Me dejaban
sin recreo frecuentemente: en aquella aula enorme había muchas sillas antiguas
alineadas contra la pared. Cuando me quedaba solo, amontonaba los
asientos contra la puerta plegadiza y me
sentaba a esperar; al regreso, el grupo golpeaba un rato, empujaba, se armaba
cierta confusión que yo disfrutaba enormemente. Al final ellos volcaban la
barricada, o bien yo terminaba abriendo. Nunca me castigaron por ello. Ese
mismo curso hice la Primera Comunión.
El domingo que asaltaron el Cuartel
Moncada mi padre y yo bajábamos en auto hacia Santiago. En casa había la
costumbre de desayunar el domingo con huevo, jamón frito y pan “de molde”: el jamón se compraba la
misma mañana. Eran como las 7 am. El cura, que había subido a decir sus misas
de domingo, se atravesó delante del auto: No
bajen, que hay tiros en Santiago. Parece que los soldados se fajaron entre
ellos. Podía ser, en definitiva estábamos en medio del Carnaval y aquellos
“guardias” podían haber bebido. Ya se sabe que no fue así. El padre Emiliano
Martín (CMF) -que los curas de Cuabitas pertenecen a la parroquia de San
Antonio y son claretianos, dicho sea con respeto-, había subido igual que
siempre: en guagua como cualquier hijo de vecino. Hoy día suben en auto.
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