Mi larga relación con el cine estaba dando sus primeros pasos. ¿Cuáles eran
mis filmes preferidos?: Pinocho, El Mago
de Oz, Blanca Nieves y los Siete Enanitos, Ali Baba y los Cuarenta Ladrones,
Los tres Caballeros, Fantasía, El Corsario Negro. Por esos años el Cinemascope llegó a Santiago –ví El Manto Sagrado en el Teatro Aguilera-: para entrar hubo que
hacer una cola. Fue mi primera vez. El Aguilera
era un cine grande con butacas reclinables. La oscuridad no se hacía de pronto,
sino mediante bombillas de color. En el subsuelo había una cafetería. En el Cine Rialto y el Teatro Oriente los vendedores pregonaban las golosinas. Iban hasta
tu asiento llamando ¡Dáxila! ¡Dáxila!. Parece
que esa misteriosa palabra significaba algo así como caramelo o bombón, pues
oí que la decían muy bajito, pero que se pudiera oír, cuando pasaba una mujer
bonita por la acera. Recuerdo muy claramente la escena de Gilda en que una avioneta se pierde
sobre el mar: esa noche mis padres me llevaron a verla al Cine Cuba.
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