miércoles, 11 de enero de 2012



Mi larga relación con el cine estaba dando sus primeros pasos. ¿Cuáles eran mis filmes preferidos?: Pinocho, El Mago de Oz, Blanca Nieves y los Siete Enanitos, Ali Baba y los Cuarenta Ladrones, Los tres Caballeros, Fantasía, El Corsario Negro. Por esos años el Cinemascope llegó a Santiago –ví El Manto Sagrado en el Teatro Aguilera-: para entrar hubo que hacer una cola. Fue mi primera vez. El Aguilera era un cine grande con butacas reclinables. La oscuridad no se hacía de pronto, sino mediante bombillas de color. En el subsuelo había una cafetería. En el Cine Rialto y el Teatro Oriente los vendedores pregonaban las golosinas. Iban hasta tu asiento llamando ¡Dáxila! ¡Dáxila!. Parece que esa misteriosa palabra significaba algo así como caramelo o bombón, pues oí que la decían muy bajito, pero que se pudiera oír, cuando pasaba una mujer bonita por la acera. Recuerdo muy claramente la escena de Gilda en que una avioneta se pierde sobre el mar: esa noche mis padres me llevaron a verla al Cine Cuba.

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