El Colegio no era solamente
religioso, sino también muy estricto. Las clases empezaban como a las nueve
menos cuarto, hasta las once y cuarto con un break de veinte minutos para el recreo: a toque de campana como en
un barracón. De tarde la cosa era, de dos menos cuarto a cuatro y cuarto con
recreo intercalado. Cada quince días había pruebas de todas las materias cuyos
resultados aparecían en un librillo llamado “el boletín”; este boletín debía
devolverse firmado por el padre, la madre
o el tutor. Para Navidad y junio se repartían diplomas o medallas: si te
habían castigado tres veces, o faltado a clase más de una, de seguro no cogías
medalla de Disciplina –Cruz de Honor
se llamaba – o de Asistencia; cada asignatura te daba una medalla de acuerdo al
promedio acumulado: eso era inflexible.
Las entregas de premios comenzaban con la siguiente arenga: Para mayor Gloria de Dios, honor de la
virtud y estímulo de los alumnos del Colegio Dolores se proclaman los nombres
de los que, durante el curso académico de tal año a tal año, por su conducta
irreprensible, valor constante y notable aprovechamiento, se han hecho dignos de premio y honorífica
mención. Para todos sin excepción, las entregas
constituían ocasiones memorables: iba mucha gente, había representaciones,
competencias, coros y de regreso a casa mi papá nos llevaba a una fuente de
soda chic a exhibir el medallero y excitar mi vanidad frente a las otras
familias dolorinas.
Por lo general, un solo maestro impartía todas las materias, menos Inglés y
Caligrafía que tenían sus especialistas. En 1er. Grado tuve al profesor
Infante, como ya dije; en el 2do., a Planas; en 3ro. Ricardo Cangas –cuyos
padres poseían un sembrado de flores
para el comercio; en 4to, al profesor Valls y al Hermano Hernández porque nos
unieron con el grupo A; en 5to, a Borges
–que aún vive y me complazco en saludarlo por la calle llamándolo profesor; en 6to., a Ferrán y en Ingreso
al hermano Salgueiro. Ingreso era un curso colchón entre la enseñanza primaria
y el bachillerato. Salgueiro fue el mismo maestro que tuvo Fidel Castro cuando
pasó por allí. Con Salgueiro oí hablar
por vez primera de las infamias de los americanos durante las guerras por la
independencia de Cuba: ellos mismos
reventaron el acorazado Maine y se metieron en la guerra de Cuba para
quitársela a España pues ni a mambises ni a peninsulares les quedaban fuerzas.
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