Mi tercera obsesión fue escribir. Después de los cuentos de hadas que
promovía en mi el doctor Herminio Almendros, me dio por escribir en enormes
papeles, con tinta negra y portaplumas de palo forrados con hilos de colores
por los internos de la Prisión
de Boniato –mi tío Puluto
Desquirón me los compraba en su trabajo, la Sociedad
de Acción Ciudadana. Lo primero que escribí fue una versión de Aladino y la Lámpara Maravillosa: fui al cine, vi la película y al
regresar a Cuabitas, compuse mi opera
prima. Creo que todavía existe, perdida por algún armario. Ya disfrutaba el
acto de escribir.
Mientras yo iba a los “grados inferiores”, Cuba entera y mi ciudad en
particular, eran un hervidero de asesinatos, registros, bombas,
manifestaciones, cadáveres acribillados y rumores. La guerra clandestina contra
Fulgencio Batista estaba en su apogeo, y uno de sus escenarios principales era
Santiago de Cuba. Recuerdo como en una bruma el 10 de Marzo del ’52, el
cuatelazo que hizo Presidente a Fulgencio Batista: un jeep con soldados
vestidos color caqui atravesaba por debajo del puente de Quintero envuelto en
una polvareda. Ya relaté cómo, al año siguiente, viví los hechos del asalto al
Cuartel Moncada.
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