Camila vivía en el edificio Sierra Maestra (antiguo aparthotel
Rosita de Hornedo) y
cierta vez tuve que ir allí: en la conversación salió que impartiría un curso
sobre la novela picaresca española, y se me ocurrió que a nadie mejor podía
prestarle la magnífica colección de novelas picarescas de la
Editorial Aguilar que Raúl Ibarra había depositado en mi.
Por supuesto que lo hice. Pasaron varios meses hasta que Ibarra lo notó, montó
en cólera y exigió su libro. Todo ello muy justo. No me quedó más remedio que
visitar de nuevo a Camila Henríquez y quitarle el volumen: todavía no entiendo
por qué se me ocurrió prestar algo que no era mío. Con el tiempo perdí contacto
con ella; a veces visitaba a su hermano y yo la acompañaba de regreso aunque ya
no era su alumno. Después me botaron de la
Universidad.
Camila Henríquez viajó a su tierra natal,
Santo Domingo, en septiembre de 1973: tuvo la desgracia de fallecer el mismo
día que el presidente chileno Allende y tomar el poder Augusto Pinochet
comenzando una saga de asesinatos y torturas que estremeció al continente. De
resultas, no se enteraron ni sus ex alumnos ni la comunidad intelectual para
quien ella fue un punto de referencia.
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