Mi compañero Boris era un pequeño, elástico, y rosado hijo del mar y los deportes. Él comenzó a dejar de suspender asignaturas.
Pero no solamente Boris mejoraba sus notas. Además de las clases, había que trabajar semanalmente en la construcción. Era reglamentario: al principio fue en una fábrica de elementos de hormigón para la prefabricación. Una semana de 7 am a 3 pm y la otra de 3 a 11 de la noche. Posteriormente nos tocó trabajar en el Distrito José Martí: hay una plazoleta del bloque J que proyecté.
En realidad, mi equipo era el mejor. Por eso cuando se acercaron las elecciones para la Federación de Estudiantes Universitarios me propusieron presentarme para no sé qué cargo y me propusieron aceptar. No debí hacerlo: no tanto por lo que vino después –que tarde o temprano sucedería- sino porque está mal plegarse a algo que no es lo nuestro. Una cosa es cumplir obligaciones un tanto absurdas para estudiar una carrera, obtener un título, y poder subsistir y otra entrar en el sistema jerárquico de mando.
Los jefes del momento se lanzaron a investigar sobre mi y dieron con la expulsión de La Habana. Lo que más escándalo provocó fue el hecho de haber ocultado mi homosexualidad. Como si de no incurrir en esa “falta de honestidad” yo hubiera podido completar mis estudios. A nadie se le ocurrió preguntarse –estábamos en 1974- si ser maricón es un delito, o un defecto, o si descalifica a alguien para ser un buen arquitecto.
Una tarde me citaron a la Secretaría de la Universidad, donde un señor llamado Pargas me leyó el expediente disciplinario que seguirían en mi contra, según el cual se proponía mi expulsión. Un estudiante de llamado José Jacas había sido comisionado para investigarme y descubrió “mi verdadero yo” en los archivos de la Unión de Jóvenes Comunistas de la Universidad de La Habana. Es decir, que me expulsarían porque ya antes lo habían hecho. También me citaron para la asamblea general del día siguiente a las 6 pm cuyo único asunto sería “mi caso”.
El circo romano –en argot universitario, asamblea convocada para expulsar a alguien- comenzó puntual; se desarrollaba en un teatro con bastante espectacularidad. Primero leyeron un informe incriminatorio donde se proponía la expulsión; al que siguieron exclamaciones, insultos, gritos que aclamaban la “culpabilidad” y reafirmaban la separación del sujeto. Yo me sentía furioso y tranquilo a la vez. En el escenario había una mesa para los jefes. Eran varios, aunque solamente recuerdo a uno llamado Montoya –que después dirigió Planificación Física en la provincia-. Después de los documentos que ya me habían leído, el investigador/informante Jacas leyó su reporte. Según el cual yo era poco menos que un espía internacional. Entonces pasé a primera fila, me volví hacia el público y pedí la palabra. Que no me dieron. Comenzó la lluvia de barbaridades, entre ellas el hijeputa que me gritó uno de los dirigentes. Cuando aquello acabó y bajábamos las rampas del edificio del Rectorado, formaron filas a lado y lado, que seguían gritando improperios y me lanzaban pedazos de fango seco. Los autos que transitaban por la avenida frente a la Universidad se detenían. Era evidente que habían planeado un acto de repudio desde la universidad hasta mi casa.
En la confusión, un muchacho que yo apenas conocía me jaló por un brazo, me metió en un auto y me sacó de allí. A los cinco minutos estábamos en casa. Boris me esperaba llorando; Yeyo Kraus también estaba. No recuerdo si dije algo. Se repetía la misma historia: por lo menos ahora mi madre supo que esas cosas sí ocurrían. No era necesario robar, copiar en un examen o hacer algo inconfesable. Al menos eso.
Al día siguiente el escritor José Soler Puig se sentó conmigo y con Raúl Ibarra en el Parque de Céspedes –a sea, lo más público en Santiago- para demostrar su desaprobación por mi humillación. Luego se bebió una botella de ron con nosotros en la Casa del Té. Dos tardes después, Nenena quiso que la acompañara y pasamos horas en las tiendas de Enramadas para elegir un reloj de pulsera para mi: en efecto, me regaló uno muy bonito, de esfera cuadrada azul-violeta.
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