jueves, 6 de diciembre de 2012





Neno Alfonso es profesor de una universidad, se me confunde si en Virginia o en Maryland. Sus hijos también son adultos. No los conozco ni por fotografía. En los primeros años de su exilio vivió en Canarias y allá se sentía bien, pero cruzó el Atlántico pensando en el futuro de su prole y para complacer a su esposa. Fue un sacrificio. Devoto de la seguridad hogareña, imagino que de alguna manera la habrá hallado. Según cuenta Lourdes, aspira a comprar una casita en la Florida el día que se retire.

David Lago vivía en Madrid. Era un gran poeta. Grande e injustamente ignorado. Aunque ya se sabe que la justicia nada tiene que ver con el cumplimiento de nuestros designios. El que es poeta, debe de sentir pago en el hecho de escribir. Sus frecuentes depresiones lo hacían sufrir más que su enfermedad. Áspero y afectuoso a la vez, estaba orgulloso de ser lo que era y cómo lo era. Como en la mayoría de los exilados, sus sentimientos sobre la isla donde nació son contradictorios: por una parte proclamaba que no le interesaba y por otra atesoraba sus detalles, olores y sonidos. Creía firmemente –aunque lo callaba- que la vida no había sido justa con su obra. Tenía razón. En realidad, su poesía escrita fuera de Cuba es muy superior a la anterior. La historia de la poesía cubana posterior al ’59 no puede escribirse sin mencionarlo. Cuando enfermé de artrosis en 2007 –con la cantidad de dolores que provoca-, tuve que utilizar un medicamento que no podía conseguir aquí. David me lo envió cuanto antes, cosa para mi asombrosa, en una persona tan pobre. Luego su blog poético El penthouse de Heriberto, se politizó demasiado, y dejé de colaborar en él y de escribirle. Falleció en diciembre de 2011.

Lo último que supe de Evelio Caviedes, a. Benny Bola de Humo, es que había fallecido, en Camagüey.

Nikitín, también camagüeyano, hoy por hoy es un patriarca de la radio local, para la que escribe guiones desde hace años. Gana bastante. Al morir su padre, heredó una casa vieja que se comunicaba por el fondo con la de una tía. Años más tarde la tía también falleció;  entonces él cambió ambas casas por otra nueva. Pertenece a los Alcohólicos Anónimos de su ciudad.

El verdadero nombre de Loquillo es Roger. Se ha convertido en miamense, too. En algunas personas, el exilio refuerza los rasgos de carácter. Me contó una vez Carlos Victoria que estaba por presentar una obra suya en la Feria del Libro 2005 (de Miami), cuando Loquillo, casi a gritos, dejó bien sentado que él era el personaje del cuento El Abrigo; el autor no tuvo más remedio que leerlo.Se dice que ha escrito varias novelas. Aunque esto para mi sí es nuevo, pues nunca se supo que escribiera Al parecer, a veces regresa al diario vivir de todos,   para terror de de los demás protagonistas del Viejo Testamento habanero y del Nuevo, miamense.

Wallace Tartelli, el colombiano ibaguereño, hace poco estuvo en Cuba. Me asombró su tez llena de juventud. Posee una pequeña empresa llamada Pareja-Modelo que se dedica a la promoción de ropa de moda. Me regaló un bonito T-shirt negro con los símbolos de su empresa, el cual traspasé a Javier de inmediato.

Reinaldo García Ramos dirigió una revista literaria de Internet llamada Decir del Agua. Tiene una casa en Miami Beach, a donde se retiró después de más de veinte años trabajando en New York. Decir del Agua fue cada día mejor y gozó tiene mucho crédito, hasta que hubo que cerrarla. Luego dejó su casa de la playa y se mudó a otra. De vez en vez me escribe. Sé de él por lo que publica.

Frank Aguilera vive en Barcelona. Más atrás narré cómo me invitó a su casa, en el 2006, y  lo bien que me trató: él es la muestra viviente de cómo las personas, o me detestan y hacen lo indecible por destruirme (o neutralizarme), o me tratan de una manera tan delicada y afectuosa que me impide renunciar por completo a la vida y el mundo. Por cierto,  hace meses no sé de  Frank. Quizá su felicidad –o su lavoro- lo tiene tan ocupado que no tiene tiempo de comunicarse. Dios lo bendiga.

Roger (Coco) Salas es un distinguido columnista de El País. Escribe sobre ballet, danza, ópera y espectáculos en general. Está enfermo y a veces la enfermedad se hace presente. Hace tiempo renuncié a llamarle Coco en público: esa palabra quiere decir caca en algunos idiomas. Lo admiro muchísimo, y ya lo he dicho, pues partiendo de Cacocum (Holguín, Oriente, Cuba), ha sabido hacerse un sitio en un medio tan sumamente competitivo. Lo considero mucho mejor poeta que narrador, aunque hoy día la poesía es tan poco preciada por casi todo el mundo que comprendo su afán de narrar (en ello tampoco yo me quedo atrás). Hace poco publicó un libro de narraciones muy bueno, al que la crítica ha tratado bien. En contra de todo lo expresado por él, creo que ama la vida y la belleza con la fuerza necesaria para mantener ese equilibrio inestable que lo hace gastar más de lo que gana, sobrellevar la poca salud y vivir solo pero repleto de vitalidad e ingenio. En definitiva, nos parecemos en eso.

Adrián, mi amigo Adrián Bosco. El que me dio los veinte pesos para que saliera de aquel infierno el día que me botaron de la Escuela de Letras.  ¿Cómo hablar de ti sin rozar tu túnica ministerial? Olvidándola, claro. No sé, ni quiero saber qué habrá tenido que hacer o deshacer en la esfera en que vive. Al menos, para subir no ha necesitado pisar la cabeza de nadie: hijo de su padre, él nació arriba y sus escritos de infancia los leía Alejo Carpentier. Su narrativa es poco espléndida, pero interesante –al menos, la publicada hasta ahora-. La promoción a la que pertenezco está formada por escritores que son más hombres de acción que literatos. Ciertamente, nuestra prioridad es sobrevivir. Lo que no empleamos en aclarar nuestras almas, vivir y escribir, lo gastamos chocando contra el medio hostil, chato e indiferente. En Cuba o Afuera. Quizá por eso ni Adrián, ni Coco Salas, ni yo mismo, seamos eminentes creadores. Interesantes, de seguro sí. Pero interesante fue también el esclavo Manzano.

A los otros personajes de mi vida, o los he olvidado, o se los tragó el mundo. Por ahí deben de andar. Quizá un día saquen su cabeza de la gran Estigia.

Mi vida no es especial. Podría haber sido peor. He logrado pocas cosas, pero no despreciables. Al menos tengo la alegría de poder relatarla. Doy gracias a Dios por ello. Aunque no poseo lo que se dice disciplina para escribir –debo sentir verdadera necesidad de hacerlo- y dudo mucho que alcance algún logro literario verdadero, espero que, aunque sólo de manera transitoria, a veces llegue a la iluminación. Es todo.



Cuabitas, Santiago de Cuba, 2012

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