miércoles, 5 de septiembre de 2012

Las tertulias de La Minerva ya eran una institución: logré que la guía para turistas que edita anualmente el rotativo español El País incluyera a la tienda. Otra mañana se me apareció el escritor Joaquín Baquero totalmente irreconocible con una enorme barba y una gorra color marrón. No supe quién era. Me traía la primera edición de Tusquets de Antes que anochezca, del difunto Reinaldo Arenas, donde había descubierto la foto de alguien parecido a mi, aunque el pie no daba información. Me dejó el libro con la condición de leerlo en veinticuatro horas. Dije que sí. No cabía duda de que la foto era mía: la tomó Reinaldo García Ramos en el Parque Lenin, en 1973.


En los noventipocos, mi amigo Abelardo Bélico estaba casado con una mujer bella e inteligentísima llamada Yaumara. Algunos sábados nos reuníamos en La Isabelica a beber café: recuerdo con agrado aquellas tardes. Una de las pocas cosas que se podía comprar en Santiago era el café de La Isabelica: nos enviciamos, y casi no salíamos de allí.

 A Frank Aguilera lo conocí durante los años ’80 en la Galería: era miembro de una especie de club literario que funcionaba allí, conmemorativo de Alejo Carpentier. Era un adolescente apuesto y bien vestido. Lo admiraba, pero sin insistencia; cuando percibí que mi seguimiento visual lo inquietaba comprendí que es gay y lo dejé en paz.
Es que se trata un muchacho encantador, brillante y sumamente cariñoso. Cuando por fin se decidió a “salir del closet” nuestra amistad creció muchísimo y hoy es uno de mis mejores amigos. Vive en Barcelona.

Mi cumpleaños cuarentiocho me lo celebró con una empanada Olguita Trapero. Nos la comimos un medio día en la casa que pertenecía a la UNEAC y todavía no se había inaugurado con el nombre de galería La Confronta. Los invitados fueron mis compañeros del Fondo, Olguita y yo. Con tanta hambre, fue un regalo que todavía agradezco. Me pregunto cómo y dónde  logró que se la hicieran.