jueves, 20 de septiembre de 2012

A aquella misma Fiesta del Fuego asistió Wallace Tartelli, un colombiano sumamente emprendedor y promotor de casi todo lo que pueda resaltar la vida artística de su ciudad –Ibagué. A decir verdad, Wally asistía a los Festivales del Caribe desde hacía varios años y la Guillot me lo había presentado antes. Ya funcionaba la galería La Confronta y una tarde que miraba cuadros en compañía del también colombiano Calderón  me le acerqué y se me ocurrió decirle que si le interesaba, yo podía organizar algo similar para Ibagué. Me respondió que por qué no, lo cual me dejó atónito pues no me lo esperaba. Por supuesto que me alegré mucho. Me propuso reunirnos al día siguiente ahí mismo. Así lo hicimos y Wally  traía ya la propuesta –por no decir la condición- de incluir a Pedro Jorge Pozo en el proyecto. Pozo es magnífica persona, pero nunca me ha interesado su pintura. Luego entendí que en Colombia ello venía como anillo al dedo. Lo notable de la pintura de Pozo es que nada de lo anterior es falso: jamás “posa”, todo le sale del fondo del alma. Por insoportable que resulte. Es un fenómeno sociocultural. Pues nada: Pozo iría a Ibagué.

Me quedaba buscar a otro artista y recordé a Luis Tasset –entonces esposo de Blanquita Pasín- cuyos grabados creo que merecían mucho más promoción (ciertamente, años más tarde la tuvo)  En realidad, el proyecto con Wally Tartelli caminó sobre ruedas; únicamente, ya a finales de septiembre –cuando Lescay me había invitado a participar en la futura Fundación- el difunto Guarionex Ferrer y el diseñador Adolfo Escalona me llamaron aparte y me advirtieron que iba a Colombia como representante de aristas de la UNEAC, no como miembro de la fundación de Lescay. Ello me pareció insólito, represivo y vejatorio para mi persona. Luego comprendí que no me equivocaba: actuaron intencionalmente porque ya para entonces Lescay me había propuesto un cargo en su fundación y uno – Guarionex- había estado en desacuerdo por escrito con el proyecto de fundación del otro. Temían que yo viajara “de polizón”. Generalmente las personas que están envueltas en algún lío  están seguras de que todo el mundo lo sabe y ha tomado su partido. Realmente, yo me enteré muchísimo más tarde de que Guarionex, el viejo Ferrer y Escalona estaban en desacuerdo con la Fundación. A mediano plazo lo anterior no me afectó para nada y continué con mi exposición de Colombia.

Mientras lo anterior ocurría, las coordinaciones para nuestra exposición progresaban rápidamente. Había llegado una carta de invitación del alcalde de Ibagué con motivo del Cuatrocientos cuarenta y cinco aniversario de la ciudad, en cuyas ceremonias quería que participásemos; se comprometía a pagar los boletos y los gastos derivados de nuestra estancia. Ya cerca de la propuesta fecha de salida nos fuimos a La Habana a conseguir visas y pasajes.

Éramos Pozo, Tasset y yo. La primera noche dormimos como se pudo en casa del trovador Augusto Blanca –Pozo y yo lo conocíamos desde acá. Después, el mismo Augusto nos halló un alquiler en el edificio de G y 25 donde vivía, en el apartamento de una mujer joven que tenía una niña. No salía caro, ya que los tres compartíamos una sola habitación. Empezó entonces una espera de catorce días para la cual yo no estaba económicamente preparado: tanto los boletos como las visas debían venir desde Colombia.

En realidad no expliqué de qué modo habíamos encaminado las cosas. La UNEAC nos representaba ante el Estado cubano y por ello se encargaba de gestionar nuestros papeles de viaje, incluso la visa. Poseían aparatos de fax, y nos facilitaron contactar con Ibagué para que supiesen el número telefónico de nuestro alojamiento, así como que estábamos listos esperando por ellos. En la UNEAC supimos que la visa debía solicitarse simultáneamente desde La Habana e Ibagué. Cuando Wally llamó le precisamos lo de la visa: a partir de entonces comenzó a moverse la maquinaria. A diario íbamos al departamento de Relaciones Internacionales de la UNEAC, pues obtener nuestros permisos de salida; entonces solicitamos las visas en la Embajada de Colombia. Y a esperar. Pasaban los días, y nada llegaba. Gracias al buen humor de Tasset y Pozo sobreviví aquella incertidumbre y sangría de dinero. Luis proviene de una larga familia oriunda de Maffo, cerca de Bayamo. Campesinos de muy buenas maneras, pero campesinos al fin, y con un inagotable reservorio de historias, cuentos y chistes, aparte de una predisposición natural a encontrar el lado risible de todo.
Hacía un cuento cada cinco o diez minutos. Nunca se repitió y jamás aburrió. Seguían pasando los días. Fuimos a Cubana de Aviación como cien veces. Nada, de boletos nada. Una mañana decidimos que al día siguiente regresaríamos a Santiago. Como a las cuatro de la tarde sonó el teléfono: era de Colombia para que inmediatamente reclamáramos las visas y boletos pues teníamos reservación para la mañana siguiente. A esa hora ya la Embajada había cerrado, y aunque telefoneamos, no hubo manera: había que esperar al otro día. Por lo pronto, nada de regresar a Santiago. Sería verdaderamente difícil recoger las visas en Miramar, retornar al Vedado por los boletos y correr al aeropuerto. No creí que fuese posible, pero mis compañeros hablaron con un señor que tenía un auto y por  unos dólares nos llevó a todas partes. Y lo logramos. Llegamos a Rancho Boyeros mucho antes de las once a.m. Si despegamos algo atrasados fue porque Pozo tuvo líos con la Aduana a causa de sus cuadros. Como iba a exponer, invitado por un alcalde, eso le valió. Y por fin despegamos.