miércoles, 15 de febrero de 2012




Pocos meses después de empezar a estudiar, se celebró el Salón de Mayo. Fue un gran acontecimiento nacional. Se expuso en el Pabellón Cuba. Allí por primera vez vi “en directo” obras de Picasso, Tanguy, Dalí, Cesar, Matta y muchos artistas plásticos contemporáneos. El Salón atrajo a Cuba a numerosas personalidades del arte, entre ellos al crítico Yvon Taillandier. Creo que vi el Salón doce ó trece veces. A la entrada había un lienzo enorme, pintado en colectivo por muchos asistentes. Hace unos años se expuso de nuevo en la exposición sobre la década del ’60 celebrada en el Museo Nacional de La Habana. Parte del Salón fue exhibido en Santiago, el Museo Emilio Bacardí aunque fue solamente una selección del mismo. El Salón de Mayo conmovió al arte cubano, que  se sintió a la par de todos, fuese exacto o no.

Creo que si algo bueno he hecho conmigo la  vida ha sido estudiar Literatura. Me fascina y la amo de todo corazón.

Aquel primer año –como los de todas las carreras- fue muy laborioso. Había que leer mucho y escribir más. Jamás había conocido La Ilíada ni la Odisea, ni la Canción de Rolando. Nunca había leído a Sócrates. Aprendí bastante latín –que no es un conocimiento inútil como suele creerse, sino la verdadera fuente de nuestra manera de expresarnos. Tuve que traducir a Ovidio y Cicerón. Conocí el intrincado y maravilloso mundo de las bibliotecas: visitaba tres de ellas con mucha frecuencia, la de la Escuela de Letras, la Biblioteca Central de la Universidad y la Nacional –más tarde descubrí la de la Casa de las Américas aunque por su fondo tan especializado no fue de mis más concurridas. Redacción y Composición fue una asignatura muy querida donde aprendí a leer a Lorca y al marqués de Santillana; la impartía Mirta Aguirre –quien era muy buena enseñando-. Me fascinaba su humor irónico y la forma poco piadosa con que trataba a los alumnos. Por aquel tiempo yo usaba una pequeña barba: con su voz enérgica Mirta se dirigió al aula poniendo como ejemplo los pelos de mi rostro como el medio que yo había escogido para “reforzar mi masculinidad”. Aunque en el primer momento me sonrojó, después no lo tomé a mal ya que lo entendí como una burla a mi persona para explicar la diferencia entre metáfora e imagen. Por lo demás la consideraba y considero una mujer interesante.