viernes, 30 de marzo de 2012

Aunque he perdido la fecha exacta, el concierto de Elena Burke y Silvio Rodríguez en el Museo de Bellas Artes tiene especial significación. Por varias cosas: una, que ya entonces mi compañero de andanzas era Carlos Victoria; otra, el hecho de que Silvio compartiera escenario con Elena Burke –quien era una figura más que reconocida en esos momentos- lo presentaba ya como “joven valor” de la canción -todavía él era un muchacho delgado, de gafas y granitos en la cara. La otra, que mientas nosotros estábamos en el recital, afuera ocurrió otro hecho. Silvio cantó lo de la bruja vieja y fea. Aquella noche Carlos protagonizó una escena frente a un guardián que lo maltrató a causa de su pelo largo, no quería dejarlo entrar: yo también tomé parte en el incidente increpando al hombre (usted no merece llevar ese uniforme, le dije). Y al final entramos los dos, pues teníamos invitaciones y éramos estudiantes. Ya dije que mientras Silvio y Elena cantaban se produjo otra cosa; la gran recogida de gays y muchachos “raros” -los “hippies” del Hotel Capri. Todavía existían las UMAP, pues al día siguiente se supo que a los “recogidos” los mandaron directamente ahí. La inacabada batalla entre el Poder y la gente “diferente”, que tiene momentos descollantes entre 1965 y 1976, vivió esa noche uno de sus picos.

Poco después Carlos Victoria trabó amistad con una de las comunidades familiares más tortuosas, atormentadas y creativas de aquellos años, los Espasande. Juan Ángel Espasande, hijo del actor y hermano del Carlitos Espasande, era un joven trigueño, de cabello rizado y decididamente talentoso. Amaba el teatro, como toda su familia. Pero estaba poseído por una especie de fuego autodestructivo que acarreaba todo lo más doloroso de aquellos años. De seguro conozco retazos de su historia familiar, que han quedado atascadas en alguna vuelta de mi memoria. Muchos creadores padecemos de ese mal, sólo que Juan Ángel tenía la virtud de esparcirlo en su derredor. No era un enfermo mental ni un malvado, sólo menos resistente frente a la adversidad de verse negado y apartado a cada paso. Su intenso poder de fascinación, su constante efusión y vigor, ligadas a la relación cercana que tenía con aquella Habana a punto de llegar a la década del ’70 –definitoria en muchos sentidos de lo que somos hoy culturalmente hablando-, reunió a personajes  y seres de todas las calañas que tenían algo en común: gran talento y casi ninguna capacidad para convertir ese talento en obra. Pienso que para hacer cualquier arte es necesario un mínimo de renuncia y olvido. Ello se convierte en condición sine qua non en un medio autoritario, nada tolerante y sujeto a las apariencias como La Habana de esos años. Quizá en otro sitio u otro momento, JAE hubiera desarrollado una brillante carrera de teatrista. Aquí, ni fuera de aquí pudo hacerlo. En términos de arte, Juan Ángel representa la frustración de muchos talentos. Supe por Carlos Victoria que  en 2007 Juan Ángel se desempeñaba como chef de un conocido restaurante de Miami y había logrado un gran renombre profesional-otros me dijeron literalmente que era un bandolero- No lo sé