martes, 3 de julio de 2012

A principios de 1971 yo estaba en 4to año de la carrera. La Escuela había logrado organizar un pequeño grupo de alumnos que alternaban varios días en La Fé –Isla de Pinos- y varios en la Capital. En esos momentos quería irme de La Habana y por eso determiné unirme al grupo de lafesino. La dificultad estaba en que la especialidad de Lengua Francesa –la que yo estudiaba- no participaba de ese plan, por lo que mi iniciativa carecía de asidero legítimo. Así y todo, sin decírselo a nadie, utilizando mis amistades y el prestigio que poseía entre los demás alumnos, me fui con ellos. Estaba conciente de que se trataba de una indisciplina, sólo que la hallaba y hallo espiritualmente justificada. No me iba a cortar las venas por culpa de aquel grupo de vedadenses que me habían atacado íntimamente.

La Fé, antigua Santa Fé, es un pequeño poblado hacia la parte centro-norte de la Isla. Nuestro cuartel general radicaba en el Club de Oficiales, un hermoso sitio junto del río que atraviesa el vecindario. Vivíamos en un albergue colectivo de madera,  el cual hacía esquina, compartido con jóvenes trabajadores. No pregunten qué hacíamos, porque no lo recuerdo. Íbamos y veníamos en avión: frecuentemente el viaje de El Vedado-Rancho Boyeros tardaba más que el de Nueva Gerona-La Habana. Había una línea de guaguas de Gerona a La Fé que entraba al aeropuerto: en más de una ocasión bajé corriendo del avión para abordar la guagüita. El pueblo tenía un cine al aire libre con forma de anfiteatro romano que quedaba junto al río, un restaurante tipo ranchón donde se comía maravillosamente, un parque rectangular sin un árbol y -en una esquina- la estación del redioaficionado. En una ocasión hablé con Santiago de Cuba a través de ella. En La Fé se contaba una leyenda –no sé si tendrá algo de cierto- sobre un príncipe italiano que huía en un dirigible después de la Segunda Guerra Mundial y lo alcanzaron no lejos del pueblo.

Hicimos tan buenas relaciones con los jóvenes e incluso me acerqué mucho a uno llamado Enrique, Era delgado, fuerte, ojiverde y bastante iletrado: a mi regreso de un viaje a Santiago de Cuba lo encontré de novio con Eneas, un negro cuya voracidad sexual, inteligencia, habilidad, medios económicos y sentido del humor son legendarios. En esos días el grupo de La Fé fue desactivado y regresamos a La Habana por mar. El ferry salió a medianoche del río Las Casas –cerca de Gerona- y llegó a Batabanó cerca de las seis de la mañana. Fue un viaje memorable con la mar en calma y el cielo cuajado de estrellas.

El Departamento de Francés era muy estricto, por lo que mi iniciativa de marcharme a la Isla por decisión propia y descuidando varias clases, provocó un verdadero escándalo. Mi aprovechamiento general era lo suficientemente bueno como para garantizarme un 4to año sin problemas, pero aquellas mujeres no perdieron la oportunidad de amonestar mi indocilidad. En realidad el Departamento de Francés nunca  llegó a tomar una acción contra mi, pero la indisciplina cometida atrajo la atención sobre mi persona
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A principios de 1971 yo estaba en 4to año de la carrera. La Escuela había logrado organizar un pequeño grupo de alumnos que alternaban varios días en La Fé –Isla de Pinos- y varios en la Capital. En esos momentos quería irme de La Habana y por eso determiné unirme al grupo de lafesino. La dificultad estaba en que la especialidad de Lengua Francesa –la que yo estudiaba- no participaba de ese plan, por lo que mi iniciativa carecía de asidero legítimo. Así y todo, sin decírselo a nadie, utilizando mis amistades y el prestigio que poseía entre los demás alumnos, me fui con ellos. Estaba conciente de que se trataba de una indisciplina, sólo que la hallaba y hallo espiritualmente justificada. No me iba a cortar las venas por culpa de aquel grupo de vedadenses que me habían atacado íntimamente.

La Fé, antigua Santa Fé, es un pequeño poblado hacia la parte centro-norte de la Isla. Nuestro cuartel general radicaba en el Club de Oficiales, un hermoso sitio junto del río que atraviesa el vecindario. Vivíamos en un albergue colectivo de madera,  el cual hacía esquina, compartido con jóvenes trabajadores. No pregunten qué hacíamos, porque no lo recuerdo. Íbamos y veníamos en avión: frecuentemente el viaje de El Vedado-Rancho Boyeros tardaba más que el de Nueva Gerona-La Habana. Había una línea de guaguas de Gerona a La Fé que entraba al aeropuerto: en más de una ocasión bajé corriendo del avión para abordar la guagüita. El pueblo tenía un cine al aire libre con forma de anfiteatro romano que quedaba junto al río, un restaurante tipo ranchón donde se comía maravillosamente, un parque rectangular sin un árbol y -en una esquina- la estación del redioaficionado. En una ocasión hablé con Santiago de Cuba a través de ella. En La Fé se contaba una leyenda –no sé si tendrá algo de cierto- sobre un príncipe italiano que huía en un dirigible después de la Segunda Guerra Mundial y lo alcanzaron no lejos del pueblo.

Hicimos tan buenas relaciones con los jóvenes e incluso me acerqué mucho a uno llamado Enrique, Era delgado, fuerte, ojiverde y bastante iletrado: a mi regreso de un viaje a Santiago de Cuba lo encontré de novio con Eneas, un negro cuya voracidad sexual, inteligencia, habilidad, medios económicos y sentido del humor son legendarios. En esos días el grupo de La Fé fue desactivado y regresamos a La Habana por mar. El ferry salió a medianoche del río Las Casas –cerca de Gerona- y llegó a Batabanó cerca de las seis de la mañana. Fue un viaje memorable con la mar en calma y el cielo cuajado de estrellas.

El Departamento de Francés era muy estricto, por lo que mi iniciativa de marcharme a la Isla por decisión propia y descuidando varias clases, provocó un verdadero escándalo. Mi aprovechamiento general era lo suficientemente bueno como para garantizarme un 4to año sin problemas, pero aquellas mujeres no perdieron la oportunidad de amonestar mi indocilidad. En realidad el Departamento de Francés nunca  llegó a tomar una acción contra mi, pero la indisciplina cometida atrajo la atención sobre mi persona.