lunes, 11 de junio de 2012



Es verdad que Carlos Victoria tenìa adentro un demonio que lo obligaba a hacer cosas impensadas: en Verdún adquirió la costumbre de andar sin zapatos y amarrase al cuello una tira azul aqua. Durante un permiso sabatino –Verdún no quedaba lejos de La Habana- a Nikitín Rodríguez Lastre y a mi nos tocó presenciar uno de los espectáculos más vergonzosos de la vida. Alrededor de la escalera de caracol que une las dos plantas de la heladería Coppelia se agolpaba un buen número de adolescentes. A mitad de la subida, descalzo, con un pie en un escalón y otro en el de más abajo –como en una estampa piadosa- envuelto en una frazada marrón y la tira azul al cuello, Carlos Victoria predicaba. No conversaba: predicaba. Hacía gestos, miraba al techo, movía los brazos. Como no estaba borracho ni endrogado, nuca me he imaginado qué puede haber sido . Imagino que Nikitín y yo lo buscábamos: a pesar de nuestros reclamos Carlos continuó su arenga y nosotros fuimos a parar a la cafetería del hotel Capri. La imagen de mi amigo predicador me causó una profunda tristeza, pero no conozco depresión que una buena cafetería sea incapaz de neutralizar. El único verdadero disgusto que he tenido con CV proviene de ese episodio, que aun hoy me parece un verdadero desatino suyo. Estuvimos meses sin hablarnos.

Poco después de mudarme a F y 3ª apareció en ella un muchacho que estudiaba Periodismo. Se llamaba Senel. Durante aquella etapa era sencillamente bello: descendiente de inmigrantes canarios asentados en el centro de la isla, en él se mezclaban el vigor, la sensualidad de un animalito y el aire de estar soñando constantemente. Todo eso le dije. Me respondió que él había tenido la oportunidad de escoger, y había optado por no ser homosexual. Pero sí fanfarrón -pensé-. Ni ello ni su prótesis dental -como me hizo notar Carlos Victoria- disminuyó un ápice mi admiración por él. Senel empezaba a escribir cuentos y lo hacía con total entrega. Mientras a mi me costó años confesar públicamente mi condición de escritor, él no dudaba en encerrarse en su cuarto a teclear en su máquina: y cuando necesitó emplearse todo el día para terminar un libro, no vaciló en pedir permiso en su Escuela y faltar a clase.

Por aquella época escribía totalmente desnudo, sólo con una toalla para cubrir el sexo. Frecuentemente intercambiábamos escritos: no recuerdo que nos hayamos criticado jamás, pero cada cual sabía qué y cómo escribía el otro. A decir verdad, su persona me interesaba más que su obra; o sea, yo reconocía perfectamente -y a la legua- su talento, voluntad y disciplina –trabajaba como un gallego que pone tienda: con total entrega- pero los ambientes campesinos llenos de abuelitas y niños que entonces invadían sus textos –y los de Celestino antes del alba- nunca han sido mi fuerte. A veces pienso que Senel Paz es como la “cara buena” o “positiva”, de Reinaldo Arenas, Delfín Prats y Coco Salas –el mundo campesino que impulsa a Senel tiene un componente demoníaco y bestial que aparece en la Literatura Cubana desde Tilín García, Conejito Ulán y Cayo Canas .

Una vez Nikitín Rodríguez Lastre me llevó a casa de Virgilio Piñera y tuve el privilegio de que me leyera completa La caja de zapatos vacía; al despedirnos me pidió que volviese... con un conocido joven escritor. Quería comprobar si en realidad era tan talentoso como de decía. Leyendo Virgilio Piñera, en primera persona, de Carlos Espinosa Domínguez veo que muchas personas lo tildan de  “persona muy irónica”. Realmente durante aquella visita   fue encantador y realmente cariñoso. Aunque,  sí que era irónico, y yo lo admiraba muchísimo por eso  ¡La de Virgilio parece ser la suerte del escritor cubano que tiene algo que decir!