jueves, 15 de diciembre de 2011

Yo estaba loco por que mi hermana Virginia “se pusiera bien”; es decir, tenía una fe ciega en que eso –la anormalidad- podía curarse: que no hubiésemos tenido suerte hasta la fecha era otra cosa, pero debía existir un medio.  Por aquel entonces había un personaje que hacía curas milagrosas por radio: Clavelito, el de pon tu pensamiento en mi.... Tenía una especie de programa guajiro; se colocaba un vaso con agua sobre el receptor, se escuchaba todo atentamente, se cantaba la canción y el enfermo se zumbaba el vaso completico. Every day entre las diez y las once prendía el radiorreceptor blanco de Virginia –a ella le fascina la radio: música alta y cambiar de estaciones a cada rato-, ponía un vaso descomunal lleno hasta el borde, hacía lo recomendado y le daba el agua clavelada. Virginia se la bebía de un solo trago y sin respirar. Una tía mía muy creyente llevó a Virginia a un curandero de la Sierra Maestra llamado Tano: ni Clavelito ni Tano la curaron. Muchos años después vi unas fotos del templo de Tano, recogidas por un médico que  trabajaba en esa zona. Era el típico guajiro blanco, flaco, de sombrero y cinturón ancho. Su templo bajo los árboles era una barraca de yaguas, de cuyas paredes colgaban estampas de santos y letreros piadosos: una muchedumbre de afligidos lo llenaba.