lunes, 19 de marzo de 2012

Por fin, a la llegada del nuevo curso tuvimos un “trabajo social” en Cunagua. No lo puedo situar en mes, pues entonces el calendario universitario andaba patas arriba y lo mismo un curso duraba trece meses, que tenías vacaciones en febrero.

¿Y cuál era la diferencia entre “trabajo voluntario”, “social” y “productivo”? El “voluntario”, como su nombre lo indica, era voluntario:  Claro está que lo pensarías muy bien antes de tomar la decisión de no aistir a un trabajo voluntario por lo que ello implicaba (“significarte”), pero en teoría podías hacerlo. El trabajo “productivo” tenía que ver más con la agricultura o la construcción y no dependía de tu voluntad pura y simple: era obligatorio, formaba parte de una disciplina, no se permitía faltar a él a menos que pudieras presentar comprobantes muy convincentes (que te hubieras partido una pierna, que te hubieran operado del corazón, etc.). Este “trabajo productivo” por lo general era convocado por el centro de estudios o sitio de empleo y se consideraba como tiempo lectivo o como parte de la jornada laboral. El trabajo “social” se refería más a lo que un día podía ser tu profesión: la obligatoriedad no se consideraba en él, aunque dudo que algún alumno universitario se hubiera ausentado a un trabajo “social”.

El de Cunagua (Camagüey) fue otro de ellos. Se supone que debíamos guataquear cañaverales, eliminarles la mala yerba y sembrar posturas. Era una labor monótona y agotadora. Cerca de los campos había varias casas en construcción y nosotros nos metíamos en las letrinas a hacer nuestras necesidades y descansar un poco. Nada más recordar aquellas jornadas bajo el sol, ya me canso. Jorge Oliva gritaba Esto es una filmación muchachos, no se preocupen: en realidad estamos a cuadra y media de La Rampa. Dentro de un rato terminamos. Otros gritaban ¡Trivia! ¿De que color era la corbata de Cary Grant en la primera escena de Intriga Internacional? Claro que este era un juego puramente de muchachos del Vedado, todos muy al día. Yo me limitada a mirar y oír. Eran maneras de sobrellevar la distancia.

Lo que mejor recuerdo es la impresionante naturaleza de la Loma de Cunagua –una especie de mogote en medio de la planicie-, las nubes de mosquitos de Manga Larga, y la gente de la UMAP. Cierta vez, una maleza cogió candela y nos mandaron a apagarla; la estrategia consistía en delimitar franjas y quemarlas para que cuando llegase la candela, no pudiese avanzar. O sea, dar contracandela. Nunca imaginé que el fuego pueda caminar tan rápido a través de la maraña, como si fuese gasolina prendida, ni que se resumiera todo en una tremenda soledad silenciosa y blanca poblada de crujidos. En definitiva, pudimos hacer nuestras franjas de contracandela y el conato se controló. De regreso al campamento no nos permitieron tomar agua; había una impresionante cantidad de botellas de aguardiente. En Cuba existe la creencia de que el agua, inmediatamente después del calor de la candela, tiene el efecto de “pasmar” –que pienso signifique “provocar espasmos”. Por eso el aguardiente. El hecho es que bebimos todo el que pudimos ante el beneplácito de la superioridad, y no nos emborrachamos ni un poquito.