viernes, 2 de diciembre de 2011




Nací en Santiago de Cuba el 12 de octubre de 1946. Fue sábado, eran las 4 pm y llovía: vine al mundo en el Sanatorio de la Colonia Españolasobre una loma de la calle Trocha, sitio emblemático de las fiestas del Carnaval-. Internaron a mi madre en la habitación Nº1 del pabellón Cuba; apenas la regresaron de la sala de partos, me colocaron en una cunita que dejaron en el vano de la ventana; como estaba lloviendo, mamá puso el grito en el cielo. ¡A quién se le ocurre, acabado de venir al mundo! Así fue cómo respiré por vez primera el aire caliente y lluvioso de mi ciudad.

Altagracia Oliva Sánchez, mamá, es la segunda o tercera hija de una familia que se radicó en Cuabitas, cerca de Santiago, en 1901. Comenzó a estudiar Pedagogía en la Universidad de La Habana en 1927 pero al cerrarse ese centro poco antes de la caída del tirano Machado, tuvo que dejar la carrera; luego vinieron malos tiempos, ella se casó, nació mi hermana enferma, nací yo y sólo en 1953, ya en la Universidad de Oriente y conmigo grandecito, terminó sus estudios. Era una mujer hermosa, modesta y la persona más recta del mundo.  Tiránica nunca, pero muy recta sí. Incapaz de dejar pasar algo que considerase malo; sería como hacerse cómplice. Sus convicciones quizá cambiaran cada veinte o veinticinco años, pero mientras tanto eran más firmes que una roca. Tenía opinión sobre todo y aunque casi siempre callaba por prudencia, cuando no lo hacía era aplastante. Casó con mi padre a punto de quedarse para vestir santos; mi hermana Virginia nació al año. Mamá tuvo un mal parto, atención ordinaria y poca suerte, por lo que Virginia salió retrasada mental.