martes, 13 de marzo de 2012

En el ’64 había comenzado a publicarse en Santiago un tabloide llamado Cultura ’64. Se hacía en la biblioteca Elvira Cape. Recuerdo que esperaba con ansia cada número. Jamás publiqué en ella: por aquel tiempo yo era apenas un adolescente “de buena familia” que empezaba a interesarse por la literatura y el arte. Lo dirigía Rebeca Chávez –a la que llamaban Castorcito como el personaje de historieta por su color cobrizo y su cabello negro- quien es hoy muy conocida como cineasta y está casada con Senel Paz. Luego Rebeca y Magdalena Otaño Santamaría –la otra cabecilla de Cultura ’64- se fueron de Santiago; la primera a trabajar al ICAIC y la segunda casada con un médico de Pinar del Río de apellido Ovejo. La revista no siguió. Entonces se fundó la Columna Juvenil de Escritores y Artistas de Oriente – aludiendo a la del Trabajo, fundada después del cierre de las UMAP-, que sacó la revista/tabloide Columna. De cierta manera, esa publicación guardó la continuidad de Cultura ’64, o más bien trató de hacerlo, de seguro porque -en aquel momento por lo menos- ninguno de los muchachos que la hacían tenía vuelo intelectual para ello. Tampoco publiqué en Columna, que tenía una inclinación política evidente, si bien no creo que la calidad de lo que yo hacía entonces le interesara a ninguna revista. Bueno, lo cierto es que Columna publicó algunas cosas que eran horrendas y algunas que no; así que el no tomarme en cuenta fue otra manera de resguardarme. Si de algo me han servido esas “distinciones” es que tengo la obligación de ser indiscutible. Fue en esa revista que Raúl Ibarra sacó un texto crítico adverso a una pintura del joven Alberto Lescay: quizá no usó las palabras adecuadas para un principiante como era este pintor, pero tampoco fue injusto pues la obra era realmente mala. Creo que en gran parte la superación posterior de Lescay se debe a ese texto duro pero oportuno; evidentemente el pintor leyó e interiorizó las palabras del crítico.

Me convencí de que bueno, malo o regular, soy escritor. Por ello el tema del reconocimiento era importante para mi. Debo decir que la oficialidad cubana  -ya que me cuesta decir la Revolución, englobando un proyecto político/social tan vasto y polivalente- ha sido siempre reluctante a reconocerme el menor espacio; cuando lo hizo, después del ’90, me adjudicó una ubicación discreta y bastante remota: poeta provinciano de Santiago de Cuba, crítico de arte. En la actualidad, las revistas digitales de Internet y el correo electrónico me ayudan a mover mi obra poética y encontrar personas más dispuestas a prestar atención a lo que hago.