lunes, 3 de diciembre de 2012




Hace más de 11 años que no soy Secretario con mayúscula, y sigo trabajando en la Fundación Caguayo. Ya cumplí 66, pero creo que la pensión de jubilación es demasiado baja: mientras tenga salud mantendré mi puesto de trabajo, que me garantiza un salario decente. Entre el salario y la ayuda de mi prima Berthica, puedo seguir viviendo más o menos bien

Me hubiera gustado terminar mi texto con un “capítulo de cierre” donde se dijera qué pasó con cada quién, dónde vive, etc. Caso de haber escrito una novela o un relato con exposición, nudo y desenlace, me las habría arreglado. Pero no: es solamente la historia de mi vida. Y en la vida no hay verdaderos desenlaces. Ya dije que el único arte que he utilizado es el indispensable para no hacerlo todo más confuso. Ya de por sí, la vida es confusa. No en vano el que hizo la canción dijo que “son tantas que se atropellan”. Por otra parte, a la mayoría de los actores de los episodios más llamativos los excluí de mi imaginación hace mucho. A todos, incluso al principal, aunque siga ahí. ¿Qué sé yo ni qué me importa a mi dónde se ha metido Robert Chichi? ¿O Mamacusa? ¿o Juan Guevara? ¿o Rigual? ¿o José Jacas?

Créanme que la labor investigativa necesaria para llenar esas “lagunas estilísticas” no recompensaría. Siempre va a haber juanguevaras, mamacusas y josejacas. Las peculiaridades que hacen de cada uno el que es y no otro, son puro anecdotario. Y aunque escribí ya suficientes anécdotas seguiré haciéndolo, pues la memoria está colmada de ellas.

En los ’70 éramos jóvenes y soportábamos casi todo con donaire: ahora, si no hemos cumplido los sesenta, estamos cerca. Y volver a lo mismo sería muchísimo más duro. Se entrecruzaron docenas de e-mails escritos por casi todo el mundo –incluyéndome a mi. Al final se evidenció lo evidente, lo que todos sabían y fingían ignorar por mil razones, que lo realmente importante es por qué pudieron existir. Cumplían una tarea. La hacían con gusto –es cierto- pero eso no cambia lo básico: sólo con consentimiento, conocimiento y voluntad de Arriba lo hicieron.

Pero lo cierto es que la vida me dio lo que me dio. Los testaferros, gnomos y angelitos que me dio, quiero decir.  Y qué le vamos a hacer. Unos dañan y asustan, otros hacen papel de Oberón,  Titania, o Puck, -¿se han fijado hasta qué punto la encantadora obra de Shakespeare reproduce la estructura del mundo? Si bien es cierto que hablamos de seres pasajeros y leves, a dónde va lo pasajero es una pregunta crucial -¿el propio Cosmos no es algo transitorio? Todos merecen el recuerdo que, aunque sea por un instante, los arranque de la Nada. 

Pues bien, Roberchichi vive en Miami; cómo, no sé. Aunque no creo que se haya convertido en hombre batallador, sacrificado y próspero. En vida de Carlos Victoria, éste me dijo que Juan Ángel Espasande era un conocido y hábil chef en esa misma ciudad, que había hecho una familia y, de manera general, era feliz. Al dirigente que me expulsó de la Escuela de Letras de La Habana lo eliminé de mi vida desde los ’70. El compañero de la escuela de Arquitectura santiaguera, que me investigó celosamente sigue viviendo aquí, en la misma ciudad: a veces lo encuentro por la calle y lo hallo flaco, arrugado y sudoroso. Rogelio Quintana vive en España, no se dónde. Curiosamente, desde que se fue de Cuba no ha querido escribir, hablar conmigo no verme: cosas suyas, supongo, pues jamás nos hemos disgustado. Hace unos años, cuando cumplí 60,  tuvo el hermoso gesto de diseñar y grabar dos CD con canciones de todo tipo que por algún motivo le gustan o disgustan especialmente: Noche Española, lo tituló. Lo hizo especialmente para mi. Es una verdadera locura, pero traduce muy bien su sentido del humor y la rebeldía de su corazón: amo ese regalo. Desde que salió de Cuba, jamás he podido verlo ni hablar con él, por eso ignoro totalmente cómo es su vida personal.  Alexis también habita en la Florida: tenía una muchacha aquí con quien se acostaba. Él mismo me llevó a su casa una vez que vino y me buscó. Quizá por ella vino a Cuba varias veces después de 1995: luego dejé de verlo, por lo que imagino que, o ella también se fue, o ya no son amantes. Delfín Prats vive solo y trabaja en las Ediciones Holguín en un cargo subalterno: su espiritualidad y sentido del desprendimiento no le permite otra cosa. A veces viaja a México. Está traduciendo, escribiendo, publicó una hermosa antología de su poesía en México y pronto otra en Brasil. Nos escribimos por email. El año julio pasado fui a Holguín y él presentó mi último libro de poesía  Ese mismo año, en octubre, vino a Santiago, se hospedó en mi casa y conversamos mucho.

Carlos Victoria se asentó desde un principio en Miami y trabajaba en un conocido periódico. A la muerte de su madre casó con una centroamericana que hasta ese momento había cuidado de la difunta. Llevó una vida metódica y dedicada a la literatura, por lo que se hizo un narrador acreditado: comprendo muy bien que no quisiera mudarse de su apartamento en Miami Lakes a pesar de su mal estado. Con frecuencia me escribía y, a veces, me llamaba por teléfono. Siempre se portó conmigo como una especie de hermano. En 2007 fue atacado por un tumor canceroso en el intestino grueso: lo operaron sin éxito y el exceso de dolor le hizo ingerir una dosis demasiado grande  de calmantes, de la cual murió el 12 de octubre en un hospital de Miami. Ese era mi amigo.


Mary Montes vive en París. Su hijo ya es un hombre. En realidad la vida de los cubanos de París es encrespada y ríspida. Es que cada persona se empapa del sitio en que vive: los de Barcelona son alegres y prácticos, los de Madrid no tienen piedad pero te acogen, los de Miami son abundosos y chanchulleros, los de Holguín, amorosos, pero parece que viven a las puertas de un Hades cuyos aullidos no los dejan dormir. Y así. A Mary yo la quiero igual, e imagino que ella –en sus momentos de lucidez- también me quiera.

He perdido la pista de Bruno Alfonso. Hace más de una década que no sé de él. Todo lo que escriba a continuación tiene sólo el valor de lo imaginado. Debe de mantenerse en Canadá de profesor, debe de haber engordado y ser amante de una alumna. Debe de tener uno o dos buenos autos y haberse llevado a la familia que tenía en La Habana. O sea, que debe de tener nietos. En definitiva, en la familia él halla una forma de paz de la que dudo que se quiera privar.

Hace poco me comuniqué con Lourdes Palacios, quien también vive en Miami, casada en paz con un conocido odontólogo. Fue un e-mail amable pero distante. Ha ganado varios premios y grabado unas cuantas de sus canciones. Alguien de Santiago fue Allá y le mandó a Raúl Ibarra la grabación de una canción que compuso basándose en sus versos. Sigue relacionándose con el mismo piquete de los que íbamos a su casa en los años ’60. Hace poco me mandó una foto con su marido y los niños de él: sigue hermosa a pesar de sui edad. Supe que había sido operada de pequeños tumores, que ojalá sanen.



Hace más de 11 años que no soy Secretario con mayúscula, y sigo trabajando en la Fundación Caguayo. Ya cumplí 66, pero creo que la pensión de jubilación es demasiado baja: mientras tenga salud mantendré mi puesto de trabajo, que me garantiza un salario decente. Entre el salario y la ayuda de mi prima Berthica, puedo seguir viviendo más o menos bien

Me hubiera gustado terminar mi texto con un “capítulo de cierre” donde se dijera qué pasó con cada quién, dónde vive, etc. Caso de haber escrito una novela o un relato con exposición, nudo y desenlace, me las habría arreglado. Pero no: es solamente la historia de mi vida. Y en la vida no hay verdaderos desenlaces. Ya dije que el único arte que he utilizado es el indispensable para no hacerlo todo más confuso. Ya de por sí, la vida es confusa. No en vano el que hizo la canción dijo que “son tantas que se atropellan”. Por otra parte, a la mayoría de los actores de los episodios más llamativos los excluí de mi imaginación hace mucho. A todos, incluso al principal, aunque siga ahí. ¿Qué sé yo ni qué me importa a mi dónde se ha metido Robert Chichi? ¿O Mamacusa? ¿o Juan Guevara? ¿o Rigual? ¿o José Jacas?

Créanme que la labor investigativa necesaria para llenar esas “lagunas estilísticas” no recompensaría. Siempre va a haber juanguevaras, mamacusas y josejacas. Las peculiaridades que hacen de cada uno el que es y no otro, son puro anecdotario. Y aunque escribí ya suficientes anécdotas seguiré haciéndolo, pues la memoria está colmada de ellas.

En los ’70 éramos jóvenes y soportábamos casi todo con donaire: ahora, si no hemos cumplido los sesenta, estamos cerca. Y volver a lo mismo sería muchísimo más duro. Se entrecruzaron docenas de e-mails escritos por casi todo el mundo –incluyéndome a mi. Al final se evidenció lo evidente, lo que todos sabían y fingían ignorar por mil razones, que lo realmente importante es por qué pudieron existir. Cumplían una tarea. La hacían con gusto –es cierto- pero eso no cambia lo básico: sólo con consentimiento, conocimiento y voluntad de Arriba lo hicieron.

Pero lo cierto es que la vida me dio lo que me dio. Los testaferros, gnomos y angelitos que me dio, quiero decir.  Y qué le vamos a hacer. Unos dañan y asustan, otros hacen papel de Oberón,  Titania, o Puck, -¿se han fijado hasta qué punto la encantadora obra de Shakespeare reproduce la estructura del mundo? Si bien es cierto que hablamos de seres pasajeros y leves, a dónde va lo pasajero es una pregunta crucial -¿el propio Cosmos no es algo transitorio? Todos merecen el recuerdo que, aunque sea por un instante, los arranque de la Nada. 

Pues bien, Roberchichi vive en Miami; cómo, no sé. Aunque no creo que se haya convertido en hombre batallador, sacrificado y próspero. En vida de Carlos Victoria, éste me dijo que Juan Ángel Espasande era un conocido y hábil chef en esa misma ciudad, que había hecho una familia y, de manera general, era feliz. Al dirigente que me expulsó de la Escuela de Letras de La Habana lo eliminé de mi vida desde los ’70. El compañero de la escuela de Arquitectura santiaguera, que me investigó celosamente sigue viviendo aquí, en la misma ciudad: a veces lo encuentro por la calle y lo hallo flaco, arrugado y sudoroso. Rogelio Quintana vive en España, no se dónde. Curiosamente, desde que se fue de Cuba no ha querido escribir, hablar conmigo no verme: cosas suyas, supongo, pues jamás nos hemos disgustado. Hace unos años, cuando cumplí 60,  tuvo el hermoso gesto de diseñar y grabar dos CD con canciones de todo tipo que por algún motivo le gustan o disgustan especialmente: Noche Española, lo tituló. Lo hizo especialmente para mi. Es una verdadera locura, pero traduce muy bien su sentido del humor y la rebeldía de su corazón: amo ese regalo. Desde que salió de Cuba, jamás he podido verlo ni hablar con él, por eso ignoro totalmente cómo es su vida personal.  Alexis también habita en la Florida: tenía una muchacha aquí con quien se acostaba. Él mismo me llevó a su casa una vez que vino y me buscó. Quizá por ella vino a Cuba varias veces después de 1995: luego dejé de verlo, por lo que imagino que, o ella también se fue, o ya no son amantes. Delfín Prats vive solo y trabaja en las Ediciones Holguín en un cargo subalterno: su espiritualidad y sentido del desprendimiento no le permite otra cosa. A veces viaja a México. Está traduciendo, escribiendo, publicó una hermosa antología de su poesía en México y pronto otra en Brasil. Nos escribimos por email. El año julio pasado fui a Holguín y él presentó mi último libro de poesía  Ese mismo año, en octubre, vino a Santiago, se hospedó en mi casa y conversamos mucho.

Carlos Victoria se asentó desde un principio en Miami y trabajaba en un conocido periódico. A la muerte de su madre casó con una centroamericana que hasta ese momento había cuidado de la difunta. Llevó una vida metódica y dedicada a la literatura, por lo que se hizo un narrador acreditado: comprendo muy bien que no quisiera mudarse de su apartamento en Miami Lakes a pesar de su mal estado. Con frecuencia me escribía y, a veces, me llamaba por teléfono. Siempre se portó conmigo como una especie de hermano. En 2007 fue atacado por un tumor canceroso en el intestino grueso: lo operaron sin éxito y el exceso de dolor le hizo ingerir una dosis demasiado grande  de calmantes, de la cual murió el 12 de octubre en un hospital de Miami. Ese era mi amigo.


Mary Montes vive en París. Su hijo ya es un hombre. En realidad la vida de los cubanos de París es encrespada y ríspida. Es que cada persona se empapa del sitio en que vive: los de Barcelona son alegres y prácticos, los de Madrid no tienen piedad pero te acogen, los de Miami son abundosos y chanchulleros, los de Holguín, amorosos, pero parece que viven a las puertas de un Hades cuyos aullidos no los dejan dormir. Y así. A Mary yo la quiero igual, e imagino que ella –en sus momentos de lucidez- también me quiera.

He perdido la pista de Bruno Alfonso. Hace más de una década que no sé de él. Todo lo que escriba a continuación tiene sólo el valor de lo imaginado. Debe de mantenerse en Canadá de profesor, debe de haber engordado y ser amante de una alumna. Debe de tener uno o dos buenos autos y haberse llevado a la familia que tenía en La Habana. O sea, que debe de tener nietos. En definitiva, en la familia él halla una forma de paz de la que dudo que se quiera privar.

Hace poco me comuniqué con Lourdes Palacios, quien también vive en Miami, casada en paz con un conocido odontólogo. Fue un e-mail amable pero distante. Ha ganado varios premios y grabado unas cuantas de sus canciones. Alguien de Santiago fue Allá y le mandó a Raúl Ibarra la grabación de una canción que compuso basándose en sus versos. Sigue relacionándose con el mismo piquete de los que íbamos a su casa en los años ’60. Hace poco me mandó una foto con su marido y los niños de él: sigue hermosa a pesar de sui edad. Supe que había sido operada de pequeños tumores, que ojalá sanen.