viernes, 6 de enero de 2012


Pero no un tatequieto: conversaba y me reía casi constantemente,  lo cual era pecado mortal en los colegios de la época. Me dejaban sin recreo frecuentemente: en aquella aula enorme había muchas sillas antiguas alineadas contra la pared. Cuando me quedaba solo, amontonaba los asientos  contra la puerta plegadiza y me sentaba a esperar; al regreso, el grupo golpeaba un rato, empujaba, se armaba cierta confusión que yo disfrutaba enormemente. Al final ellos volcaban la barricada, o bien yo terminaba abriendo. Nunca me castigaron por ello. Ese mismo curso hice la Primera Comunión.
 
El domingo que asaltaron el Cuartel Moncada mi padre y yo bajábamos en auto hacia Santiago. En casa había la costumbre de desayunar el domingo con huevo, jamón frito y pan “de molde”: el jamón se compraba la misma mañana. Eran como las 7 am. El cura, que había subido a decir sus misas de domingo, se atravesó delante del auto: No bajen, que hay tiros en Santiago. Parece que los soldados se fajaron entre ellos. Podía ser, en definitiva estábamos en medio del Carnaval y aquellos “guardias” podían haber bebido. Ya se sabe que no fue así. El padre Emiliano Martín (CMF) -que los curas de Cuabitas pertenecen a la parroquia de San Antonio y son claretianos, dicho sea con respeto-, había subido igual que siempre: en guagua como cualquier hijo de vecino. Hoy día suben en auto.