jueves, 12 de julio de 2012

Siempre he mantenido una relación postal fuerte con mis amigos. De hecho todavía guardo cientos de cartas de Carlos Victoria, Coco Salas, Nikitín Rodríguez Lastre, Delfín Prats, Reinaldo García Ramos y otros. Durante aquellos días me había mantenido muy al tanto de lo sucedido con los demás. Cuando Carlos Victoria y Rogelio Quintana regresaron a La Habana, el mismo director-psicólogo que me expulsó, los sometió a varias entrevistas donde rigieron el retorcimiento y la crueldad. Por supuesto que al final todo concluyó con la expulsión de ambos.

En cuanto a “mi caso”, me han contado que celebraron un asamblea en la Escuela de Letras donde la dirigencia estudiantil –Unión de Jóvenes Comunistas y Federación Estudiantil Universitaria- habló todo tipo de horrores de mi y al final solicitó mi separación. Un compañero de cuarto de 12 y Malecón llamado Ángel Tomás González testificó que yo le había propuesto tener sexo y que frecuentemente me disfrazaba de mujer y de reina –utilizó esa expresión que todavía suscita la risa de todo el que me conoce, al imaginarme entre diademas, collares y frufrús. Angelito ciertamente vivía en mi cuarto y con seguridad conocía “mi problema”, pero nunca le propuse sexo, quizá porque jamás me gustó.

La explicación que hallo para su bobería es que estuvo sancionado por la UJC –a la que pertenecía- y acababa de reingresar, por lo que necesitaba “destacarse” y recuperar nivel. Su vida profesional posterior no merece mi atención.  Elvia Ojeda también desbarró de mi: no me imagino qué puede haber esgrimido esa muchacha a la que tanto estimaba. Quizá le parecí más comemierda de la cuenta. Lo creo más lógico de Sonia Almazán, cuyo carácter seco y retorcido la hacía capaz de cualquier cosa: ella siempre estuvo en contra de todo lo que implicara alegría, independencia y originalidad: ¿no era novia de Jacinto, el presidente de la FEU de la Escuela?

Los demás compañeros, de quienes creí tener el aprecio, callaron y levantaron la mano. En los regímenes totalitarios ello es frecuente, por eso cuando los reencontré años después no se lo tuve en cuenta. Durante época de estudiante había logrado acumular una buena biblioteca así como un montón de objetos, también me mudé a un cuartico individual que a pesar de su pequeñez garantizaba intimidad. Tengo entendido que una de las razones para botar a Carlos fue el haberse ido a vivir a mi cubículo –dormir entre mis tarecos se consideraba culposo. Desaparecido él, gran parte de mis libros y  pertenencias volaron. Existía la voluntad de condenar y borrar todo lo que oliera a Desquirón.

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