jueves, 6 de septiembre de 2012

Aquel 1993 fue para mi el peor año del Período. En una ocasión nos quedamos sin jabón en casa. Ni un pedacito. Acababan de legalizar el dólar. Una tarde se me apareció una reportera de un periódico de Allá acompañada por una fotógrafa. Mi amigo Carlos me mandaba cincuenta dólares con ella. Cayeron del cielo. Estuvimos mucho rato conversando: le hablé de todo, del racionamiento, las carestías, y, claro, la total falta de jabón de ese momento. La fotógrafa abrió su bolso y me regaló un Palmolive. Me iluminó la tarde. Jamás me ha vuelto a faltar el jabón. Fui a varios lugares con ella y la fotógrafa: esta última insistía en captar una imagen muy corriente por aquellos años: un ciclista llevando a toda prisa un enorme cake –una de las visiones más locas de nuestras calles. Era como decir ¿Se cae o no se cae? – Por fin no hizo la foto: al menos junto conmigo no fue. El cake tampoco se cayó.

La plata que me mandó Carlos Victoria fueron mis primeros dólares: fui a una tiendecita muy barata y gasté veinte en jabón, detergente y aceite. Luego compré por la calle seis más. En el momento de la legalización del dólar, el cambio callejero estaba a 120 pesos cubanos. Había de todo pero en dólares.


Mi primo Danilo Quintana y su esposa Isabel, desde Puerto Rico, me habían invitado a visitarlos. Era sobre todo para mitigar un poco mi miseria. Ellos dos y mi tía Bertha nos ayudaron mucho en el Período y se los agradezco. Estaban listos todos mis papeles, pero faltaba la visa americana. Entonces solicité la entrevista a la CINA (Oficina de Intereses Norteamericana)y cuando me la dieron, partí para La Habana. El amigo de Diego Scheller me albergó en su casa, donde eran como mil de familia, pero comían muy bien y el apartamento no era feo.

Uno debía inscribirse en una lista en las cercanías de la Oficina de Intereses, llamaban a lista en voz alta dos veces al día y si no respondías ¡Presente!, perdías el turno y te borraban. El proceso desde inscribirse hasta la entrevista duraba más de dos semanas. Los vecinos del barrio habían acaparado un lucrativo negocio que consistía en anotarse, contestar presente y vender los turnos. Pagué doscientos cincuenta pesos cubanos , y conseguí un lugar que distaba tres días de la entrevista, durante los cuales me correspondió responder a las seis de la mañana y de la tarde. Por fin me tocó entrar a la CINA a las 8 de la mañana del 4 de diciembre, día de Santa Bárbara. Amaneció lloviendo y me mojé. La entrevista en sí no llegó a un minuto. Me negaron la visa ipso facto por “posible inmigrante”, o sea, “grandes probabilidades de no regresar a Cuba”. Estoy seguro de que el empleado ya tenía programada la respuesta, pues en varios segundos no hay tiempo de decidir en serio. La gente solía llorar, gritar, tratar de conmover. Lo tomé con tanta filosofía que los que esperaban afuera creyeron que había salido OK.

Los americanos negaban muchas visas, más de la cuenta. También es verdad que, de las que concedían, solamente regresaba la tercera parte de los viajeros. Complicado, ¿verdad? Mi viaje a Puerto Rico no se dio. Nunca más he solicitado visa americana: es inútil.

Para regresar a Santiago tuve que comprar un pasaje en ómnibus hasta Baracoa, apearme en Palma Soriano como a las cinco de la mañana y hacer una cola para la primera guagua a Santiago.





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