jueves, 27 de septiembre de 2012


De regreso a Ibagué, como ya habíamos aceptado el compromiso de pintar dos murales, la alcaldía nombró un empleado para que gestionara nuestras visas como de interés ciudadano. Pasamos dos  días ilegales, aterrados y metidos en el hotel a pesar de que al final obtuvimos las autorizaciones y no tuvimos el menor contratiempo.

Nos pareció más que razonable lo de los murales; además, queríamos dejar un testimonio físico de nuestra visita, aunque durase poco tiempo. Por fin se encontró un sitio: el paso peatonal de la Carrera 7ma y calle 31. Como no teníamos suficientes materiales, llegamos al arreglo de comprar nosotros, guardar los vales y que después la oficina del alcalde los liquidara. Pozo y Tasset hicieron las compras, se conservaron los tickets y se pintó. Luego se inauguró sin novedad. Pero a la hora de reintegrarnos el gasto, aquello se dilataba. Y ya estábamos por regresar: ¿se perdería ese dinero?

Pasaban los días; una tarde comenzó a llover y no escampó en doce horas. Fue una catástrofe nacional que salió en los noticieros –con deslizamientos de tierra, hogares arrasados, ahogados, etc. El Presidente de la República mandó una ayuda urgente en efectivo. El día antes de viajar decidimos probar suerte en la alcaldía, a ver si nos liquidaban. Cuando atravesamos el Parque Bolívar (que es el centro de Ibagué: la alcaldía queda frente a este parque) vimos un pick up con funcionarios municipales conocidos. Decidimos acercarnos a saludar: les preguntamos sobre nuestro asunto y nos dijeron que sí. Allí mismo pagaron, abriendo un portafolio sobre el asiento trasero del vehículo.

Así terminó nuestra etapa colombiana. Al regresar a Cuba me esperaba algo que ocupó años de mi vida: la Fundación Caguayo.

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