martes, 4 de septiembre de 2012


Una noche de 1993 llovía y había apagón. Entonces me di cuenta de que a mi madre se le estaba torciendo el rostro. Una isquemia en progreso. Salí bajo la lluvia a buscar un vehículo para llevarla al hospital. Correr bajo un aguacero en medio de un apagón es una locura. No apareció auto alguno: nadie quería gastar sus preciosos litros de gasolina. Una vecina pasó horas llamando a una ambulancia hasta que le hicieron caso. Vino. El médico era un muchacho sumamente amable que pasó horas atendiendo a mamá a la luz de un farol. Héctor le puso un tratamiento que consistía en masajes eléctricos y calor: como era impensable llevarla diariamente al hospital -¿en qué?: si anoche no había podido hallar un auto en medio de una emergencia, mucho menos ahora- “resolvimos” dentro del barrio. Un vecino había convertido una afeitadora eléctrica en máquina de masajes: me la prestó para Nenena. El calor se lo daba yo mismo con un bombillo para fotografía de 200 WW. Había una dificultad: que casi siempre faltaba la electricidad –eran apagones de diecisiete, veinte, veintidós horas-, entonces esperaba a que “llegase la luz” y a esa hora, cualquiera que fuese, le daba masaje y calor. Surtió efecto: poco a poco sus facciones retornaron a su sitio. Lo consideré un triunfo. Siempre agradeceré por ello a mi vecino inventor, Manzano,  al Dr. Héctor Rodríguez y a Robertico, el médico de la ambulancia. 

La celebridad de La Minerva se debía también a que en medio de tanta escasez, era un sitio amable: siempre había personas riendo, conversando. En medio del espectáculo general tan depresivo, allí se respiraba alegría. Recuerdo que yo fumaba aunque no había cigarrillos en el mercado: por la calle se conseguían a un peso cada uno. Tampoco había cerillas. Yo llevaba una gran lupa, ponía el cristal al sol y encendía el cigarrillo. Las personas se detenían a verlo: era como un acto de magia.

Comenzamos a organizar exposiciones: recuerdo Vuelo, de Lescay, donde tuve un papel muy protagónico pues entre Inesita Viacaba y yo organizamos todo, escribí unas palabras, seleccionamos las obras y las expusimos en El Albión. En la inauguración bailó la compañía Danza del Caribe. Hubo una muestra de proyectos de ambientación que se expuso en la biblioteca Elvira Cape, y las de Gorki, Julita Valdés, Zúñiga y Aguilera, todas ellas en la Galería Oriente.

También hubo muchas pasarelas, pues existían varios grupos de modelos: el Fondo siempre ha sido muy adicto al diseño de ropa. Sucedía que Albérico estaba viviendo un romance extramarital con la que montaba las pasarelas, y le fascinaba andar rodeado de muchachas. Una vez se hizo una en El Albión y nosotros mismos arreglamos las vidrieras. El amor en tiempos de cólera, de García Márquez, acababa de salir en una bonita edición cubana: lo puse tras los cristales y el director del Fondo protestó por el “mensaje negativo” del título del libro. Hubo que explicarle mucho pues él no sabía de autores ni de obras.

Llegué a 30” de cintura con 140 libras y mejoré muchísimo mi figura. Para bajar de peso lo único efectivo es no comer.

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