lunes, 12 de noviembre de 2012

Apenas llegué, mi amigo Frank Aguilera me hizo ir a un espiritista -digo espiritista para designar alguien que daba consultas según las creencias populares cubanas, no porque fuera exactamente un discípulo de Allan Kardec  - Ya fuiste a un médico y estás tomando medicinas; pero tú nunca te enfermas y a mi no hay quien me joda, si caminaste por la ciencia ahora tienes que caminar por “lo otro”. Se refería a mi infección intestinal, que en realidad se iba calmando poco a poco pero tardó más de un mes en desaparecer. Para él –y confieso que para mi también, pues en el Caribe los maleficios existen y funcionan- mi repentina enfermedad podía ser fruto de un trabajo. Fui.

Era un actor que consulta sólo a “personas escogidas” del medio artístico que van recomendados. Rezó, me hizo despojos, me tiró las cartas, cayó en trance, describió cosas que “alcanzaba a ver”, “recetó” ciertos baños y me dijo que me fuera en paz. Su dictamen fue que yo tenía una protección muy fuerte, que no me preocupara aunque insistió en un ser luminoso y blanco junto a mi, con un compás y una regla –mi protector- y una señora también blanca -¿mi madre?- a quien se debían ofrendar flores blancas los sábados. No he sido creyente –en ese sentido popular- ni he tenido visiones u otro tipo de experiencias sensoriales, pero siempre he sentido muy claramente la presencia de mis padres fallecidos dentro de mi. Supongo que cualquier espíritu que se me apareciera en casa solamente podría ser amistoso. Es más, me gustaría que eventualmente alguno de ellos conversara conmigo. Jamás he sentido miedo en mi casa de Cuabitas. Tengo por costumbre poner flores semanalmente frente a los retratos de mis padres y parientes fallecidos; los antepasados tienen su sitio, como los penates en las casas romanas.

Repito que no soy ferviente, pero creo firmemente en los espíritus: ellos nos conocen, previenen, protegen y viven junto a nosotros. El culto a los antepasados es digno. Se supone que la autora del maleficio que me enfermó fue Chacha del Sol, que trabajó en Caguayo –yo le entregué su carta de despido firmada por Lescay- y es célebre por su vocación de mando y sus venganzas solapadas: se supone que su propósito fue impedir mi viaje pero no lo logró a causa de mis protectores.

¿Fue en octubre o noviembre del ’98 que comenzó la revista SiC, perteneciente al Centro del Libro y la Editorial Oriente?  Me nombraron en el Consejo de Redacción y acepté muy contento. Por supuesto que si no hubiera sido Secretario de Caguayo no se les hubiera ocurrido jamás proponerme, pero ya que lo habían hecho no tuve escrúpulos mentales. Siempre supe que un consejo editorial no decide mucho en una revista cubana, pero siempre he querido aprender y desde que en los ’80 tuve la experiencia del boletín GALERÍA que sacábamos en la Galería Universal supe que tenía que aprender. Esta era una oportunidad. Por supuesto que ello no implicó otro salario: se trataba de algo “honorífico”. OK, pero me acercaba bastante al mundo editorial, que constituye una verdadera laguna para mi. Así sacamos el primer número. Cuando escribo esto, vamos por el 52. Desde el 2001 no soy Secretario (con mayúscula) de Caguayo y sigo en el Consejo revisteril.

Caguayo pertenece a la saga cubana de “lo salido  del Príodo”. Repito que esto no es ni quiere ser un texto de Historia, pero me doy cuenta de que ni dentro ni fuera de la isla, estos años de intentos malogrados e historias mal contadas han logrado encontrar quien reflexione sobre ellas: por lo general se recuerdan como una especie de basura viviencial. El siglo XX se despedía de Cuba y del mundo amagando desde detrás de la bruma: en realidad, qué se podía predecir para el futuro si no precisamente más indecisiones y  perplejidades
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