miércoles, 22 de febrero de 2012

El único inconveniente de 12 y Malecón es que había que limpiar. Me dirán que es lógico. De acuerdo, pero yo no estaba acostumbrado. En casa jamás limpié ni hice mandados, ni fregué, ni nada. Ya se pueden imaginar la figura del piso 9. Aparte de que los jóvenes pueden ser muy desaseados.


Para mi, limpiar era o un calvario, o un jolgorio. Cuando era calvario no sacaba el churre porque me daba asco;  cuando era jolgorio llenaba el piso y el balcón de agua y espuma, los habitantes de los pisos bajos empezaban a quejarse y luego no sabía cómo terminar. Sin embargo había que limpiar, pues diariamente una comisión inspeccionaba los pisos y nos daba una nota. Que luego aparecía en una gran pizarra junto a los elevadores, a la entrada. Es fácil suponer qué notas ganábamos. Por eso odiábamos a la comisión –antipatía mutua, es verdad: ni cumplíamos las reglas ni nos podían expulsar en masa.

Ideábamos todo tipo de cosas para reírnos de ellos: recuerdo que una vez Jorge Oliva me llamó a su cuarto. Estaba totalmente desnudo, con el pito metido entre los muslos (con lo que su entrepierna parecía una tota) y mordiendo una flor. Me dijo, ¿qué te parece, para recibir a la inspección? Jorge era sumamente mordaz. No perdía oportunidad de burlarse. Su gran amigo se llamaba  Fernando Seik, pero le decían La Ñica (hoy vive en Nueva York). La Ñica era un joven de pelo negro, rizado como pintan a los griegos, sumamente inteligente y atrevido, oriundo de la ciudad de Pinar del Río. Estudiaba una ingeniería. Como odiaba a la CUJAE[1] no quería vivir en ella. Creo que una vez dijo que estudiaba eso sólo para satisfacer a su familia que era muy revolucionaria: no sé. Pero le faltaba poco para graduarse. Por supuesto que a La Ñica no le estaba permitido pernoctar en 12 y Malecón, pero frecuentemente se colaba. De qué forma, no lo sé. Pero lo hacía. Su complexión atlética, unido a extravagantes abrigos y gorras lo convertían en ser un desconocido. Y como en la beca vivía tanta gente rara –desde un vietnamita del Sur, pasando por mejicanos, peruanos, bolivianos, colombianos, rusos, húngaros, albaneses, hasta varios africanos -incluso  un príncipe de verdad, de sangre real-, ni lo miraban.  Si Jorge Oliva hacía reír y era burlón, La Ñica era peor. Todos la adorábamos. Ñica, dondequiera que estés, que la suerte te acompañe y Dios te bendiga.


[1] Ciudad Universitaria José Antonio Echevarría, donde se estudian las carreras tecnológicas, varios kilómetros al SO de La Habana.

1 comentario:

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