martes, 21 de agosto de 2012


Todos mis amigos se fueron de Cuba. Me enteré después por sus tarjetas y cartas, después de que estaban Allá. Sólo quedamos Hiram Prat, Raúl Ibarra, Nikitín Rodríguez Lastre y yo. Es verdad que cada cual hace con su vida lo que estima; pero me sorprendió que mis amigos de pronto se volvieran pragmáticos. Verdad que esto es una mierda que nos ahoga. Pero también lo es que ni ellos ni yo sabíamos lo que era calcular, y que todo es más o menos lo mismo. Precisamente por vivir sin calcular estábamos malmirados y apartados. Y luego, de momento... En fin, no quiero que también el Exilio me pida la cabeza....

Me sentí muy desamparado o como un tonto lengüilargo al que nadie apoyaba y ni siquiera había sido capaz de aprovechar una oportunidad tan evidente. Las razones y posibilidades de cualquiera varían con los años: a veces dependen estrictamente de uno, a veces de la familia, a veces de la situación político-económica. O es el mundo entero el que cambia, o todo se mezcla.  No fue que sólo pensaran en sí mismos: también estaban demasiado maltratados, malpagados, sin oportunidades, despreciados, pisoteados. Los mejores ejemplos son Roger Salas y Carlos Victoria: aquí ninguno de los dos hubiera hecho algo importante. Al menos yo tenía una casa, una familia y un trabajo. Por eso,  nadie es culpable o inocente: la vida salió así. Cada cual tuvo sus razones que confluyeron en que se fueran p’al carajo. Yo no soy más patriota ni más cubano que nadie: pero me jode que me saquen de mi lugar, que me obliguen a dejar lo mío; simplemente porque otro quiere. El proverbio que dice que Patria es donde puedo colgar mi sombrero no me retrata. Pero tampoco al que no le gute, que tome purgante.

Un lunes, Janet Ortiz, la directora de la Galería,   me dijo que “no era imprescindible” que asistiera al consejo de dirección de esa semana. A partir de entonces me retiré a mi rincón y dejé a las especialistas-licenciadas que conspiraran a su gusto.

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