lunes, 22 de octubre de 2012

Estaba loco por regresar a Cuba. Mi exposición, como tal, prácticamente no existió. Ya era un mes allanándole el cuarto a otra persona. Casi sin plata, con mis gentes en Cuba, hablando francés y en total celibato. No es que desagradeciese la oportunidad, pero los amigos tenían su vida, ya los museos habían sido vistos y me entró la morriña. Era la hora.

He oído varias veces que se añoran las palmas y el cielo azul: eso es otro mito. Las palmas son bellas, pero los plátanos, los jardines y las fuentes también. Y el cielo es azul en todas partes: se trata de cosas más concretas. Cuando la soledad no va a ser perenne, de manera que uno se arregle para sacarle las ventajas –que las tiene y muchas- resulta una pérdida de todo.

Fui a Cubana de Aviación y arreglé mi pasaje, recogí las obras –sin vender una sola- y Cristóbal me firmó una carta de agradecimiento para los expositores. Cuando llegó la fecha, el propio Rubén me llevó hasta Orly –se lo agradeceré siempre, aunque comprendo que ya debía estar harto. Ahora hay vuelos directos a Santiago, pero entonces no.

Después de nueve horas más de dos de cola en La Habana, me vi en la Terminal 3 de Rancho Boyeros. Un taxi me condujo al Vedado, a casa de Josefa. Pasé un día blanco en La Habana. Volví a Rancho Boyeros, me monté en el avión de Santiago y por fin pisé mi tierra. El viaje de trabajo resultó de aprendizaje. Crecí y estaba aquí de nuevo, pero sin cumplir tanto como me prometí a mi mismo y esperaba.

En definitiva, así ha sido mi vida.

Y regresé. Me sentía alegre y triste a la vez.
Un chofer de la Fundación me recogió en el aeropuerto con el Volvo donado. Javier también fue a casa al poco rato de llegar yo. Pero me corroía la insatisfacción.

Esa misma tarde tuve mi primera discusión con Lescay. Para mí personalmente el viaje había resultado maravilloso: amigos, museos, calles, sitios increíbles. Pero profesionalmente no sirvió. Conté todo: el montaje inexistente, el club oscuro y salsero, la exposición que apenas existió. Ni una obra se había vendido: todas regresaron. Luego supe que Lescay nunca pisó el club de jazz. Conversó con Cristo en otro sitio, imagino que con una botella de por medio. Trazaron planes, Cristóbal Yvonet prometió. Y luego se olvidó. O se arrepintió. ¿Ingenuidad de Lescay? Inexperiencia, mejor. De hecho mientras el primero no tomó en serio el proyecto, el pintor lo registró, me lo pasó y yo me lo creí. ¿Manipulación? En parte, pero es su costumbre transferir a otra personas los compromisos enojosos o que él personalmente no puede aceptar. ¡Quién no iba a aceptar organizar una exposición en París y pasar allí un mes! 

Cualquier proyecto cultural debe planearse con todo detalle: lo puramente artístico, lo técnico y lo logístico. Me mandaron un boceto en planta del New Heaven, pero no pregunté su color, su alto ni su área iluminada: hay que estar seguro de esos detalles. Aparte de que no es recomendable hacer ningún proyecto con persona no profesional o que no conozca bien estos mecanismos. Sin buen soporte de comunicación tampoco se debe iniciar un proyecto. Así se evitan aventuras como la de París.

La discusión se complicó cuando me comunicó que habían decidido mudar la Fundación a una dependencia que existe en el área de parqueo del Teatro Heredia. Es cierto que ya Caguayo era muy grande para seguir en el estudio de Lescay: él apenas podía pintar y había perdido toda privacidad. Habíamos hablado de eso, es cierto. Pero la opción del Teatro Heredia era la peor. Era (y sigue siendo) un lugar absolutamente controlado en cuanto a teléfono, prohibiciones de acceder cuando la Seguridad lo estime necesario. Quizá se piense en un teatro como los demás: es un lugar especial para congresos, discursos, convenciones. A veces actúa como teatro, pero el Heredia es el sitio designado para las Ferias del Caribe, la del Libro, el Evento de Cultura y Desarrollo. Todo con un significado político subido. Era como estar amarrado, vigilado. Existía la propuesta de Megacén, que es un centro científico en la parte histórica de Santiago: un edificio republicano recién restaurado. No averiguaron. Ni siquiera me lo comentaron: decidieron y ya. Evidentemente fue cosa de Rigual: más comodidad para él (vivía apenas a dos cuadras) y más posibilidad suya para controlar. Aprovechó mi ausencia y persuadió (es un verbo demasiado generoso) a Lescay. Me sentí manejado. Tendría un guardián o un enemigo (o ambas cosas) junto a mi. Sólo que entonces yo no estaba seguro de si lo hacía por fidelidad a Algo, por beneficio propio, o por qué. Pasarían años antes de que supiera que la necesidad de éxito y protagonismo hacen capaces de todo a algunos hombres.

Debo agregar aquí que durante mi viaje a París entraron a Caguayo dos personas importantes: Fernando Chibás, que ocuparía el cargo de jefe económico de CAGUAYO S.A., y Mailín Fong, que sería especialista de la Fundación. Y Secretaria, cuando yo dejé el cargo y Rigual fue impedido de serlo. Ya para entonces el movimiento de Caguayo había aumentado, tanto así que El Moro no podía ocuparse de lo económico y lo comercial a la vez. Eso, aparte de que la muchacha que llevaba “las cuentas” desde siempre en el Taller de El Caguayo tenía un sistema muy rudimentario a base de vales de entrada y salida que no servía para una empresa. Nandito (Fernando) construyó la contabilidad de Caguayo con tremendo trabajo. Es verdad que su carácter es difícil y los sentimientos de inferioridad física a veces lo hacen comportarse de manera ridícula. Mailín Fong dirigió varios años la Galería Oriente. La conozco desde entonces y es muy buena profesional y magnífica persona. Renunció a la Galería cuando vio que no existía futuro para ella en ese sitio. Antes de mi viaje, Lescay me pidió opinión sobre ella y la di muy buena.


En efecto, nos mudamos al Teatro Heredia. El lugar que teníamos asignado no llegaba a sesenta metros cuadrados. En ese tiempo éramos muy pocos, aunque ya habíamos comenzado a crecer. Realmente el espacio nos quedaba chico. La hija mayor de mi prima Xiomara había sido contratada para hacernos café y almuerzo. Yadira se llama mi prima segunda; nos llevamos muy bien, pero su desgano existencial se trasmitía a lo que cocinaba. A la larga no siguió en Caguayo. Sustento una teoría, y es que el gusto de tu cocina está ligado a tu desempeño sexual: el refrán de que el amor entra por la cocina posee una misteriosa vigencia. Lo mismo se extiende al café. El moro Arafet resolvió nuestras meriendas mediante cajas de galleticas y potes de salsa mayonesa, con lo que la oficina cobró cierto ambiente de vivienda humilde, y como en mi ciudad era célebre la cuartería  de Julio Palacios, así nombramos a nuestra casa matriz.

Mientras, ¿podía yo sentirme satisfecho, feliz, por algo? Por nada. Caguayo me estaba llevando a donde yo no pertenecía. Esta sordidez no pudo mantener mi atención por mucho tiempo. Al principio me enfurecí, pero después lo fui olvidando: no tiene que ver conmigo. Por eso me dediqué a mi vida personal. Por un lado, Tico guardaba sospechoso silencio; incluso había habido un cambio en él. Por el otro, Javier se alegraba de mi regreso de una manera Estaba seguro de que tenía otra vida y ni siquiera me importaba.

Fueron años oscuros, de error total. No evado lo que sucedió, e incluso creo inútil reclamar responsabilidades. Ciertamente no fui codicioso ni corrupto ni ansié desmedidamente bienes terrenales,  pero di a mi vida un rumbo falso, que no me mejoraba espiritualmente. Sólo pensaba en mis amores, o mejor en los cuerpos de mis amores: cualquier cosa que haya sucedido luego ha sido en buena parte responsabilidad mía.
   
Hacia fines de año se celebró un evento de Caguayo llamado Fotonoviembre, con muchos invitados cubanos y extranjeros. Fue cosa de René Lescay y de la americana que era mujer suya, Hanna Fryes. Se trataba de una rubia alta, fuerte, huesuda; una nativa de California que residía en México, aunque descendiente de irlandeses. Hacía un doctorado sobre religiones africanas. Buena fotógrafa, aunque percibí en su trabajo cierto regusto por lo retorcido. En el oeste de los Estados Unidos, México, Centroamérica y Colombia existen sectas que rinden culto al Demonio: siempre he tenido la sospecha de que Hanna pertenecía a una de ellas. Su inclinación por las creencias de raíz africana –principalmente el Palo Monte o Regla Conga- partía de la creencia errónea de que el ideal palero es el Mal y lo Satánico. Era una mujer equivocada respecto a la vida en Cuba: a pesar de todo, Fotonoviembre quedó bien y logró atraer a profesionales –sobre todo mexicanos- muy calificados.

Una tarde a fines de ese mes,  se presentó sin previo aviso una tormenta con mucho viento. Varias gigantografías colgadas a muchos metros del suelo resultaron dañadas. Con la ciudad todavía aturdida por la manga, Lescay salió a buscar una grúa para descolgarlas: regresó con cuatro. En el ’97, hallar cuatro grúas en Santiago a las seis de la tarde, dispuestas a ayudarte sin condiciones, era toda una proeza. Cuatro, o una sola, o cualquier equipo. Sólo una persona con la energía, el carisma y la fama de mi jefe podía hacerlo. Bajamos las gigantografías, las secamos, las empaquetamos y las guardamos: ese día regresamos a casa de madrugada.

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